¡Qué problema el de los medios de comunicación, políticos y funcionarios que  hacen de los héroes, estereotipos despersonalizados!

Los grandes líderes históricos fueron hombres y mujeres que hicieron sus hazañas impulsados por fuertes sentimientos de amor. Sufrieron, erraron pero, sobre todo, fueron apasionados soñadores. Los imposibles solo existen para pesimistas. Los que  “arden la vida con tantas ganas”, traemos a cuestas la divina culpa del andar amando y soñando.

Bolívar, Sucre, San Martín, Duarte, Gómez y Martí fueron amantísimos soñadores.

Martí, por ejemplo, tuvo una vida entre sublimes amores y hondos sufrimientos. Son varias las dimensiones del amor en Martí: filial, especialmente, a su madre e hijo (Ismaelillo); el amor a los niños, magistralmente expresado en La Edad de Oro, obra maestra que debiera ser referente y lectura necesaria para todos los niños latinoamericanos. Sin hablar de su amor primero, a su patria y, a la América Nuestra.

Hay acontecimientos en la niñez que nos marcan para toda la vida. Y no podríamos referirnos al amor en José Martí sin conocer un hecho de vital trascendencia y al que no siempre se le ha dado la relevancia que merece. Si abres las páginas de internet sobre Martí, empezando por Wikipedia, parten del Martí preso a los 16 años, o del Martí desterrado a los 17 años. Y sí, esos fueron hechos que marcaron hondamente su vida, sin embargo, para mí, esos hechos solo hicieron consolidar ideales que ya estaban formados desde los 9 años. Encontré en la Revista para niños Zun Zún, un texto taaan revelador de aquella etapa modeladora de ideales y sensibilidades en Martí que quise compartirlo:

“Tracatraca, tracatraca, tracatraca…
Un tren, que ahora nos parecería el abuelo de todos los trenes, rueda por las vías. El tren de La Habana empieza a entrar en tierras de Matanzas.
Dentro va un hombre serio, pero de corazón de miel. Junto a él está sentado su hijo mayor, de nueve años (…) El niño se llama José Julián Martí Pérez, pero toda la familia le llama Pepe.
El tren siguió rumbo a su última estación. Desde allí, don Mariano Martí Navarro y su hijo, continuaron viaje a caballo hasta llegar a un pequeño pueblo que se llamaba y se llama Caimito del Hanábana.  Allí le habían dado trabajo al padre de Pepe.
En ese lugar pasó casi un año y nunca lo olvidó, por todo lo que vivió.
Niños esclavos fueron sus mejores amigos y compañeros de juego. El viejo Tomás, fue como su héroe más querido. Le contaba cuentos de su lejana África y le cantaba y silbaba.
Pepe sufría viendo cómo obligaban a trabajar a latigazos a aquellas personas; y cómo le ponían cadenas… Una vez vio a un negro que se había ahorcado porque no quiso seguir siendo esclavo. Pepe comenzó a sentir lo que muchos años después escribió:

Yo sé de un pesar profundo
Entre las penas sin nombre:
¡La esclavitud de los hombres
Es la gran pena del mundo!

Lee los versos que hizo, recordando los meses en que había sido tan feliz en los campos de Cuba; y en los que también sufrió con el dolor de sus amigos esclavos:

 

El viento, fiero, quebraba
los almácigos copudos;
andaba la hilera, andaba,
de los esclavos desnudos.

El temporal sacudía
los barracones henchidos:
una madre con su cría
pasaba, dando alaridos.

Rojo como en el desierto,
salió el Sol al horizonte:
y alumbró a un esclavo muerto
colgado a un ceibo del monte.

Un niño lo vio: tembló
de pasión por los que gimen:
¡Y, al pie del muerto, juró
lavar con su vida el crimen!” http://www.zunzun.cu/libros/marti/pena.htm

Desde los 9 años  José Martí no dejó nuuunca de temblar de pasión por los que padecían opresión, de luchar por los humildes y para los humildes, como él mismo expresó. Desde los 9 años, el Martí de todos los latinoamericanos,  dedicó cada día de su existencia a “lavar con su sangre”,  ya no aquel crimen que truncó su inocencia infantil, sino todos los crímenes que se cometían contra su amada patria que vivía entre Yugo y Estrella, él pidió a su madre la estrella libertaria y con ella anduvo obrando por la libertad de Cuba

Martí fue excelente consejero de amor sin embargo, él mismo fue desdichado en el amor. Aquí fragmentos de la paradigmática carta a su hermana Amelia:

“Nueva York, 1880

Querida Amelia:

Tengo delante de mí, mi hermosa Amelia, como una joya rara, y de luz blanda y pura tu cariñosa carta. Ahí está tu alma serena, sin mancha, sin locas impaciencias. Por eso quiero yo que te guardes de vientos violentos y traidores, y te escondas en ti a verlos pasar: que como las aves de rapiña por los aires, andan los vientos por la tierra en busca de la esencia de las flores (…)

Toda la felicidad de la vida, Amelia, está en no confundir el ansia de amor que se siente a tus años con ese amor soberano, hondo y dominador que no florece en el alma sino después del largo examen, detenidísimo conocimiento, y fiel y prolongada compañía de la criatura en quien el amor ha de ponerse.

Empiezan las relaciones de amor en nuestra tierra por donde debieran terminar. ¿Tú ves un árbol? ¿Tú ves cuánto tarda en colgar la naranja dorada, o la granada roja, de la rama gruesa? Pues, ahondando en la vida, se ve que todo sigue el mismo proceso.

El amor, como el árbol, ha de pasar de semilla, a arbolillo, a flor, y a fruto.

Y ayúdate de mí para ser venturosa, que yo no puedo ser feliz, pero sé la manera de hacer feliz a los otros. http://www.acento.com.do/index.php/blog/510/78/Carta-de-Jose-Marti-a-su-hermana-Amelia.html