Llueve en enero,  la ciudad duele y las palabras se agolpan en el hender de sonidos que no suelen manifestarse con tiempo. Dice un viejo filósofo llamado Diderot que se llora siempre, pues unos se escapan u otros se quedan regentando soledades. Pero cada cual, se pliega a sí mismo, buscando caminos congruentes.

Aquí estoy hombre sencillo, montando un diálogo retentivo, como si pudieras escucharme aparcado en los viejos pasillos de la facultad de agronomía de la Universidad Pedro Henríquez Ureña, allá por los ochenta.

Quizás busco los intempestivos silencios que te acompañaron siempre. Eres el hijo mayor de un hombre grande, Eugenio de Jesús Marcano, pero no menos afortunado, con grandes dotes de humildad y entrega, a lo que te gustaba, las ciencias naturales. Te llamamos siempre por tu apellido, intentando no alejarnos de esa misteriosa profundidad de la representación de espíritus creadores que han  acompañado a tu familia.

No obstante, en esa lectura del tiempo, te veo construir y anticipar procesos, creando la carrera de biología en la UNPHU y direccionando el primer modelo del Centro de Operaciones de Emergencia (COE) cuando aún era un proyecto civil. Maestro de generaciones, investigador acucioso y solitario, como todos, lo que a la hora de entenderse con los territorios del pensamiento, intenta no resistirse a los hechos, para garantizar una lectura del horizonte histórico en el que irrumpe un retrato de la realidad.

Te moviste por todos los recovecos de la isla, hablando con la gente, diseñando modelos sostenibles y sustentables de agricultura, conservación de bosques y cuencas. Dialogando en múltiples escenarios que no se montan con caprichos interiores, sino con impecable trazos creativos. Eres un hombre que sin forzar memorias, sintió los latidos hetérocronos de una nueva ética de la naturaleza. Eso eras tú, José Eugenio Marcano, un hombre inquieto que plasmo trayectos deliberadamente, sin buscar recompensa. Amando, la naturaleza y la gente sin dispositivo de poder. Y en este punto de grandeza, todo lo visible de un intelectual se forjó en tu vida.

Eres ese hombre de ciencia, que no asumió los vínculos del poder-saber. Sin darte cuenta, resististe a lo epocal. Hoy acompañé a tu familia. Ya iniciaste el camino del alba. Eres ese misterioso gigante que, sin gestos, ni funciones jerarquizadas, proclamó con su vida útil, la intencionalidad de un científico, la de hacer su obra. Te nombro amigo y dejo que la lluvia moje la ciudad, porque te extrañan los bosques y la gente sencilla que amaste.