Es casi imposible que al decirte que tal amigo murió, las lágrimas se queden en su lugar. El corazón te traiciona y se borra la sonrisa.  Te quedas sin habla y la tristeza embarga tu alma profundamente.  Solo el silencio y la soledad posibilitan después de un tiempo la resignación.  Entonces es posible hablar y pensar.

Este martes gris, llegó la infausta noticia de que falleció José Alíes, un muchacho grandote de sonrisa permanente y rostro de niño.  Sano, tranquilo y amable.  Paradójicamente era un “diablo cajuelo”, jefe de la Comparsa de los Diablos de San Carlos, de la cual yo fui miembro, desfilando juntos en múltiples ocasiones por varios lugares del país.

José Alíes

Nos conocimos en febrero de 1983, cuando Milagros Ortiz Bosch, Fello Subervi, José Francisco Peña Gómez, Simón Romero y yo, organizamos el Primer Desfile Nacional de Carnaval.  La comparsa, dirigida originalmente por su hermano Mario Alíes, ganó el primer lugar en la categoría de Diablos Cojuelos.  Aún conservo varias de esas caretas ganadoras.

Luego, Mario partió para New York y José pasó a dirigirla, junto a Margarita, su compañera de vida, Reina del Desfile Nacional de Carnaval.  Juntos, desfilamos varias veces, vestidos de diablos, en los carnavales de Aruba, Curazao, Guadalupe y Santiago de Cuba.

La Comparsa de los Diablos de San Carlos, mantuvo siempre la tradición de los diablos del Distrito Nacional, gracias al celo de José y Margarita, que hacía los trajes. El traje de ambos, al igual que el mío, mantenía los cascabeles, los cencerros, los espejitos y las muñequitas en el pecho, que ahora se recuperan con “los años dorados”.

La parafernalia de los diablos tradicionales del Distrito Nacional es mágica, llena de simbolismo y espiritualidad.  Los colores hacen referencia de un luá o una metresa, dentro de la creencia afro. José, prefería el color morado, en honor de Martha la Dominadora, el rojo en honor a Cándelo Sedifé y el verde combinado con el rojo, en referencia a Belié Belcán.

Los espejitos, son espacios de los ancestros: Cuando te miras, ves tu rostro, y en tu rostro, está el reflejo de tus padres, de tus abuelos, de tus bisabuelos hasta llegar a tus ancestros, que te protegen y participan contigo en el carnaval.

Las muñequitas, de diversos colores, formas, rostros y tamaños, son el símbolo de la vida, porque en el fondo, el carnaval siempre es la lucha de la vida y la muerte, donde triunfa la vida.  En los cencerros, como en los cascabeles, su sonido musical, aleja a todas las energías negativas y los colores del traje son también símbolos de esperanza.  La capa, en la espalda, lleva la cruz que le propicia la impunidad de la espiritualidad.

Por eso, estos diablos tradicionales, los originales oriundos de España, son una sátira al diablo, e incluso su negación.  José al igual que Margarita sabía todo esto, razón por la cual luchaba para mantener esta tradición.

José se fue sin despedirse, cosa poco común en él.  Creo sabe porque lo hizo.  Sé que fue a reunirse, entre otros, con Papa Lilo, Pipi, Papo, Abel, Abelito, Fanny, Alberto Kouri, Momón, Walter James, El Chino, Felipe Abreu, Raudy Torres y José Datt. 

Yo imagino el asombro de San Pedro, cuando se levantó semidormido en el cielo al oír que tocaban su puerta y encontrarse con un diablo lleno de vejigas, cascabeles y máscaras. Pero todo cambio, cuando José lleno de júbilo, se quitó la máscara y mostró su eterna sonrisa.  ¡Creo que al final, le prestó su traje a San Pedro!