Este año me cuesta convencerme que estamos a una semana de Navidad. En Lima ha comenzado a hacer calor. Para mí la Navidad siempre ha estado asociada con la brisa que refresca nuestros días.

Los años que estuve en Cuba extrañé los nacimientos, que aparecen tan escasamente allá. Aunque ya empiezan a  abundar las luces de colores y los arbolitos de Navidad.

Lo que nunca he extrañado es a ustedes, la familia, los amigos, porque siempre han estado conmigo en la Navidad, aunque la celebrara a distancia. Siempre ha sido la fiesta de la cercanía y el cariño. Y aunque a veces demasiado comercializada, siempre ha sido la ocasión de visitar, llamar, escribir, o al menos recordar con la sonrisa agradecida los ratos compartidos.

Por eso no quiero que se me pase la Navidad sin hacerme presente y decirles que los guardo con cariño en el corazón.

Esta año ha sido bastante movido para mí. He tenido que mudarme de país de nuevo. Como saben, estoy viviendo en Lima desde el 23 de julio, agradecido por la forma en que he sido recibido. Aunque realmente no sé si puedo decir que tengo casa. Recorriendo mi agenda encuentro que 147 días del año dormí en un país distinto del que era mi lugar de residencia. Esto me ha ayudado a sentirme en casa en muchos sitios y con mucha gente diferente. Y a tenerlos a todos ustedes muy presentes en mi vida.

Me gustaría compartir con ustedes algunos momentos  importantes del año. Estaba en Rio cuando el momento de la renuncia de Benedicto XVI al Papado y la elección de Francisco como Obispo de Roma, como a él le gusta llamarse. Fue un momento muy intenso. Ver cómo en un par de días la imagen de la Iglesia cambiaba radicalmente del peso de sus errores (finanzas vaticanas, actitudes rígidas, casos de pedofilia) al rostro cercano y amigo del Papa Francisco.

Sus gestos de apertura, de sencillez, de cercanía decían más que mil discursos: pedir la bendición del pueblo antes de bendecir, abandonar los símbolos de pompa y realeza, quedarse a vivir con otros en vez de aislarse en  sus habitaciones vaticanas, llamar personalmente por teléfonos a amigos y relacionados, lavar los pies a una joven musulmana en la Eucaristía de jueves santo. No son sólo gestos simpáticos. están cargados de contenido. Representan un cambio de rumbo en la Iglesia ahora más preocupada por la gente que por sí misma, que sale al encuentro y se impregna del "olor de oveja". La sentimos más cercana a la figura de Jesús que hemos conocido en los Evangelios. Se respira un aire nuevo que sabe a reconciliación y buena noticia. Hay un nuevo lenguaje más pastoral, más gestual, más de pueblo sencillo como es el de la fe de la mayoría de nosotros.

Esto me ha hecho vivir este año con más alegría y más entusiasmo por la misión que comparto con mis hermanos jesuitas y con tanta gente de buena voluntad.

Tuve que dejar Rio cuando comenzaba la Jornada Mundial de la Juventud y apenas pude acompañar el Magis 2013, previo a la jornada, en que jóvenes de espiritualidad ignaciana, cercanos a los jesuitas, se encontraron en una experiencia de compartir unos días de misión superando barreras de lenguas y culturas. Ver más de 2000 jóvenes de todas partes del mundo capaces de comunicarse, trabajar y soñar juntos, y vivir una experiencia comunitaria de fe, nos anima a soñar y construir juntos el futuro.

Si en la experiencia de Magis pude palpar la fuerza de dos de las prioridades del Proyecto Apostólico de los Jesuitas para América Latina: los jóvenes y el encuentro de la fe y las culturas, ha habido otro momento que me permitió sentir otras dos prioridades: la inclusión de los excluidos y la solidaridad latinoamericana. Este fue el preparar el nacimiento del Proyecto Panamazónico de los jesuitas.

Jesús en el Evangelio insiste repetidamente que el Reino de Dios es un banquete al que todos estamos invitados. Sin embargo, en América Latina, muchos han quedado fuera del banquete, que cada día es mejor y más grande. Y entre ellos tiene un peso especial los pueblos originarios de este continente. El proyecto panamazónico busca dos objetivos. El primero es la inclusión de estos pueblos. El segundo objetivo de este proyecto es proteger el medio ambiente en esa inmensa zona que ha sido llamada el pulmón de la tierra y que está cada vez más amenazada:  colaborar a proteger la sostenibilidad de la tierra. Para ello los jesuitas tenemos recursos que nos dan una responsabilidad grande: la cercanía, jesuitas que viven y trabajan entre estos pueblos y conocen su realidad con los detalles que da el compartir su vida cotidiana; la profundidad que nace de 32 universidades confiadas a la Compañía de Jesús en América Latina y de centros de investigación social, investigando los problemas a fondo y proponiendo soluciones; y la capacidad de incidir en la transformación de políticas que hagan más humana nuestra convivencia y más promisorio nuestro futuro a través de la gran red de alumnos, maestros, antiguos alumnos, padres de familia, parroquias, comunidades de espiritualidad ignaciana, emisoras de radio, revistas,…

Poder colaborar en este proyecto me entusiasma. Sobre todo porque es un proyecto tan grande que no puede ser de nadie, ni de una institución como la Compañía de Jesús. Es un proyecto que nos enseña a trabajar en equipo, en colaboración con muchas personas e instituciones.

