El texto de Mir que venimos comentando desde el artículo anterior nos da más elementos para entender el siglo XVII. “…la llegada de un nuevo Gobernador en 1634, veintiocho años después de aquellos acontecimientos (las Devastaciones) y subraya (se refiere al historiador José Gabriel García) que el funcionario llega precisamente cuando la decadencia continuaba destruyendo todos los elementos de vida con que contaba la Colonia que, sumida en profundo sueño, sólo despertaba a la esperanza cada vez que había un cambio de personal en la administración civil o religiosa. Sumida en profundo sueño, he ahí una metáfora sutil que contiene no obstante una tesis histórica de gran destino. Si se trata de un sueño podrá explicarse más tarde que continuara viviendo más allá del Siglo XVI hasta nuestros días” (Mir, pp. 148-149). El mulataje, los plátanos, la amoralidad fruto de la necesidad, la ruralización de la sociedad y ese estado letárgico que parece no importarle nada, ¿son señas de identidad del dominicano? Dicha pregunta merece una investigación y el origen de todo ello por supuesto está en las perversas decisiones de los reyes Felipe II y Felipe III que sumieron a los pobladores de habla española de la isla La Española en la más espantosa miseria por un siglo.
La otra consecuencia importante de las Devastaciones es el surgimiento de la colonia Francesa de Saint Domingue. La brutalidad de Felipe III no tomó en cuenta que al despoblar la parte occidental de la isla le facilitaba el establecimiento de potencias enemigas de la Corona española en dicho territorio. Y así ocurrió. El origen de la colonia francesa comenzó con la actividad de unos hombres llamados bucaneros que se dedican a llegar a territorios del Caribe a matar reses y curar sus pieles para venderlas en Europa, el mismo negocio de los hateros. Y la isla de Santo Domingo estaba llena de reses salvajes. Bosch describe muy bien a los bucaneros: “…los bucaneros formaban un grupo social notable por su originalidad. Resulta difícil concebir, en el mundo de esos años —y aun hoy— algo parecido. Que hombres rudos, incultos, que se ganaban la vida con un trabajo primitivo, pudieran vivir pacíficamente, sin leyes, y sin autoridades, sin un poder que les impusiera temor, es algo difícil de creer. Y sin embargo eso existió en el siglo XVII, en una porción de esa frontera de armas que se llama el Caribe” (Bosch, vol. XIII, p. 238). Comparativamente los bucaneros hacían lo mismo que los monteros en la parte oriental, pero estos estaban sometidos a la autoridad de un hatero, el dueño de las tierras y el ganado que mataban para curar sus pieles y venderlas, los bucaneros en cambio vivían si patrón, ni jefe, ni dueño. En el siglo XVII eran esas reses salvajes la principal -diríamos única- fuente de riqueza. Pero la sociedad bucanera duraría poco, era imposible que las otras potencias europeas contrarias a España no se dieran cuenta que las pieles que compraban podían estar bajo su control directo y que incluso podrían tener tierras aptas para el cultivo de productos muy deseados por los mercados europeos.
“La sociedad bucanera parece haber conservado sus valores fundamentales hasta el día de su extinción; en cambio lo que se transformó pronto en un antro de desalmados —y en un sitio disputado a muerte por españoles, franceses e ingleses— fue la Tortuga. La Tortuga sólo comenzó a tener importancia —e historia— cuando los bucaneros hicieron de ella su plaza comercial en el año de 1630. La Tortuga era una isla pequeña, situada sobre la costa noroeste de la Española y a sólo dos leguas de ésta. En la costa del sur había un buen puerto natural, bien abrigado y fácil de defender, que era, además, la única entrada de la isla. Aunque rocosa, la Tortuga era fértil, con buenas aguas de manantiales, y tenía algunos valles. En suma, la Tortuga era una pequeña joya del mar y era también una fortaleza natural colocada junto a la Española, como un puesto avanzado. Geográficamente no se hallaba en el Caribe, pero política e históricamente pertenecía a él. La Tortuga es hoy una dependencia de Haití; sin embargo, Haití es una hija de la Tortuga” (Bosch, vol. XIII, pp. 239-240). Haití nació en la Tortuga y ese establecimiento inicialmente bajo el control de los bucaneros, terminó siendo la avanzada de la Corona francesa que luego pasaría a la isla mayor e iniciaría la formación de la colonia más rica que tuvo Francia durante todo el siglo XVIII, la colonia de Saint Domingue. España siempre mantuvo, sin ningún éxito notable, la guerra contra los pobladores franceses de la parte occidental durante todo ese siglo.
Bosch nos brinda el momento en que la nueva colonia francesa parecía definirse. “En 1678, la población francesa de la costa oeste de la Española era de 4.000 a 5.000 familias, contando los esclavos; y estos no podían ser muchos. La producción principal de esa población era tabaco —unos 2.000.000 de libras al año— y el tabaco no requiere mano esclava. Hacia el 1678 la población se concentraba en unas cuantas villas. La más importante era Cap-Français, situada en el noroeste, y le seguían, hacia el oeste, Port Margot y Port de Paix; en el sur, al oeste del actual Puerto Príncipe, estaba Leogane —la antigua Yaguana—; al oeste de Leogane se hallaba Petit-Goave” (Bosch, vol. XIII, p. 317). Ya la parte occidental tenía establecimientos franceses en toda la geografía de lo que ahora es Haití y producía tabaco, además del negocio de las pieles. ¿Por qué no hicieron lo mismo los colonos españoles de la parte oriental? Porque la Corona española no lo permitía o lo gravaba con tantos impuestos que no era posible mercadear tabaco en Europa con tales precios. Al final se reconoció formalmente la existencia de Saint Domingue como colonia francesa con el tratado de la Paz de Ryswick, firmada el 20 de septiembre de 1697. Pero a la vez que España reconocía como perdida su soberanía sobre la parte occidental de la isla de la Española, pocos años después subía al trono español un miembro de la familia Borbón, que era la familia real francesa -y que todavía es la familia reinante en España- por tanto, siendo de la misma familia los monarcas de España y Francia, se inició un nuevo siglo, el XVIII, donde los conflictos entre Saint Domingue y Santo Domingo cesaron y comenzaron a comerciar unos con otros. Esa situación tuvo como mayor beneficiario a los colonos españoles de La Española que comenzaron a superar lentamente el estado de miseria que habían vivido durante todo el siglo XVII.
Como producto del cierre de la economía azucarera a mediados del siglo XVI y las Devastaciones de inicios del XVII, surgió en nuestra isla una nueva realidad política, la llamada colonia francesa de Saint Domingue que posteriormente sería la República de Haití. La importancia que tiene Haití en el desarrollo del pueblo dominicano es incalculable y volveremos sobre ella en otras cátedras de este curso. Por tanto, el siglo XVII, por la miseria padecida y el surgimiento de lo que posteriormente sería Haití, es indudablemente la cuna de la identidad del pueblo dominicano. Las decisiones políticas de la corona española y los modelos económicos que se implementaron en todo el proceso, incluida la fuerte miseria padecida durante el siglo XVII, modelaron la sociedad dominicana en su germen, aunque indudablemente otros muchos hechos durante los siglos XVIII, XIX y XX explican cómo es la sociedad dominicana de inicios del siglo XXI.