"Yo me enamoré una vez, don Alonso, y me dio muy buen resultado. Una experiencia agradable. En fin, ya sabe usted lo exagerado que es el amor. Una patología tentadora y gratificante en muchos momentos, pero siempre deja su poso de hiel. Uno tiene que sobreponerse a ciertos accidentes, a ciertos disturbios dialécticos en el fluir de la convivencia con la persona amada. No quiero recordarle poemas de Pedro Salinas, heterosexualmente hablando, o los de Cavafis, desde un punto de vista homosexual".
Amanece que no es poco
José Luis Cuerda
Amanece que no es poco es considerada por muchos, no solo la obra más emblemática del director y una de las comedias más importantes del cine español -sin obviar por ello la calidad de muchos de los títulos que rodó José Luis Cuerda- sino a la vez un punto de partida que dio origen a una forma diferente de hacer humor en este país. Aunque renovado, no podríamos decir que sea completamente original ni que partiera de cero, pues convoca, como ya se señaló en el anterior artículo la más pura tradición española del género y a la vez recoge el testigo de prestigiosos e importantes humoristas del absurdo como Tip y Coll o el mismísimo Gila, referentes imprescindibles para comprender el carácter peculiar de cierta forma de reír en ésta península.
Afirmaba Umberto Eco que lo trágico y lo dramático contienen en sí mismos una universalidad de la que carece lo cómico. El humor queda al margen de dicha característica. Según su visión, tanto la tragedia como la comedia, se basan en la trasgresión, en la ruptura de una regla social, sin embargo y cito textual al autor "a diferencia de la tragedia, las obras humorísticas dan la regla por descontada y no se preocupan de reafirmarla porque, entre los miembros del grupo, es tan reconocida que no hace falta ni explicarla. Y la regla será todavía más aceptada e indiscutida después de que la licencia cómica ha permitido jugar con ella y violarla". Y eso es precisamente lo que tienen las películas de Cuerda, esa inequívoca licencia que pertenece al propio grupo de referencia y de la que pueden llegar a sentirse excluidos el resto de espectadores. Pero esto no quiere decir que el director hiciera un tipo de cine elitista y al cual muy pocos pudieran acceder. Tan solo confirma, una vez más, la dificultad para movernos con soltura por el territorio de la risa y llegar a compartirla. Este hecho, en todo caso, no debiera sorprendernos, son muy pocos los humoristas que transitan el complejo territorio de la comedia sin dificultad forjando carcajadas en personas de países diferentes. El mejor monologuista americano puede ser un personaje perfectamente anónimo en China. Hay en la risa una clave interna difícilmente asumible por aquel que desconoce las reglas del juego. Por eso nos es tan difícil comprender determinados gags, porque contienen símbolos a los que ni vivencial ni intelectualmente podemos acceder, ya que nunca tuvimos contacto previo con las estructuras que les dan forma. Hace falta complicidad para reír en común.
Sin embargo y pese a lo dicho hasta el momento no había tan solo dislate y puro desatino en ese mundo enloquecido en el que a veces se movió José Luis Cuerda, sino que hubo y mucho de ternura en su mirada, de integrar el medio rural a su manera, trastocando la realidad para, al mismo tiempo, absorber de las raíces de la tierra su alimento. Su objetivo fue siempre mostrar la vida desde todos los ángulos posibles y desde todos los registros posibles. Así nos acerca en algunas de sus propuestas a ese mundo rural español que aún es capaz de mantener la esencia de lo que una vez fuimos y que se apega a costumbres que la ciudad hace muchas décadas ignora hasta el punto de no reconocerse en ellas.
Cuerda es esa voz que nos trae a la memoria quienes fuimos, en ocasiones a través del humor, casi de la travesura, otras deslizándose con suavidad y en movimientos mucho más sutiles para acercarnos al sentimiento, a la melancolía por un tiempo ya pasado y siempre irrecuperable. Hay en él una danza elegante y una intención mucho más universal, si nos atenemos a las palabras de Eco, a la hora de rodar títulos tan maravillosos como inolvidables, películas como El bosque animado, La lengua de las mariposas o La educación de las hadas, por citar tres de mis favoritas y en las que es mucho más sencillo el reconocerse y sentir al unísono.
Hubo también y mucho, en algunos de los títulos que rodó, de no dejar títere con cabeza, de empeñarse en contarnos la realidad -esa tan suya que algunos acabamos por hacer nuestra- y de hacer repaso a delitos y faltas de una sociedad cada vez más distanciada de lo realmente humano. Cuerda fue asimismo un hombre crítico y comprometido socialmente y lo sería aún más en su última película Tiempo después en la que nada escapa a su mirada, esta vez nada complaciente sobre una sociedad, de la que no duda en mostrar sus trapos sucios, prescindiendo en esta ocasión de cualquier atisbo de locura que pueda desviar al espectador de su objetivo principal. En este, el que sería su último film, por el contrario, nos arroja a la cara verdades como puños para evitar que miremos hacia otro lado. Al igual que harían, si bien en claves muy diferentes, Buñuel o Luis García Berlanga entre otros, Cuerda recoge el testigo para enfrentarnos a cuestiones como la desigualdad y la injusticia social, al capitalismo feroz y la debilidad de las actuales democracias, a los privilegios y artimañas del poder y de la iglesia, entre otras muchas cuestiones que amenazan a una sociedad que cada vez se construye en mayor medida desde parámetros que tienden a deshumanizarla y vaciarla de todo contenido.