Jesús tuvo que manejar un fuerte prejuicio anti-samaritano de los discípulos, discordia que es usual entre vecinos, pues, donde hay frontera es porque antes hubo guerra, y la guerra provoca, de parte y parte, la formación de prejuicio.
La primera mención de los samaritanos es la restricción de Jesús en la primera misión apostólica y solo aparece en Mateo: “Por camino de gentiles no vayáis, y en ciudad de samaritanos no entréis, sino id antes a las ovejas perdidas de la casa de Israel” (Mt.10.5). Su plan fue comenzar por Capernaum, seguir con Galilea, y luego alrededor, por lo que Samaria no estaba incluida en la primera parte de la campaña.
Sin embargo, en otra parte Lucas recoge el siguiente paso: “Y envió mensajeros delante de él, los cuales fueron y entraron en una aldea de los samaritanos para hacerle preparativos” (Lc.9.52). La respuesta de los samaritanos confirma que el prejuicio era circular: “Mas no le recibieron porque su aspecto era de ir a Jerusalén” (9.53), y esto último habría provocado celos con los samaritanos, debido a la rivalidad que había entre las dos ciudades. La actitud de los discípulos ante el rechazo samaritano confirma el prejuicio circular: “Viendo esto sus discípulos Jacobo y Juan, dijeron: Señor, ¿quieres que mandemos que descienda fuego del cielo, como hizo Elías, y los consuma” (9.54), a lo que Jesús respondió: “Entonces volviéndose el, los reprendió, diciendo: Vosotros no sabes de que espíritu sois; porque el Hijo del Hombre no ha venido para perder las almas de los hombres, sino para salvarlas” (9.55-56).
Marcos nunca menciona a Samaria, ni a los samaritanos, y Mateo solo hace la mención restrictiva que acabamos de ver. Lucas, sin embargo, añade dos casos emblemáticos. El primer caso es la ‘parábola del buen samaritano’, en la que se contrasta la bondad del samaritano con la indiferencia del levita y del sacerdote judíos (10.25-37). Al final Jesús concluye con una pregunta: “¿Quien, pues, de estos tres te parece que fue el prójimo del que cayó en manos de los ladrones? El dijo: El que uso de misericordia con él. Entonces Jesús le dijo: Ve tú y haz lo mismo”, poniéndoles el samaritano como ejemplo de amor por el prójimo, lo cual es una táctica de ablandamiento por el prejuicio de sus discípulos.
Juan también recoge el prejuicio judío ante los samaritanos con la acusación que hicieron a Jesús: “¿No decimos bien nosotros, que tu eres samaritano, y que tienes demonio?” (Jn.8.48). Ser samaritano era similar a tener demonio, y esa era la manera como los judíos veían a sus vecinos
Lucas es también el evangelio que recoge el caso de los diez leprosos que fueron sanados, y precisamente el samaritano es el único que vino agradecido ante Jesús: “Respondiendo Jesús, dijo: ¿No son diez los que fueron limpiados? Y los nueve, ¿dónde están? ¿No hubo quien volviese y diese gloria a Dios sino este extranjero? Y le dijo: Levántate, vete; tu fe te ha salvado” (Lc.17.11-19).
Juan pone la tapa al pomo con la historia de la mujer samaritana, y fue la mujer samaritana la sorprendida de la actitud abierta de Jesús: “¿Cómo tu, siendo judío, me pides a mi de beber, que soy mujer samaritana? Porque judíos y samaritanos no se tratan entre si?” (Jn.4.9). La frase: “mujer samaritana” incluye dos prejuicios: 1) hablar con una mujer en la calle no era bien visto en aquella época, y, 2) judíos y samaritanos no se saludaban. Jesús se coloca por encima de ambos prejuicios, y, no solo pidió agua de la mujer samaritana, sino que más adelante le predicó el evangelio: “Respondió Jesús y le dijo: Cualquiera que bebiere de esta agua, volverá a tener sed; mas el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en el una fuente de agua que salte para vida eterna” (4.13-14). Esto confirma que la restricción de ir a los samaritanos fue la táctica inicial, y que ahora llega el momento de dar un paso adelante, y llevar el evangelio más allá del prejuicio sexual y racial.
Juan también recoge el prejuicio judío ante los samaritanos con la acusación que hicieron a Jesús: “¿No decimos bien nosotros, que tu eres samaritano, y que tienes demonio?” (Jn.8.48). Ser samaritano era similar a tener demonio, y esa era la manera como los judíos veían a sus vecinos.
Los Hechos cristaliza la unidad de judíos y samaritanos, pues en la ascensión Jesús fue claro al decir: “pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espiritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo ultimo de la tierra” (Hch.1.8). La mención: “en Samaria”, dice a los judíos creyentes que tendrían que compartir de igual a igual con sus vecinos samaritanos. Más adelante la providencia hace otro movida para acercar a los creyentes judíos de Jerusalén con sus vecinos samaritanos: “En aquel dia hubo una gran persecución contra la iglesia que estaba en Jerusalén; y todos fueron esparcidos por la tierras de Judea y de Samaria, salvo los apóstoles” (Hch.8.1). De modo que, los creyentes de Jerusalén tuvieron que irse a refugiar precisamente en Samaria, debido a la persecución, y fue así que luego dice: “Entonces Felipe, descendiendo a la ciudad de Samaria, les predicaba a Cristo” (Hch.8.5). Esto provocó finalmente la intervención de la iglesia de Jerusalén: “Cuando los apóstoles que estaban en Jerusalén oyeron que Samaria había recibido la palabra de Dios, enviaron allá a Pedro y a Juan” (Hch.8.14).
Jesús, por consiguiente, es el mejor modelo de nuestro trato al inmigrante, haitiano, venezolano, o de cualquier nación.