“Había un ciego en Masegosa, el pueblo de mi familia, al que su mujer engañaba diciéndole que estaba lloviendo, cuando no llovía, y le hacía cruzar la plaza saltando charcos imaginarios, lo que provocaba las risas de todos”.
José Luis Cuerda
Ser Amanecista es un término que a decir verdad, aquí y en cualquier lugar, casi todo el mundo desconoce. Sentirlo con manifiesto orgullo, presumir de ello y confesarlo abiertamente en España, es declararse incondicional y ferviente seguidor de una película imborrable en el imaginario de algunos de los que amamos el cine en este país, “Amanece que no es poco” de José Luis Cuerda. El argumento es difícil de concentrar en una cápsula, no por su complejidad si no por lo excéntrico de esta propuesta coral que roza el esperpento y el absurdo. Cualquier referencia al mismo es muy breve, un padre y su hijo, éste último profesor en una Universidad de Oklahoma (Estados Unidos) regresa para disfrutar de un año sabático y juntos realizan un viaje en sidecar. En su camino se detienen en un pueblo remoto y a partir de ahí suceden las más hilarantes historias que se entrecruzan hasta dibujar un perfecto mosaico acerca de la naturaleza humana.
Este manchego de jocosa mirada y semblante serio tuvo el privilegio de poseer una mente ágil y una portentosa imaginación capaz de crear a partir de la realidad, como él afirmó siempre, infinitos universos. Pero no solo tuvo una increíble capacidad para fabular, sino que poseía una enorme cultura y un profundo amor por los libros que no dudó nunca en llevar al cine y lo hizo en no pocas ocasiones adaptando diferentes novelas e introduciendo con frecuencia referencias literarias en sus películas, "De entrada se casó usted con la Paddington, que había estado casada otras tres veces cuando había muchas que no se habían casado ninguna y usted podía haber elegido (…) Y ahora, para rematar, me dicen estos amigos que ha escrito usted 'Luz de agosto', la novela de
Faulkner, ¡de William Faulkner! y ¿no podía usted haber plagiado a otro? ¿Es que no sabe que en este pueblo es verdadera devoción lo que hay por Faulkner?" (diálogo de Amanece que no es poco).
Su peculiar forma de ver el mundo y de recrearlo raro, alocado y diferente ha dado títulos, para la historia de la cinematografía de este país, imposibles de olvidar. Su obra, que el definió a veces como surrealismo rural y su disparatado sentido del humor beben de la mejor tradición española, esa que procede de grandes nombres como el Arcipreste de Hita y el Lazarillo, de Cervantes y Quevedo, de Valle-Inclán y Wenceslao Fernández Flórez. De este último Rafael Azcona, uno de los más prestigiosos y reconocidos guionistas no sólo aquí sino fuera de nuestras fronteras, llevó a cabo una brillante adaptación de su obra a la que Cuerda dio forma en su deliciosa película El bosque animado, una auténtica joya y un título imprescindible para todo devoto del séptimo arte.
A decir de algunos y me sumo, sin dudarlo, a esta opinión Cuerda poseía una de esas mentalidades renacentistas que se entregan con pasión a todo cuanto tocan para lograrlo bordado exquisito. Hizo de su vida sencilla aquello que deseaba hacer. Fue un prestigioso director, productor, guionista, escritor y todo un amante del buen vino en cuya elaboración se volcó en sus últimos años y con el mismo entusiasmo del que siempre acompañara todos sus proyectos. Su figura es todo un referente para varias generaciones del cine español. Y es que el director supo hacer brillar sus películas en todos los registros posibles, desde la profundidad de un humor surrealista e irreverente, hasta la sensibilidad con la que consiguió abordar temas arriesgados y de una carga emocional tan enorme como la posguerra española. Las palabras de Borja Cobeaga, director de cine, confirman ese poder, casi mágico en él, para transformar la realidad de una forma nueva y absolutamente personal “Berlanga, Azcona… No puedes hablar del humor español sin recordarlos, pero Cuerda cogió lo mejor de todos ellos y lo volvió completamente alocado.”. Buena prueba de ese magnífica locura de la que habla Cobeaga, se deja sentir de principio a fin en Amanece que no es poco, una de esas películas de culto que se ha ido consolidando como firme e inequívoca columna de nuestra historia cinematográfica y lo ha hecho con el discurrir del tiempo sin perder ni un ápice de su frescura. Su humor, su absoluto delirio es atemporal y eso la convierte en versión siempre actualizada de sí misma.
Su estreno -en 1989- supuso un antes y un después para una industria que ya contaba con un enorme capital de extraordinarias comedias y una larga tradición al respecto. Hay en España, o al menos lo hay a mis ojos, un sentido del humor ácido y a la vez impregnado de una ternura que humaniza cuanto toca sin eximirlo a la vez de crítica. Como una seña de identidad éste país rechaza la amargura y ríe a menudo, aunque debo confesar que lo hace con mayor frecuencia de los otros que de sí mismo. Aún nos queda un largo camino por recorrer para alcanzar la mayoría de edad en ese sentido y el español es demasiado apasionado para distanciarse de lo que considera propio. Sin embargo hay siempre un punto de compasión en la mirada y así lo certifican muchos de los títulos de algunos de nuestros mejores cineastas. Amanece que no es poco, si bien en un primer momento no obtuvo el éxito ni la repercusión que lograría pasados los años, pronto comenzó a sumar adeptos, fieles seguidores que aprendían sus frases de memoria incorporándolas con normalidad a su vida cotidiana. A pesar de ello tardarían aún en saberse parte de una legión de locos que hacen honor al título de Amanecistas siempre dispuestos a rendir tributo a quien le escucha con algún fragmento de sus diálogos favoritos:
"No, no te voy a dejar leer la novela. ¿Vos sos intelectual? Pues entonces, ¿para qué te la voy a dejar? ¿para que me la leas mal y me la jodas?".