Relacionado con esto está la oportunidad que tuve este año de colaborar con la reflexión de Fe y Alegría por una educación inclusiva, educación de calidad para todos y todas, sin exclusión de nadie. Es en los procesos educativos que aprendemos a levantar una sociedad donde nadie quede fuera.

Tengo que reconocer que la nota triste del año no fue una pérdida como la muerte de Nelson Mandela, de cuyo testimonio hemos aprendido todos y que nos deja su vida como legado para aprender a tejer nuestra historia, o de gente muy cercana, que nos han dejado su recuerdo de amistad. Para mí la nota triste fue la sentencia del Tribunal Constitucional Dominicano, que le arranca la nacionalidad a cuatro generaciones de dominicanos por el hecho de haber nacido de padres migrantes sin documentos.  Una sentencia arbitraria e injusta, nacida de un prejuicio que ha podrido el corazón. No se trata de regular la migración, con lo que estaríamos de acuerdo. De hecho los que no quieren esta regulación son lo que se aprovechan del trabajo casi esclavo de los migrantes ilegales. Se trata de despojar la nacionalidad ya otorgada a ciudadanos y ciudadanas que nacieron en ese país y no han conocido otro. Pensemos que la gran mayoría de nosotros venimos de familias de migrantes. ¿ Qué sería de nuestras vidas si nos quitaran ahora la nacionalidad  porque algún antepasado nuestro no tuvo sus papeles en regla?

Sin embargo no todo es negativo. La campaña por la hospitalidad de la Red Jesuita con Migrantes nos invita a cambiar nuestras actitudes de prejuicio y miedo.  Quiero compartir con ustedes una historia real que viví hace unos años.

Cuando leo en el Evangelio de Juan "los suyos no lo recibieron" me acuerdo de Roberta. Vivía cerca de la avenida donde pasaba el transporte público. Todos los días, al volver del trabajo y pasar frente a su casa, me recibía la sonrisa cálida de Roberta y su mano que me saludaba de lejos. Pero no sospechaba hasta dónde llegaba su hospitalidad.

En la avenida construían un centro comercial. Roberta se sentaba cada noche en el portal de su casa a conversar con los vecinos y descansar de la fatiga del día. Cada noche contemplaba un mendigo  que llegaba discretamente al edificio en construcción y entraba a pasar la noche. La construcción fue avanzando y un día pusieron las puertas. Cuando el mendigo llegó en la noche encontró la puerta cerrada. Se detuvo frente a ella desconcertado, sin saber qué hacer. Mientras Roberta lo contemplaba sentía su corazón encogerse. Por fin el mendigo, sin saber qué hacer, echó al suelo el saco donde cargaba sus pertenencias y se sentó en el borde de la acera. Roberta no lo pensó dos veces, se levantó de un salto, cruzó la calle y se acercó al mendigo:

– ¿No tiene dónde pasar la noche ? – le preguntó.

La única respuesta fue la mirada triste de unos ojos húmedos por las lágrimas. Roberta no le preguntó más.  Lo ayudó a levantarse y lo acompañó hasta su casa. Desde esa noche el anciano tenía un espacio seguro donde pasar la noche y un café con un pan cada mañana. Hasta que un día el anciano no regresó. Roberta no sabe qué fue de él. Si encontró otro sitio donde alojarse, o está preso o en un hospital o en el cementerio.

Aquel gesto se me ha quedado en la memoria grabado como la más hermosa experiencia de Navidad. Jesús tuvo donde pasar la noche porque sí lo recibieron, con cariño.

Cuando contemplo los migrantes hoy, desconcertados en un mundo desconocido donde no hay caras amigas, despreciados, maltratados, perseguidos, deportados, pienso en Roberta.

Lo recibió en su casa como uno de los suyos. Compartió lo poco que tenía. Los africanos muertos intentando llegar a Lampedusa. Los mexicanos y centroamericanos perseguidos en Estados Unidos como delincuentes  por buscar vida digna para sus familias. Los dominicanos a quienes se les niega su documentación por ser hijos de haitianos. Los colombianos que, huyendo de la guerra, se refugian en Panamá, Ecuador o Venezuela. Los migrantes marcados como ilegales, delincuentes, sin derechos. Ninguno de ellos pudo encontrarse con Roberta.

Cuando llega diciembre todos los niños y niñas empiezan a soñar con sus regalos de Navidad. Regalémonos una sociedad que practica la hospitalidad. Recibamos al migrante con una sonrisa amiga. Ayudemos a que aprendan la cultura y quizá el idioma. Colaboremos para que encuentren empleo digno, educación, salud, oportunidades para legalizar su situación. Luchemos para que no haya una política de rechazo y deportación. Aprovechemos el Adviento y la Navidad para buscar formas de hacernos solidarios con los que tantos excluyen.

Que no se escriba de nosotros "vino a los suyos y no lo recibieron".

Por último quiero compartir con ustedes otra buena noticia. He tenido la oportunidad de acompañar la Iglesia de Cuba en la elaboración de su nuevo plan pastoral. Y de nuevo ha sido para mí una oportunidad de dar gracias a Dios por poder trabajar con un equipo ejemplar, creativo y comprometido, que nos llena de esperanza al pensar en el futuro de la fe en esta isla del Caribe.

Perdonen la lata, como decimos en el Caribe. Me he extendido demasiado, pero tenemos pocas ocasiones de conversar y he podido contarles lo que ha sido mi vida este año, ahora dedicado a apoyar la labor de los jesuitas en América latina.

Con un abrazo y mi profundo deseo que vivan una Navidad llena de familia y amistad y un nuevo año lleno de las bendiciones de Dios.

Jorge, S.J.