Labrador de palabras de Juan Matos es un reto poético y existencial. La presión y la vida misma del poema en “la edad del verbo” sobresale como entidad y lenguaje del embrión, rizoma del origen y modelo de memoria verbal como prosa de semilla y trayectoria:

“Se desverbó (sic) el poema en su afán de describir la trayectoria del laberinto que escondía su ruta. Se hizo concreto. Se moldeó, como piedra de río, al roce y fuerza de aguas libres”. (p. 81)

La mirada del autor se concretiza como estado de escritura en la pregunta escrutadora y en su cauce mismo de interrogación de la propia “edad del verbo”:

“¿Dónde anidaba, entonces, la piel que lo cubría?

-En otros verbos, sin duda, en otros verbos. Espirales verbales, iris del poema que ahora trasciende hacia la edad del embrión, hacia la edad del verbo”. (Op. cit. loc. cit.)

En su caso, Juan Matos propone el poema como construcción épico-lírica y como teoría de la edad verbal expresiva; lo que implica todo un pensamiento inmanente y trascendente de la cosa o “cosidad” poética. Dicha visión cuasi-fenomenológica del poema, se deja leer como inscripción en prosa e inscripción en verso, tal y como se hace visible y legible en toda la visión de Labrador de palabras”.

El poema como sierpe, nido y re-nacimiento articula también todo un ritmo de voces y especies expresivas, en cuyo alcance podemos observar la suma de instancias analógicas y  paradigmáticas que motivan a su vez los elementos, los fragmentos y segmentos coherenciados por sus procesos y combinaciones textuales de base.

Así las cosas, el orden discursivo del poema emite las señales, signos y sentidos orientados en las fases de forma-contenido, sustancia de la expresión y sustancia del contenido. (Véase, Adolescencia, (p. 84). El eco anónimo, p. 85; “Al dios dentro de mí”, (p. 86); y “Soliloquio”, (p. 87).

En el poema Del estático lar, encontramos el tejido poético-narrativo como fórmula de acoger tensiones, ritmos para organizar, de esta suerte, el conjunto de la obra y las sumas de sus significados. Así, el poema resulta como cardinal de la obra en texto y en contexto. La pulsación de cada poema se relaciona con sus estados y vínculos entre ellos, tal y como ocurre en algunos textos y nexos del poema, que se intuyen como partes temáticas, fórmulas que denotan y connotan formas de significación y unificación de sus ejes y sentidos.

“Puede que en las laderas de mares y de palmas se nos renueve el ente y la mirada que quedó congelada al punto de partida”. (p. 89). Lo que como enunciado expresivo y modal enlaza con los siguientes fraseos poéticos, sus ejes de sentido y universo:

  • Puede que seamos nostalgia, viento solaz o vida repetida en la memoria nunca ida.
  • Puede que el sol tibie o nos abrace o simplemente nos despierte párvulos,
  • Nos pincele con pubertos idilios.
  • Y nos duerma con crepúsculos tiernos de inolvidable entorno.
  • Puede que los recuerdos nos sean ya insípidos ante el peso del tiempo.
  • Puede, que, sin darnos cuenta, tras los largos inviernos, a fuerza de los fríos nos quedemos sin bríos.
  • Y empecemos, también sin darnos cuenta, a sentir la desaparición de la memoria.

(Ver, p. 89, primera secuencia poética o bloque de sentido).

La suma de fraseos y funciones de pronunciamientos en ritmos ascendentes y variados participa de cada vínculo verbal y relacional de la estructura interna del poema. En tal sentido sus puntos de escritura se vinculan al eje verbal de cada expresión, tal y como se puede reconocer en el ejemplo anterior de relaciones verbales y consecutivas.

El corolario que se desprende como suma de fases de la segunda secuencia (“ígnea, la herida vertida a ras de olvido cierra el ojo doliente al horror de la vida: tres estaciones raídas, un eslabón perdido; desolación rompiente…”), conecta con la síntesis o cierre del poema como conclusión significante:

“Gélido o calcinante, el marco poco importa. Importa este saberse íntegro ante el espejo que espeja (¡sic!) la certeza del ser, ante el juicio infalible de medular mirada”. (p. 90)

Todo el grito que se desprende de la “carta a Fernando Batey”, permite comprender la travesía iniciática del espacio-tiempo “bateyero”. Veamos:

“Ahora que nos estamos yendo –por ley de vida- resulta inevitable atinarle a la conciencia, levantar las cenizas, rescatar los huesos, dejar claro el panorama, las estelas, los pasos que trillamos en la pluralidad de esa existencia que hoy se viste de memoria” (p. 52)

Pero en este bloque epistolar la memoria se define y se pronuncia como acto de vida originaria y sobre todo como clave de travesía vital que también es mundo de significación:

“Memoria… cuerda vital a la cual nos asimos para sabernos vivos mientras, cada vez más, las pinceladas se asoman al ocaso y el cuadro colorido se estampa en nuestros ojos tal como es: certero, inapelable, equidistante de las albas y crepúsculos ya idos”. (Ver, loc. cit.)

La “Carta a Fernando Batey” engloba una semántica biográfica ligada al fenómeno del batey, su fuerza de dominación etnopolítica y explotadora donde el detalle resulta elocuente en sus formas, actos, golpes, puente del ingenio, servidumbre engañosa, vagones infinitos, chillido de niños, heroicas hazañas de la niñez eterna, madres excelsas, padres plurales venidos de los campos, certidumbre del día amarrado al cinturón de la perseverancia, obras del pueblo, forjadores también del batey y su historia… constituyeron ese mundo memoria, troncos sólidos que preñaron madrugadas lluviosas, ardientes mediodías que “extendieron crepúsculos llameantes… en los campos y fincas que nunca fueron suyos”. (p. 53).

Sin embargo, el poeta los evoca en su propia fuerza de memoria:

“Todos ellos, Fernando, llevaron en la piel a los otros fernandos que paralelamente somos y seguiremos siendo, atados al cordón umbilical de la epopeya bateyera”. (p. 54)

Todo este polilogos existente en la “Carta a Fernando Batey” se reconoce y afirma en la mirada poética del Epos bateyero y sus personajes ya históricos por mor del tiempo que no cesa de acompañarlos y presentificarlos como cuerpo anticolonial y emancipatorio. Huellas también visibles en poemas como: “¿De qué lado del dolor duele la pena?” (pp. 91-92); “Afuera ruge el viento” (pp.93-94); “De los silencios” (p. 95); “De tu pena, poeta, de tu pena” (p. 99), y otros.

Toda una “arqueología” y una “genealogía” del dolor y la esperanza surgen desde estos poemas de Juan Matos, labrador de palabras que testimonia un vínculo de origen y memoria propio de una poética del testimonio y la simiente plural identitaria.