La primera vez que me comí un plato agridulce en aquellos chinos inolvidables de la segunda planta de la Duarte, accedí al mundo de las vías contrapuestas, al encanto de lo que no congenia, a los sables botos de los que en el fondo no quieren cortar nada, ni una hoja.
Es domingo en Santiago de Chile y me confirman que mi amigo José Guerrero está en proceso de jubilación. No sé cómo lo hará, porque su retirada no se debe a ochenta años de servicio en algún inhóspito y anodino escritorio con cajones olor a sandwiches de jamón y queso.
Digo que me lo confirman porque ya lo habíamos conversado la última vez, en el parqueo del Listín. Pasó un programa de "Besos y abrazos". Conversamos cantidad de pendejadas, como siempre, bajo la siempre sabia e indulgente mirada de Raquelita.
José Guerrero ha sido una referencia constante desde que lo conocí en aquela Pulga mítica de 1982: brillante, vital, siempre festivo, puntual en sus conceptos, con una luminosidad que podría revelar alguna devoción por Dale Carnagie o cosa parecida, pero no: Chichí, como le llaman sus más allegados, nunca ha querivo vender ni parecer nada, sino simplemente ser feliz, compartiendo sus estudios y descubrimientos como el mejor amigo de tu Liceo compartiría sus postalitas, las que te faltarán para completar tu album.
Pero como en nuestro país los que se salvan son los que andan en patanas partidarias, libando las botellas con la que los gobernantes de turno se sienten como en alguno de los libros del profeta Salomón, los aportes de José Guerrero serán tan importantes como la catervas de seres que lo queremos, oímos, y siempre disfrutamos de su presencia, de sus palabras
Es raro cuando una amistad en Santo Domingo se inicia bajo el signo de Bob Marley y todo lo libertario que ello represente.
Recién llegado de Brasil, con una pasión antropológica por un Santo Domingo en todos sus niveles, a José Guerrero le debemos líneas esenciales para comprender nuestro espacio urbano, esa sociedad cultural criolla que todavía no enfrentamos, y aún peor ahora, con los tajos y destajos de ese neotrujillismo que siempre saca la cabeza.
Tenemos una grandísima deuda con José, y naturalmente, también con Raquelita. Gracias a ellos hemos tenido una emisión radial inteligente, vital, como estar en algún patio un sábado a las seis de la tarde y con la mejor brisa de Santo Domingo. "Besos y abrazos" es de los poquímos programas que merece la pena oírse.
A José, que en un momento hasta llegó a subdirigir el Museo del Hombre, le debemos un documental más que excelente sobre los cocolos y su grandísimo aporte: los guloyas.
Pero como en nuestro país los que se salvan son los que andan en patanas partidarias, libando las botellas con la que los gobernantes de turno se sienten como en alguno de los libros del profeta Salomón, los aportes de José Guerrero serán tan importantes como la catervas de seres que lo queremos, oímos, y siempre disfrutamos de su presencia, de sus palabras.
José Guerrero se jubila. De frente queda algún cultivo de tomates, alguna brasileada o bobmarleyada en el auto si es que nos lo encontramos en el Nacional o La Cadena o en algún topando bajando la Churchill.
¡Salud por nuestro querido Chichí!
¡No Chichi no cry in Pimper Paradise!