Las enfermedades, y más las que pueden tornarse epidémicas, conjugan en su génesis la complejidad propia de la interacción, en un momento dado de la historia y en áreas geográficas específicas, de elementos de tipo biológico con otros de naturaleza eminentemente social.

El dengue, trastorno que por su frecuencia y, sobre todo, por la mortalidad que hoy exhibe, preocupa a todos los habitantes de República Dominicana, es claro ejemplo de las patologías en cuyos orígenes actúa un conjunto de elementos conformado por características ambientales –geográficas  y climatológicas–,  por un lado, y por factores de orden político, económico y cultural, por el otro.

Desde la perspectiva de la salud pública, el análisis de las causas de las enfermedades es clave para, una vez identificados los elementos implicados en su producción, intervenir aquellos que son susceptibles de alteración, con miras a romper la cadena de interrelaciones y disminuir así la ocurrencia de casos.

En esta lógica, los componentes causales de tipo biológico-ambiental del dengue no son modificables. Es decir, no podemos cambiar que nuestro país está ubicado en el trópico, parte de la esfera terráquea que brinda al Aedes aegypti, mosquito transmisor del virus que provoca la enfermedad, las condiciones de humedad y temperatura que necesita para su subsistencia y reproducción.

Si la jornada contra el dengue se realiza de forma permanente, menos personas resultarán afectadas y no habrá decesos evitables por la enfermedad

Si bien el examen de los determinantes del dengue no puede soslayar que el calentamiento global es un fenómeno ocasionado por la actividad humana que repercute en la exposición de grandes grupos poblacionales, tampoco puede negar que la transformación de este y de otros elementos de índole social implicados, como la mejoría de las condiciones materiales de existencia, requieren de esfuerzos de orden macropolítico y de la puesta en marcha de proyectos nacionales –que no regionales y globales– que tienen horizontes temporales de mediano y de largo alcance.

Sin embargo, hay acciones, como el incremento del acceso de la población a agua potable, la mejoría de la calidad de los servicios de salud y la eliminación de los criaderos de mosquitos, a través de la adecuada gestión de los desechos sólidos y de la concienciación de la ciudadanía, que no tienen por qué esperar, que pueden acometerse hoy con el concurso de todos los sectores de la nación.

La convicción de que sumando fuerzas y redoblando esfuerzos podemos prevenir que el dengue trascienda los niveles endémicos y se vuelva epidémico, y que ocurran muertes por enfermedad no complicada, es el motor que impulsó al presidente y a la ministra de Salud Pública a convocarnos a todos a la jornada contra la enfermedad efectuada los días 30 y 31 de octubre de 2015.

A lo que nos instaron el licenciado Danilo Medina y la doctora Altagracia Guzmán Marcelino, preocupados ante el aumento de los casos de dengue, y a la vez ocupados en reducir la incidencia de la enfermedad y en que no se pierda una vida más, no fue a algo extraordinario. No. A las entidades del sector agua les exhortaron a que suministren ese líquido a los hogares; a los alcaldes, a que recojan la basura de calles, aceras y solares baldíos y a los médicos, a que hagan diagnósticos precoces e instauren tratamientos oportunos y según el protocolo establecido.

A la ciudadanía, las solicitudes fueron: acudir sin pérdida de tiempo al centro de salud ante la aparición de signos y síntomas que hagan sospechar la presencia del padecimiento y evitar la automedicación; disponer adecuadamente de la basura y aplicar la estrategia “cloro untado, tanque tapado” a los recipientes en los que almacena agua para el consumo doméstico.

Lo que nuestras autoridades nos pidieron es, en esencia, que cumplamos con nuestro deber ordinariamente y no solo cuando se presenta la crisis. Si la jornada contra el dengue se realiza de forma permanente, menos personas resultarán afectadas y no habrá decesos evitables por la enfermedad.

* La autora es médica salubrista