Segunda parte
Antes de comenzar su andadura política, es bien sabido que Juan Bosch ya había dado sus primeros pasos como escritor, en particular de cuentos, pero también de novelas, entre los cuales cabe mencionar títulos como La mujer, escrito cuando Bosch iniciaba su carrera de cuentista, o Camino Real, publicado por vez primera en 1933 y, sobre todo, La Mañosa, cuya primera edición data de 1936. Pese a las diferencias de estructura, extensión, argumento e incluso, hasta cierto punto, de estilo literario, encontramos en todas ellas lo que podría denominarse un contenido de carácter social, es decir, una preocupación por los problemas y la suerte de los grupos más desfavorecidos, como mujeres, niños y campesinos, por citar solo algunos ejemplos de especial importancia en el pensamiento político posterior de Juan Bosch.
Resulta altamente significativo el hecho de que, cuando escribió esas obras, y según afirmó expresamente su propio autor treinta años más tarde, las mismas carecían de una intencionalidad política propiamente dicha, lo cual no deja de sorprender. En efecto, Bosch es claro cuando reconoce que en sus primeros escritos, aparte de pequeños rasgos autobiográficos, hay tan solo una narración que, en términos más o menos actuales, calificaríamos de ‘relato histórico’, lo cual en su estricta acepción literaria viene a ser una ficción de ambientación histórica, pero cuya finalidad sería más bien la de entretener enseñando, de igual modo que muchas otras novelas de un cariz similar, al menos desde la explosión de dicho género literario, sobre todo a partir del siglo XIX.
Este preámbulo, quizás un poco extenso, pretende contextualizar el paso de Juan Bosch de una etapa histórica, que no solo estaba vigente en sus páginas escritas en la década de 1930, sino que, como él mismo admitió, se prolongó hasta bien entrados los años 1960, en el sentido de que tanto en la primera fecha como en la última, separadas entre sí por un lapso de treinta años, Bosch ignoraba la causa de las guerras civiles cuyas consecuencias había descrito magistralmente en La Mañosa. De hecho, en su presentación de la tercera edición de esa obra, publicada en 1966, el autor señala que esta solo era política por cuanto ponía de relieve la circunstancia de que las continuas revueltas armadas habían causado tantos males al país que habían contribuido a impedir su desarrollo. Para remachar su idea, Bosch añade que de una forma u otra todos los dominicanos sufrieron las consecuencias de esas luchas personalistas, que se planteaban y resolvían, literalmente, a balazos.
Sin embargo, en las palabras que escribió para la edición especial de la obra ya mencionada, que apareció en 1974, el profesor se refiere a un cambio trascendental, ocurrido en 1968, mientras se encontraba en España, donde escribió su trabajo titulado Composición social dominicana, en el cual sostiene sin ambages que la causa de las guerras intestinas dominicanas es la lucha de clases. De acuerdo con el planteamiento de Bosch, esta lucha carecía de orientación ideológica y tenía lugar entre capas diferentes de una numerosa pequeña burguesía que se enfrentaban porque la guerra civil constituyó, durante mucho tiempo, el canal de ascenso político más seguro que había en el país. Como conclusión de sus palabras preliminares, don Juan insiste en que hasta 1968 él desconocía lo que era la lucha de clases, al menos en cuanto a su verdadera realidad histórica, pues sin duda mucho antes de ese año ya conocería la existencia de dicho concepto teórico, introducido por Karl Marx como elemento clave de su corriente de pensamiento filosófico-político y económico a mediados del siglo XIX. Aunque Bosch nunca se declaró marxista, y mucho menos comunista, no es aventurado establecer que esta teoría, que reviste una enorme importancia desde el punto de vista historiográfico, al margen de cualquier otra connotación de tipo ideológico, debió influir en su manera de interpretar el pasado dominicano, dada su condición de historiador, pero también en su análisis de la realidad que le tocó vivir, desde sus responsabilidades como dirigente político.
Estos avances en la comprensión de la historia dominicana por parte de Bosch, que lo llevaron a caracterizar la Guerra de la Restauración como una guerra social, entre otros factores, también lo condujeron a concebir que la principal causa de la esterilidad de las mal llamadas revoluciones dominicanas consiste en que las mismas solo permitieron el ascenso social de muy contadas personas, lo cual impidió la configuración de una burguesía criolla que dirigiera el país, sin la cual este carecía de salida histórica. De ahí se deriva el continuo sentimiento de frustración que dejaban las guerras civiles en las capas superiores de la pequeña burguesía, cuyas aspiraciones de pasar a la clase social inmediatamente superior se vieron cercenadas una y otra vez. Podría relacionarse esta explicación histórica con la evolución del pensamiento político del propio Bosch hacia perspectivas más radicales, como conditio sine quae non de una verdadera revolución democrática, quizás incluso socialista, en línea con su conocida tesis de la dictadura con respaldo popular, pero sin necesidad de caer en los excesos del marxismo revolucionario. Dentro de esa transición ideológica cabría situar su abierta sintonía con ciertos aspectos de algunos movimientos de liberación nacional, como por ejemplo el vietnamita.
Para concluir estas líneas, y retomando el título que las encabeza, la actitud histórica de un político y la actividad política de un historiador se manifiestan, casi a partes iguales, en la trayectoria vital de Juan Bosch, adoptando la forma de una simbiosis casi perfecta entre la visión intelectual y la praxis política de un hombre capaz de abandonar, si bien temporalmente, sus altas responsabilidades partidarias como presidente del Partido Revolucionario Dominicano (PRD) desde 1966 hasta 1970. Este alejamiento de la primera fila no fue con ánimo de evadirse de la compleja coyuntura de aquellos años, sino que por el contrario le permitió regresar al país con un impulso de renovación estratégica, ideológica y ética frente a los desafíos que planteaba la necesidad de superar los vicios de la política tradicional, enquistados en los principales partidos del sistema democrático dominicano. Su exigente mensaje de moralidad en la administración de la cosa pública, así como sus casi insalvables diferencias personales y doctrinales con muchos dirigentes de uno y otro signo dentro del PRD, llevaron a Bosch en 1973 a fundar el Partido de la Liberación Dominicana, en aras de conformar una nueva organización política, capaz de responder a los lineamientos que imponían las circunstancias históricas de la sociedad dominicana.
Este repaso de algunos puntos particularmente interesantes para ahondar en la figura de Juan Bosch es solo una breve aproximación a la misma, por lo que no constituye una defensa de su pensamiento, ni tampoco una crítica, sino que más bien pretende poner de relieve la genuina búsqueda del rigor intelectual y la ejemplar actuación política de Bosch, quien fungió siempre ese doble papel con un sentido histórico de servicio a las mejores causas del pueblo dominicano en su conjunto.