El Concejo de Regidores del Ayuntamiento del Distrito Nacional aprobó por unanimidad la designación del Parque Mirador Sur con el nombre de Joaquín Balaguer. Esta noticia me dejó perpleja y pensé en las viudas y huérfanos de los doce años; pensé en mi papá cuando vio a Balaguer abrazado a Leonel Fernández y sus lágrimas de disgusto; pensé en el presente peledeísta donde impera la corrupción e impunidad y, por supuesto, en el futuro de las nuevas generaciones que caminarán por el Mirador Sur sin conocer al hombre que lleva su nombre.
Y me disgusta que uno de nuestros principales parques lleve el nombre de un tirano desalmado. A lo mejor mi desencanto entre en oídos sordos o quizá se enfrente a la piedra que rompe al huevo, pero lo cierto es que mi voz es testimonio del dolor que nos causó y sigue causando la figura tenebrosa de Joaquín Balaguer.
No es solo tenebrosa porque fue un asesino, ya todos saben que por orden de él toda una generación de jóvenes perecieron a balazos y otros desaparecieron.
No es solo por su legado trujillista y anti-haitiano que hoy mortifica y divide a nuestra nación.
No es solo por su sonrisa casi diabólica y su voz sarcástica desmintiendo asesinatos y corrupción.
Es más que nada por el trauma causado a los niños que crecimos durante los doce años.
La sangre retratada en los rostros de los asesinados que aparecen en los periódicos todavía hoy nos persigue.
Los testimonios de torturas que nos producían pesadillas a los niños que como yo corríamos a refugiarnos a la cama de nuestros padres.
Los apagones eternos de noches de cocuyos e historias de persecución política.
Los rostros de las madres en la televisión que angustiosamente buscaban a sus hijos desaparecidos.
Los viajes a San Francisco, el pueblo de mi papá, y los desvíos fuera de la parroquia Santa Ana porque había manifestaciones o habían fusilado a un “comunista”.
No supe en ese momento quien había sido la víctima, pero recuerdo que en uno de los viajes familiares a San Francisco, nos detuvieron y desviaron el carro. Solo recuerdo a mi padre gritar: “Hasta cuándo maldito Balaguer’. Ahora sé que el muerto era Amín Abel Hasbún.
El olor a sangre permeaba los periódicos, el miedo se olía, la inseguridad detenía nuestros pasos frente a los bultos en los basureros.
Sin lugar a dudas Joaquín Balaguer fue el estadista por excelencia durante la Guerra Fría. Acabó con los comunistas, infiltró a sus organizaciones; reconstruyó al estado y todo su cuerpo legal y burocrático (como digo en mi tesis de licenciatura de Ciencias Políticas dirigida por Pedro Catrain); organizó a los cuerpos castrenses y mientras eso sucedía le dio el poder a la organización paramilitar La Banda Colorá; fortaleció las instituciones económicas y cedió poder infinito a las multinacionales norteamericanas, como lo fue la Gulf and Western, incluido el Parque Nacional de Bayahibe en el cual han perecido cientos de especies de aves así como asentamientos arqueológicos indígenas, y, por último, otorgó a compañías turísticas inescrupulosas nuestras piscinas marinas, estrellas de mar y corales.
Dentro de su excelencia de estadista, Joaquín Balaguer se ocupó de engrandecer la infraestructura capitalina con los museos, teatros, avenidas, circunvalaciones, edificios y parques con el dinero otorgado por grandes préstamos internacionales que nos legaron en parte la deuda externa y la primera intervención del Fondo Monetario Internacional (FMI) en 1984. En su gobierno, durante los ochenta, regaló al pueblo dominicano el Faro a Colón que resultó en el desalojo de miles de familias y gastos que nos llevaron a una gran crisis económica y a ser el país más odiado por venerar a Cristóbal Colón, considerado como el Padre del Genocidio en El Caribe y América Latina.
Joaquín Balaguer no es un héroe ni símbolo nacional, fue solamente un hombre que pudo manejarse muy bien en la nefasta época de la Guerra Fría y extendió su falta de escrúpulos cuando impidió el ascenso al poder a José Francisco Peña Gómez.
Dicen muchos que Joaquín Balaguer nunca ganó unas elecciones, todas fueron fraudulentas.
El Partido Reformista, promotor en el Concejo de Regidores para designar al parque con el nombre del difunto presidente, dice que Balaguer construyó el Parque y lo convirtió en el pulmón de la ciudad. Cierto, pero eso no lo hace precursor de la preservación ecológica dominicana. Los pajaritos del Parque de Bayahibe asfixiados por el cemento de las constructoras de hoteles turísticos dicen lo contrario.
Ni los huérfanos, ni las viudas, ni los traumados, ni los pajaritos, ni las estrellas de mar y corales quieren el nombre de Joaquín Balaguer en parque alguno. Ya es más que suficiente aceptar su nombre en la estación del Metro.