La renuncia del profesor Juan Bosch del PRD en noviembre de 1973 desató un huracán político de categoría cinco porque de repente cambió el cuadrante estructural en el que discurría el vaivén de la política diseñada por los poderes supranacionales con el inefable muchacho de mandado Joaquín Balaguer a la cabeza.
Algunos de los que hoy profesan un boschismo casi sacrosanto fueron de los que contribuyeron a la política de acoso y aislamiento del renunciante a fin de perturbar su proyecto de crear un partido que fuera el instrumento de la liberación nacional y terminara con la dirección e influencia de los poderes supranacionales que siguen acogotando a la nación dominicana.
Laborábamos en el diario El Sol, cuyo director ejecutivo era Bonaparte Gautreaux Piñeyro, un boschista y medio que, curiosamente, hubo de salir del puesto días antes de una renuncia que se veía venir. Bienvenido Corominas Pepín, director y dueño del diario, amigo personal del profesor Bosch, se alineó en la dirección del soplo del viento y entonces El Sol se puso al servicio del lineamiento antibochista.
Como a veces la memoria traiciona, consulté recientemente la publicidad insertada en el diario desde un mes antes hasta un mes después de la crisis política desatada por Bosch y comprobé que previo al hecho la publicidad oficial balaguerista era ocasional y de tamaño reducido, y que luego de la renuncia y el acoso a Bosch la publicidad oficial, de a páginas completas, curiosamente (?) se tornó familiar, agenciada por Luis Hernández (Q.E.P.D.), una especie de periodista, oficial policíacomilitar sin designación formal, balaguerista contrario a la represión balaguerista –difícil de conjugar-, asaz bohemio, buen hombre y mejor compañero.
Curiosamente, fui apartado de la fuente política aunque me mantuvieron en la fuente de la Cancillería, siendo el Secretario de Relaciones Exteriores Víctor Gómez Bergés, de efectivas relaciones humanas y del sector político liberal del reformismo, pero me mantuve solidario con el profesor Bosch, quien creó el Bloque de la Dignidad Nacional, que al poco se desbarró, quedando él en el aire, en una especie de indigencia política.
La carrera política de Bosch había terminado a sus 64 años de edad, era la opinión socorrida, y hubo llegado el momento en que el PRD, revigorizado por Peña Gómez, reinó de nuevo confrontando al balaguerismo, con miras al torneo electoral de mayo de 1974. Artículos y editoriales, a una, decantaban a Bosch.
Sólo dos voces disonantes apartidistas se fueron contracorriente: la de don Rafael Herrera, director del Listín Diario, y la de Lipe Collado. Herrera, perspicaz, firme, al parecer sin favor ni temor, escribió un editorial titulado: “Bosch soto riéndose”, en el que planteaba, aproximadamente, cito de memoria, que aquel sabía muy bien hacia dónde debía de reconducir su carrera política, cuáles eran su táctica y estrategia, y que se reía en sus adentros de sus numerosos detractores.
Publiqué un artículo en El Sol titulado “Bosch es un Partido Político” en el que planteaba que “Juan Bosch, él solo, es un partido político”, que se bastaba a sí mismo y que por sus condiciones extraordinarias no había sucumbido y que habría Bosch para mucho rato.
Y entonces, por disonante gratuito, por ir contracorriente oteando más allá del horizonte barroso -porque sabía que lo que parecía convenirle políticamente a los poderes sojuzgadores supranacionales jamás podía convenirle al país-, vestido de negro en medio del prado cubierto de nieve, me convertí en un blanco perfecto -perdón, en un negro perfecto-, y hube de sufrir, y de confrontar, desde luego que sí, los ataques desmesurados de los tradicionales enemigos de la honestidad, la rectitud y la capacidad fundidas en Bosch, y de algunos que hoy son casi sacrosantos boschistas. ¿Y a quién le creo?