Para mi, José Alejandro Vargas, es, sin dudas, primero ser humano, luego juez, profesor, doctrinario, etc., conocedor del arte de administrar justicia, de esa delicada tarea de dar a cada quien lo suyo, lo que le pertenece, cuya reciente selección como juez del TC, a nadie sorprende, toda vez que en él sobran la experiencia y el mérito.

No obstante, su designación como juez del TC, produce en mi persona reacciones encontradas, ya que, por un lado, celebro con mucha alegría y esperanza su llegada al TC, y, por el otro, albergo una suerte de  duelo o sentimiento de pérdida de cara a la justicia ordinaria, la justicia del ciudadano de a pie, la del Palacio de Ciudad Nueva,  aquella que conoce y sabe impartir el Magistrado Vargas, la cual, desde mi humilde punto de vista, acaba de sufrir una baja muy sensible.

Lo anterior, al punto de llegar a pensar que, en un país de institucionalidad precaria como el nuestro, hasta que no se erradiquen los males de fondo que permean la justicia ordinaria, de poco ha de servir la justicia constitucional, e, incluso, sus precedentes constitucionales.

Y sí, muy probablemente, el Magistrado Vargas haya agotado su ciclo personal en la justicia ordinaria, pero sólo el tiempo disipará mi duda respecto de qué conviene más al fortalecimiento institucional de la justicia dominicana (ordinaria y constitucional), en cuanto a que referente éticos, tal cual dicho magistrado, sigan dando el ejemplo del día a día en los diferentes palacios de justicia, o pasen a las filas del solemne y trascendente Tribunal Constitucional.

Ojalá que en un órgano jurisdiccional colegiado y tan diverso como el TC, el Magistrado Vargas pueda hacer valer su visión práctica y sencilla, pero definitiva y contundente, de resolver cuestiones jurídicas complicadas, y así contribuir con la creación de una verdadera conciencia y cultura constitucional que impacte en todos los dominicanos.

Por último, nos tranquiliza saber que el Magistrado Vargas, donde quiera que vaya, seguirá siendo el mismo ser humano sencillo y humilde, sin ansias de poder, sin necesidad de andar con tres policías, uno para que le maneje, otro para que le abra la puerta del carro, y otro para que le cargue el maletín, cualidades que garantizan su imparcialidad e independencia como juez del TC.

Pero, ¿y de la justicia ordinaria qué?