"Cuando se milagriza una cosa es de aquel que la milagriza…"
Jean Cocteau
Quizás sea algo prematuro en este momento intentar establecer cuál de todas las facetas del teórico Jimmy Sierra será la más perdurable en el tiempo. Desde la infancia y en primera persona fui testigo de una de ellas, su innegable talento para la fábula. En cuanto él llegaba a mi casa, en la Tunti Cáceres, me abalanzaba en sus brazos y le pedía un cuento, por eso puedo afirmar, sin riesgo alguno a errar, que su mejor obra fue siempre ser quien era. Ser él, sin el menor artificio. Jimmy se narraba a sí mismo y lograba hacerlo de manera sencilla y genial. Comenzaba a hablar y conseguía hacernos creer todas y cada una de sus aventuras como el buen narrador que era.
Al igual que otros escritores crearían ciudades imaginarias en las que ubicaron sus fantasías -Macondo, Santa María, El condado de Yoknapatawpha- Sierra inventó Villa Juana. Un lugar solo es de quien lo coloniza por primera vez con la palabra. El "teórico" fue el hacedor por antonomasia de ese barrio bordeado de fábricas a principios de los años sesenta. Necesitaba construir un espacio, un mundo propio y lo hizo a su manera. Como bien dice Mieses Burgos "Sólo una gran piedad pudo crear los mundos eternos sin hastiarse, sólo una gran ternura pudo sembrar la vida como se siembra un árbol (…) No pudo ningún otro sentimiento alzar nuestro destino"
Son certeros los versos del poeta en esta ocasión, pues a Jimmy solo le movía una gran piedad y una ternura que en él era inmensa. Su vida fue una alegre carcajada frente a la falsa solemnidad, la enorme sonrisa de un hombre esencialmente libre. Fácilmente se le podía ver vestido con saco de botones cruzados y al mirar por debajo de la mesa te dabas cuenta de que no llevaba medias que acompañaran sus zapatos. Se reía con frecuencia de sí mismo y de aquellos que toman la vida tan en serio que nunca llegarán a conocer las cosas que de verdad valen la pena, como la amistad, el amor y la solidaridad, conceptos de los que él hizo culto.
Sus partidas de ajedrez con Adriano de la Cruz, la eterna confirmación de su afecto y su inmenso cariño hacia Cesar Pérez son tan solo una pincelada, ejemplos cercanos que ahora recuerda mi memoria, pero hay muchos más. Su vocación quijotesca le llevó a tener fieles escuderos que se reunían, cada sábado en torno a una mesa, como si fueran miembros de la corte del rey Arturo. Allí se podían ver hombres del medievo como Reynaldo Disla, Juan José Encarnación, Domingo Batista, José "Chino" Bujosa, Julio Aníbal Suarez Dubernay, Alexis Almonte y Claudio Rafael Cabrera Estévez entre otros muchos comensales.
Cuando se traza la cartografía de un hombre se debe separar la realidad de la pura fantasía. En el caso de Jimmy Sierra, sin embargo, la línea divisoria entre uno y otro mundo fue siempre demasiado fina, apenas perceptible diría yo. Existen bases y sólidos argumentos que permiten demostrar dicha apreciación. Nadie, en su sano juicio, podría siquiera imaginar la cercanía que unía al teórico Sierra y al Presidente Leonel Fernández y al mismo tiempo la formidable calidad humana que hizo posible que, en ningún momento de su larga y sólida relación él se permitiera, ni por un segundo siquiera, utilizar esa ventaja que le confería el estar tan próximo al poder. Si de algo le sirvió ésta vinculación fue solo para hacer el bien, para tender puentes y resolver situaciones casi imposibles de llevar a buen término. Tal vez de esa exquisita y rara falta de abuso, pese al poder que pudiera otorgarle tal circunstancia, procediera el hecho de ser el hombre de máxima confianza del entonces Presidente Fernández.
Jimmy me trae a la memoria una novela de Jean Cocteau. El personaje principal de ésta, Thomas Guillaume de Fontenoy, por mero accidente del destino asume una identidad falsa y en medio de la guerra participará, como miembro de Cruz Roja, en la búsqueda de heridos en batalla. La personalidad un tanto fragmentada del personaje permite que lo real y lo irreal lleguen a confundirse en su historia, hasta tal punto que en plena contienda es herido y al caer finge estar muerto. La pura verdad es que él fallece en ese mismo instante dentro del mundo lógico de la novela, pero no así en su particular universo dónde simula una muerte que evite que el enemigo le encuentre. Yo no dudaría, que al igual que hiciera Guillaume, mi gran amigo Jimmy, en su inagotable capacidad de desdoblamiento, nos hubiera confundido a todos y viniera a sorprendernos cualquiera de estas tardes con una de sus maravillosas crónicas. Me gustaría poder creer que un día nos dirá que todo esto fue una broma, una jugarreta pesada, una carcajada de su parte; que en realidad ese terrible infarto nunca sucedió y que después finalice, como siempre su historia, con un "y yo lo puedo decir, porque yo estaba allí".