Juan Bautista Vicini Cabral, Don Gianni o Gianni para la inmensa mayoría, Don Juan para los que tuvimos la oportunidad de trabajar bajo su dirección, fue un dominicano dotado de muchas virtudes, algunas de las cuales se convirtieron en anécdotas que se han repetido un sinnúmero de veces. Otras nunca serán conocidas porque una de las principales virtudes de Don Gianni fue la discreción y muchas anécdotas, a través del tiempo, han sido calladas y ahora guardadas para siempre con él.

Desde muy joven, con la visión que siempre le caracterizó, y mientras estudiaba en el prestigioso Massachusetts Institute of Technology (MIT), donde se graduó de Ingeniero Químico Summa Cum Laude en 1946, comenzó a ahorrar con el propósito de dinamizar la industria de la construcción de su tierra natal, la República Dominicana, tierra que siempre amó.

Practicó la esgrima, e impartió clases de danza y, hasta hace pocos años, fue incansable bailador de merengue apambichao, foxtrot y tango en las celebraciones a que sus muchos amigos y familiares le convidaban.

Por igual era incansable en el trabajo, pudiendo pasar varios días seguidos de actividad hasta altas horas, con gran perseverancia y con la tenacidad de un hombre de acero. Así era su estirpe. Gianni no descansaba, trabajaba horas, días, semanas, meses y años sin rendirse, hasta concluir exitosamente las metas trazadas.

Quizás muchos no tuvieron la oportunidad de conocer a este buen familiar y mejor amigo, mientras que otros, como yo, tuvimos el mayor de los privilegios. Gianni, un hombre quien con humildad estaba siempre presente, y en los momentos difíciles tomaba la iniciativa pertinente, y se convertía en el dínamo de la solución con decisiones sabias y acciones necesarias, sin escatimar esfuerzo o recurso hasta encontrar la solución.

Solía pasar días sin comer, a manera de disciplina, pero sabía comer bien, y lo hacía en muchas ocasiones. Siempre al final de un almuerzo o cena en casa, se llevaba un paquetito de aquello que su paladar había disfrutado. Acompañado de los trabajadores en su hogar disfrutaba un plato de pasta hasta brillarlo con un pedazo de pan y despacharse un suculento postre, mientras yo esperándole para trabajar, veíamos al mismo tiempo un programa de televisión y todos por igual opinábamos abiertamente y al mismo tiempo sobre las trivialidades que ahí se presentaban.

Apreciaba igualmente la lealtad, y estaba presente, sin importar el tiempo o lugar para socorrer o premiar a quienes le acompañaron en alguna etapa de su larga y fructífera vida.

Enemigo del lujo, el boato y el dispendio, estaba siempre dispuesto a arriesgar su capital en buenas obras, ya fueran productivas, sociales y/o políticas. Apreciaba cuando un amigo le obsequiaba un buen postre, el cual agradecía y devoraba con honesta sinceridad; aunque debo decir, dentro de mi curiosidad natural, que los regalos en finas envolturas pasaban meses sin ser abiertos.

Sabía escuchar, lo hacía a menudo, y no le molestaba volver a escuchar lo mismo, hasta formar su propia opinión, y luego externarla con nítida precisión, una y otra vez, hasta convencer a su interlocutor. Con una memoria privilegiada, Gianni podía procurar en su cerebro detalles ínfimos y peculiares de experiencias y conversaciones de su larga vida, y rastrear con certera precisión un trozo de papel con anotaciones olvidadas y amontonadas por meses en archivos también olvidados.

Sobre todo, era hombre y caballero, su palabra valía, y era verdad, y siempre enseñanza. Tuve el privilegio de presenciar cuando familiares, hombres de negocios, socios y políticos amigos y adversos procuraron su opinión o sabio consejo como fuente didáctica y sana. Nunca reclamó crédito de consejos exitosos, como tampoco desdeñó responsabilidad de esfuerzos fallidos.

Su participación en el nacimiento de la democracia dominicana fue hecha pública muchos años después por terceros, su humildad y discreción la habrían llevado a la tumba donde hoy ponemos a descansar sus restos, junto a sus seres queridos.

Mr. X, seudónimo con el cual le bautizaron durante la lucha contra la dictadura de Trujillo, fue también el socio ejemplar. Con su apoyo real, dirección personal, sabios consejos y recursos económicos, se formaron y establecieron, luego del ajusticiamiento del tirano Trujillo, asociaciones empresariales y sociales, universidades y escuelas, bancos, plantas manufactureras, generadoras eléctricas y periódicos. Bajo su indiscutible liderazgo, Don Gianni se convirtió y fue el socio honesto y discreto más buscado y apreciado por empresarios dominicanos y extranjeros en el forjamiento de la libre empresa de nuestro país.

Con el fallecimiento de mi querido Don Gianni, desaparece físicamente el último de los hijos de Felipe Vicini Perdomo y Amelia Cabral Bermúdez, quienes formaron a sus cuatro hijos Gianni, Laura, Giuseppe y Felipe, dentro de la enseñanza católica. Religión que Don Juan profesó, haciendo una costumbre diaria rezar al Todopoderoso antes y al término de una jornada de trabajo. Don Gianni era un hombre de carne y hueso, realista, creyente y como hombre sabio, conocedor y obediente a nuestro Dios.

En un momento, convocó la presencia de su descendientes, y ese padre se convirtió ese día en el propiciador ejemplar de la transferencia de un negocio prácticamente desconocido hasta por ellos mismos, atado incógnitamente a los mejores intereses de la tierra donde su pionero abuelo hizo su hogar.

Gianni fue un Dominicano extraordinario, el hombre-negocio, quien junto a sus hermanos, legó a Felipe, Juan, Amelia, José y Marco una vida de unión familiar, trabajo, honestidad, ahorro, discreción, patriotismo, humildad, tenacidad, amor a Dios y al prójimo entre otras nobles virtudes.

Las enseñanzas de Don Gianni han sido bien aplicadas por sus descendientes quienes en poco tiempo han impartido sangre nueva y visión de futuro, y, honrando su mandato, han transformado a VICINI en una de las principales firmas del país y la región.

La partida física de Don Gianni me deja un vacío profundo que sobrepasa mi corazón, comparable únicamente a cuando, hijo único, hace unos años perdí a mi madre y luego a mi padre. Su partida física también me deja el tesoro de más de veinte años a su lado, llenos de vivencias, experiencias, historias y enseñanzas que jamás olvidaré.

Querido Don Gianni, hace unos años que le extraño y hoy con pena real debo reconocer que me ha hecho mucha falta.

Don Gianni, sé que Dios dará paz a sus restos. Espero encontrarle de nuevo, pero mientras tanto sé que usted estará velando y cuidándonos a nosotros, y eso, de alguna manera, nos da cierta tranquilidad en este momento de tanta tristeza.