“Pinto mujeres negras hermosas,
porque soy negro, aunque no sea hermoso”.
(Jorge Severino)
En la odisea del supuesto “descubrimiento” de América por parte de los españoles en el siglo XVI, se dio un encuentro desigual, donde estos últimos se consideraban así mismos superiores a los indígenas que encontraron, los cuales paradójicamente hacia miles de años que vivían libres en estas tierras.
Los españoles eran los supuestos civilizados y a los que bautizaron como “indios”, los consideraron, además de inferiores, como salvatajes, presos a las tinieblas, porque estaban fuera de la gracia del Dios cristiano, el cual era diferente a sus deidades, pero Jesucristo era el verdadero.
Por estas razones, los habitantes originales fueron totalmente discriminados y excluidos. Luego, al traer africanos para laborar en la industria azucarera, los españoles los consideraron también seres inferiores, reducidos a la condición de esclavos. La élite mantenía esta actitud discriminadora y con los africanos se ensañaron más, porque además de salvajes, eran negros, lo cual no podía perdonarse. Con el tiempo, esa discriminación racial colonial se hizo ideología permanente en la élite dominicana, agravándose históricamente por la “humillación” que representó la ocupación haitiana de 22 años de dominación.
A pesar del desarrollo del país y de las ideas de igualdad social, la tragedia de la discriminación racial se agravaba denigrantemente para los afros dominicanos porque una persona que fuera negra, para los racistas, era de origen africano, con herencia de salvajismo y eran iguales que los haitiano. ¡Y como los haitianos eran los seres más denigrables del mundo bastaba ser negro para ser despreciado!
Hablar de los aportes de los negros a la sociedad dominicana era prohibido. Este tema era un tabú. Era una sombra clandestina, donde, por miedo, muchas personas no se miraban al espejo, porque no querían verse las greñas o el bembe. En la historia oficial, escrita al revés, no se estudiaba, al igual que ahora, la esclavitud a ningún nivel y menos nuestras raíces africanas y los aportes de los afrodescendientes. Esta visión culminó durante la dictadura trujillista al desarrollar una ideología hispanista donde todos éramos “hijos de la madre patria”, de España, donde la cedula personal consignaba que los mulatos y algunos negros tenían el color “indio”, un color inexistente en el mundo. ¡Nos ganamos el Nobel de la ridiculez!
Con la eliminación de la dictadura, en esencia nada cambió, las cosas se disfrazaron ideológicamente. En una definición abstracta de la cultura dominicana, de su identidad, proclamaba que esta “estaba integrada por elementos taínos, españoles y africanos” aunque estos últimos fueran invisibilizados o blanqueados. Se hablaba, se alababa y se mostraba orgullo por nuestra identidad española, taína, pero se ignoraba adrede a la cultura africana. ¡Había una conspiración de un silencio compulsivo, con una complicidad intelectual y académica!
Esta misma ideología prevalecía en el arte y la cultura, en su mayoría expresiones neocolonizadas, alienadas, fotocopiando, antes de llegar las máquinas fotocopiadoras al país, las expresiones metropolitanas. Con valientes excepciones, prevalecía en las propuestas artísticas una estética blanqueadora, donde lo negro era la negación de lo bello.
En medio de este ambiente represivo, de terrorismo ideológico, surgió la figura en Puerto Plata de Jorge Alberto Severino Contreras, conocido artísticamente como “Jorge Severino”, en diciembre del 1935. Con una fructífera tradición de pintores puertoplateños, recibió sus conocimientos básicos de Artes Plásticas del artista Rafael Arzeno Tavarez, pero poco a poco fue definiendo su propio estilo y su propia identidad.
En un acto de valentía cimarrona, de irreverencia, Severino comenzó a tener como protagonistas de sus cuadros a mujeres negras, desafiando al esteticismo dominante en una atrevida profanación de los gustos de las elites racistas y de críticos-bocinas, alienados y neocolonizados, muchos de los cuales vivían de encomiendas.
Las negras de Severino eran hermosas, señoriales, princesas, con vestidos imponentes, nítidos, y cayenas rojas. Estas eran propuestas provocadoras, irreverentes, desafiantes, atrevidas, pero no eran un capricho de Severino, sino que era una acción profunda, reflexiva, meditada, fruto de su pensamiento, de su sentimiento y de su visión particular frente a la vida. ¡Él sabía lo que estaba pintando!
Sus negras no solamente eran hermosas, imponentes, sino que eran las novias de Oggún, deidad poderosa de la religión Yoruba en África, dueño de los metales, los caminos y los montes. Su correspondencia con las deidades del santoral católico, en Brasil, en el Candomblé, corresponde a San Miguel y San Rafael, en el Vudú haitiano a Santiago Mayor, en la Santería cubana es indiscriminadamente San Pedro, San Pablo o San Juan Bautista y en el Vudú dominicano una mezcla de Ogún Balenyó (San Santiago) y Papá Legbá San Antonio).
La negritud es un problema mental, que va más allá del color de la piel, por eso Severino afirmaba, que él era negro! ¡Era un problema ideológico y de conciencia! Severino no era inocente, sabía que sus pintura-acuarelas eran coherentes con sus conocimientos, con sus ideas, él sabía que eran expresiones de la religiosidad popular, y por lo tanto, subversivas y profanadoras. Eran un desafío a la estética dominante de las elites coleccionistas, pero estaban tan bien creadas, que su calidad y su fascinación, se impusieron por encima de los prejuicios racistas.
Severino no fue únicamente un profanador, un provocador, sino que contribuyó a la definición de la identidad de la pintura dominicana, con su mundo de negras señoriales, las más hermosas del mundo. Severino es el pintor dominicano que mejor ha captado las esencias de la negritud, enriqueciendo y enalteciendo el esteticismo con las imágenes negras de este país, parte de nuestra raíces, mostrándonos que las negras, por ser negras, son hermosas y son bellas, porque son parte de nuestra identidad. ¡Severino es el pintor que captó las esencias de la negritud!