« J’ai deux amours, mon pays et Paris », cantaba Joséphine Baker en los teatros parisinos. Más tarde, dada su imposibilidad para concebir, a ese par de amores hubo de agregar otros doce: sus hijos adoptivos.
Uno pensaría -prejuicios por todo lo alto- que las preocupaciones de una bailarina de cabaret no van más allá de su apariencia. Qué si el vestido esto, qué si el maquillaje lo otro, qué si el perfume no sé como… Sin embargo Mademoiselle Baker siempre fue inmune a la frivolidad.
Norteamericana de nacimiento, pero francesa por convicción, Joséphine nace en St. Louis, Missouri en 1906. Rodeada de carencias, desde muy pequeña empieza a trabajar como sirvienta en una casa de blancos acomodados. En los años veinte, después de haber bailado en su ciudad, en Filadelfia y Nueva York, “aterriza” en París, donde hará vibrar a más de dos con su espectáculo de la «revue nègre» en el teatro Champs-Elysées.
Cuál fue la aportación de la Baker, me pregunto mientras veo su mítica imagen en la que su atractiva desnudez coexiste con un cinturón de bananas: ¿agregarle sabor a las noches de los années folles?, ¿jugarse su moreno y terso pellejo, participando con la resistencia durante la Segunda Guerra?, ¿sobreponerse a la imposibilidad de ser madre, adoptando una docena de nenes?, ¿apoyar sin excusas la causa de Martin Luther King?, ¿ser la precursora de las comunas peace&love, fundando le « village du monde» en su château de Dordoña? Todo ello hizo en su riquísima existencia, difícil de abordarlo en este espacio.
Hablemos del castillo. La Dordoña es una región del suroeste que ha dado varias grandezas a Francia, como las grutas de Lascaux, donde los primeros hombres convertían sus miedos en pinturas o la magia de las trufas que crecen en sus bosques y que se cotizan a precio de oro. Entre aquellos campos verdes, Joséphine encontró la casa de sus sueños: el château des Milandes.
Una construcción de 1489 (más antiguo que los viajes de Colón) sin agua corriente ni luz pero con mucho corazón, sería el lugar ideal para su familia. Una familia que por su número parecía una escuela y por su origen, delegación de la ONU. La tribu del arcoíris, la llamó desde entonces.
Ella y el penúltimo de sus maridos, el director de orquesta Jo Bouillon querían demostrar que la fraternidad trasciende a cualquier raza o religión, así que desde 1955 adoptaron niños de todo el mundo: Akio, coreano; Janot, japonés; Jari, de Finlandia; Luis, colombiano; Marianne y Brahim de África del Norte (probablemente de Argelia); Moïse, Jean-Claude y Noël franceses; Koffi de Costa de Marfil; Mara, venezolana y Stellina, marroquí. Cualquier semejanza con la prole de Angelina Jolie no es coincidencia sino mera imitación…
Adquirieron el castillo en 1947 y usaron su fortuna para que Milandes fuera el “Village du monde”, paradigma fraterno. Sin embargo las cosas rara vez sale como se planean, pues en dicho château se escondía el dragón de las deudas que, como no dejaba de crecer, terminó por devorar los ahorros de los Baker; hasta el punto de que a fines de los sesenta, sería sacado a remate (el inmueble no el dragón).
Después de esto, la mamá y sus hijitos (para entonces se había separado de Jo) se trasladan al Hotel Scribe, a unos pasos del Teatro Olympia, escenario que también gozó de sus artes. Luego, gracias a la generosidad de la princesa Grace, se establecerán en Mónaco.
¿Y la Baker resistente? En 1939 colabora con los servicios de inteligencia. Como toda celebridad digna de tal nombre, ella circula libremente por la Francia ocupada y es bienvenida en cuanta recepción se presenta. Dicen que entre las partituras de sus canciones enviaba mensajes cifrados y que su popularidad ayudó a escapar a muchos. Igualmente hizo suspirar a las tropas aliadas que se batían en los desiertos del África, dando shows “motivacionales” en Marruecos. Sin embargo, esta faceta es bastante ignorada, incluso por el propio Estado francés, que se tardó como veinte años en reconocer su labor y sólo hasta 1961, le otorga la medalla de la Legión de Honor.
La vida no es seria en sus cosas, dice un cuento de Rulfo, pues Joséphine Baker no pudo hacer rentable el château que terminó siendo su ruina financiera. No obstante, hoy los actuales propietarios nos llevan por diez euritos a aquellos años idos y podemos ver sus vaporosos vestidos o visitar el baño, literalmente adornado de oros, donde la reina del París nocturno se despojaba de ellos.
Cuando entramos al sitio web del castillo Milandes, se despliega ante nosotros una cita de la Baker: « Aunque el hombre en la tierra hable lenguas distintas o tenga un color diferente, todos contamos con un corazón repleto de sangre roja ». Tooo-doos habríamos de repetir despacito a los Trumps y Le Pens que se obstinan en olvidarlo… Lo malo son los borregos que les hacen eco.