Queridos/as todos/as:

Cada año me hace mucha ilusión escribir esta carta de Navidad. Es para mí la oportunidad de encontrarme con todos y todas y celebrar juntos la Navidad. Es recordar caras, personas, momentos y juntarlos en una gran fiesta. Por eso desde meses antes reservo en mi agenda un día para escribirla.

Pero nunca funciona. No logro programarla. Tengo que esperar el momento  en que todas las piezas se juntan y baja la inspiración. Y este año ha sido tarde. Pero he querido escribirla de todas formas porque es para mí una forma de celebrar con quienes quiero.

Generalmente suelo contar mis aventuras de todo el año. No porque sean grandes proezas, sino porque crean el ambiente de un compartir fraterno que me hace recordar o añorar los momentos compartidos con ustedes o la añoranza de escucharlos.

Cuando me preguntan en qué trabajo me es difícil explicar. No trabajo en una parroquia, ni dando retiros espirituales, ni dando clases o investigando, ni en un centro social o medio de comunicación. Suelen decirme, entonces,  ¿de qué eres jefe? Como insinuando que los jefes son los que no trabajan en nada. Pero tampoco soy jefe.

Mi trabajo en la Conferencia de Provinciales Jesuitas de América Latina (CPAL) es coordinando redes. Hoy están de moda las redes sociales. Las redes son instrumentos para la comunicación y la colaboración. Generalmente son muy inestables. Como cuando vemos televisión, nos conectamos o desconectamos con mucha facilidad. Saltamos de una red a otra como cambiamos de canal. Las redes no suponen compromiso.

Pero hay redes que son estables, que crean una identidad fuerte y comparten una misión común. Esas son las redes con las que trabajo. Y mi trabajo es conectar personas, instituciones, grupos. Y aunque esto es posible gracias a la tecnología digital, no sustituye la necesidad de contacto personal de vez en cuando para que sean relaciones humanas, personales, cálidas. Por eso es que, como ustedes saben, viajo tanto. Mi comunidad me dice que soy su visitante más frecuente.

Y les quiero contar algunos momentos especiales vividos este año en este trabajo. Una de las prioridades de esta gran red que forman los jesuitas de América Latina es la inclusión. Algo que nos suena muy de acuerdo con la Navidad: que nadie quede fuera del banquete, de la gran fiesta de la vida. Recuerdo el trasiego de platos de comida la noche de Navidad cuando vivía en el barrio de Guachupita. Todo el mundo compartía de lo que tenía y hacía que fuera Navidad para todos. Y en el fin de año todos salían a abrazar a los vecinos, a reconciliarse con los que tenía de enemigos. Una práctica que nos vendría también en un mundo marcado por guerras, terrorismo, y violencia en las calles y hasta en los hogares. Me impresionó el gesto del Papa Francisco en su visita al África de invitar a un líder religioso musulmán a viajar con él en su carro comentando: “no basta la tolerancia, hay que avanzar hacia la convivencia”. Porque convivir implica querernos, compartir, ser amigos.

Este año tuve la ocasión de reunirme con los que trabajan con las redes para la inclusión: los que trabajan con migrantes, promoviendo la campaña de hospitalidad, para que nadie quede fuera por extranjero; o en la red de solidaridad indígena, para dar espacios a los pueblos originarios de América para vivir y crecer según sus culturas; o en la red Comparte, para facilitar la producción y comercialización de sus productos a las comunidades más pobres; o los que trabajan en programas de paz, o de vivienda. Me impresionó ver la red de obras jesuitas en América Latina: colegios, universidades, parroquias, centros de comunicación, sociales o de espiritualidad colaborando en estos proyectos. Y me pareció que valía la pena colaborar para que nadie quede fuera, excluido, por su raza, condición social, nacionalidad, género, religión, discapacidad …

Otro momento significativo del año fue participar en el cierre del Congreso de jóvenes de Fe y Alegría con jóvenes de toda América Latina. Ver cómo su educación es de calidad no sólo porque aprenden  las competencias requeridas para el trabajo, sino porque crecen como ciudadanos y ciudadanas para una convivencia más fraterna. La Compañía de Jesús educa casi dos millones de niños y jóvenes en América Latina. Y busca formar hombres y mujeres con un proyecto de vida solidario, comprometidos en redes que se articulan para globalizar la fraternidad, con programas como el de Liderazgo Ignaciano de las Universidades.

Algo bonito es ver cómo se van construyendo las redes de colaboración entre diferentes sectores. Ver el entusiasmo de las parroquias con la campaña de hospitalidad, las Universidades involucradas en el Proyecto Panamazónico o el Comparte, FLACSI colaborando con Fe y Alegría Haití, los sectores Social, Educación, Comunicación y Espiritualidad aportando al proyecto de formación del Sector Colaboración. Vamos aprendiendo a trabajar más como cuerpo, con otros y otras. Fue hermoso participar en el Encuentro Latinoamericano de Antiguos Alumnos de los Jesuitas y ver su deseo de colaborar en un proyecto común o ver el compromiso de las Comunidades de Vida Cristiana con la Amazonía.

Entre las opciones de la Conferencia de Provinciales Jesuitas de América Latina (CPAL) están tres territorios prioritarios con los que mostrar nuestra solidaridad. Este año pude visitar los tres. Ver cómo en la mesa técnica de Fe y Alegría Haití se comprometen los colegios de FLACSI y de Estados Unidos, y cómo la Universidad Iberoamericana de México o la Red Claver de Oficinas de Desarrollo ofrecen su apoyo a este país. En la visita a Leticia, descubrir el interés no sólo de las Provincias, sino de las Universidades, Colegios, Centros Sociales y de Comunicación por participar en el Proyecto para proteger la gran reserva ecológica y las comunidades indígenas que la habitan. Así en mi visita a esa triple frontera de Brasil, Colombia y Perú coincidí con funcionarios de la Universidad Javeriana. Ver también cómo en Cuba los Centros Loyola y otras obras reciben la ayuda de Provincias, Fe y Alegría, Universidades, Red Claver, y tantos otros, para la extraordinaria labor que hacen.

No quiero cansarlos, pero sí decirles que me entusiasma esta posibilidad de colaborar para transformar lo que el Papa Francisco llama “la globalización de la Indiferencia que se transforma en globalización de la solidaridad”. Habría muchas historias hermosas que contar. Pienso que es poner un granito de arena para construir un mundo mejor, más justo y fraterno, y les invito a que desde donde quiera que estén e unan a este empeño por transformar el mundo en que vivimos.

Y les repito que, en esta Navidad los tengo muy presentes. Ustedes no sólo están presentes en mi memoria agradecida, sino que forman parte de la historia que me ayudó a descubrir la alegría de la solidaridad, que es la Alegría del Evangelio de la que nos habla el Papa Francisco.

Que Ustedes y sus familias tengan una Feliz Navidad y un año 2016 cargado de esa alegría.

Un abrazo,