Jerusalén, capital de Israel, tiene una variedad arquitectónica impresionante que maravilla y acaricia los ojos de sus visitantes.

Dentro de las murallas de la ciudad antigua, erigida en el siglo XVI por Suleimán el Magno, están las viviendas árabes, estrechas, íntimas, calurosamente humanas.

Más allá, al Oeste, en el Nuevo Jerusalén, cada casa es un conjunto de cubos de piedra. Sobre cada terraza hay un jardín.
La alcaldía de la ciudad prohibió hace tiempo que  se construyera casa alguna que no fuera de piedra. Aquí no hay sino piedras, piedra blanca levemente dorada, piedras con corazón, piedras con memoria.

No hay en Jerusalén estatuas de bronce o mármol, esa consagración está fuera de la Ley Judía. Museos sí. En el Santuario del Libro (se encuentran los denominados  Manuscritos del Mar Muerto), el museo del Islán, El Museo Israel y Museo del Holocausto de Jerusalén,  el que guarda el recuerdo de los seis millones de judíos que murieron a manos de los nazis antes y durante la Segunda Guerra Mundial (1939-1945).

Allí están el cementerio Sanhedría y el del Monte de los Olivos. De allí mismo, dicen los fieles, que resucitarán los muertos el día en que entre el Mesías, hijo de David, por la puerta de la ciudad.

Los barrios judíos ortodoxos de MeahSeharim  son un enclave medieval en el corazón de la ciudad.

La pluralidad religiosa, étnica, de Jerusalén se revela en su variedad  arquitectónica. Jerusalén es la historia de la Humanidad.

Jerusalén es tres veces santa

Es la capital de las pasiones y tres veces santa. Es la única que pone a vibrar y arrodilla  a tres  enemigos acérrimos: cristianos, judíos y musulmanes. Las tres religiones enemigas  consideran a Jerusalén como su ciudad sagrada. 
El devoto cristiano, judío e islam  se siente incompleto sin visitar  Jerusalén, por lo menos una vez en la vida.  Sienten que es como morir ciego, sin ver la luz que emana la “Ciudad Eterna”, “Ciudad de David”.

Jerusalén es un micromundo, que sus murallas, ruinas arqueológicas, lugares santos, etnias, reflejan tres mil años de historia.

Aquí se entrelazan  tres religiones con sus profetas, dioses y sus muchedumbres cruzando las estrechas callejuelas de la antigua ciudad.

Por las puertas  de la vieja ciudad  –la de Damasco, Jaffa, la de los Leones y otras– pasan multitudes de creyentes rumbo a sus lugares de veneración.

En una constante marea humana, por esas mismas puertas pasan diariamente miles de turistas, mercaderes o simples curiosos.

En ese mar humano hay de todo: árabes con su kafiah; mujeres islamitas  con burka, que  es la prenda o velo más cerrado de todos,  incluso cubre los ojos, donde sólo hay una rejilla para que puedan ver.

Vemos a los ortodoxos judíos con sus sombreros y capotes negros, desafiando las tentaciones de la vida moderna, como lindas chicas –cuerpos esculturales– con pantalones cortos que se les cruzan en su camino.

Curas y monjas inmersos en su fe y turistas americanos con sus cámaras y peregrinos ansiosos en conseguir una mayor comunicación con Dios.

En Jerusalén hallamos al sabio Salomón componiendo los Salmos y el Cantar de los Cantares y construyendo el Templo. Allí está también la tumba de David, autor de los Proverbios y rey de Israel.

En Jerusalén se podrá seguir los pasos de Pedro y el último recorrido de Jesús –la Vía Dolorosa–  hasta donde lo crucificaron los romanos. Está la mezquita de Omar, tercer lugar sagrado de los musulmanes, después de la Meca y Medina. Su cúpula de oro es una media naranja en genial perfección. Desde allí, según los musulmanes,  subió el profeta Mahoma al cielo.

En todo esto está el misterio de Jerusalén, donde cada uno vive su vida de acuerdo con sus tradiciones, religión  y entierra a sus muertos en sus cementerios más íntimamente sagrados.