Nací en una época en la que las divas del cine, estaban muertas o retiradas. Pienso en esto al enterarme de la muerte de Jeanne Moreau (estaba por cumplir 90 años), la diminuta y sexi francesa que estremeció a muchos, gracias a su voz ronca y su andar de pantera. Tenía además, una manera única de actuar, sostenía que un buen actor, más que esconderse en los personajes que encarna, debe exhibirse.
En “Diario de una camarera”, la Moreau trabaja bajo las órdenes de Luis Buñuel. La película, basada en una novela de Octave Mirabeau (hay un puente en París con ese nombre, que inspiró a Apollinaire: “sous le pont Mirabeau coule la Seine et nos amours”) cuenta la historia de Célestine, una chica parisina que va a trabajar donde una familia pequeño-burguesa en los confines de Normandía. Imaginen el infierno que será para la joven, acostumbrada a la algarabía de la capital, tener que resignarse a vivir en un pueblucho perdido.
Filmada a blanco y negro y, según los especialistas, en un formato poco usual (Cinemascope) el aragonés fiel a su estilo, se burla de los pequeños ricos al tiempo que muestra imágenes sensuales y provocadoras. Hay una escena memorable: la petite Célestine habla con el padre de su patrona y éste le pide que le lea un poco al azar. Más atento a sus piernas que a la lectura y con unas maneras de marqués, le pregunta si puede acariciarle la pantorrilla. Acto seguido y rebosante de emoción, quiere saber de qué numero calza. El viejo abre un armario lleno de botines, busca los adecuados. Se los pone delicadamente, le amarra los cordones y la invita a modelar por la biblioteca… No necesitamos imaginar que en lo sucesivo, el abuelito no se separará de tan preciada prenda. ¡Vivan los fetiches!
Célestine también tiene que escapar de las pezuñas del patrón, a quien le gusta “pensar” en las mujeres (salvo en la suya). A ella por su parte, sin saber a ciencia cierta los motivos, le atrae el torvo jardinero, aunque en lo más íntimo de su ser, desearía que un día (no muy lejano) tener a su servicio a su propia camarera.
Después de la filmación, Moreau se deshizo en halagos para Buñuel: quesque muy gentil, sensible, bla bla bla. Mientras que el español le asestó que si él hubiera sido su padre la hubiera tenido amarrada en el dormitorio… feministas help us.
Así se sentía el personaje de Juliette Binoche: amarrada, atada al recuerdo de su marido en “Trois couleurs: Bleu”, de Krzysztof Kieslowski. Julie, pierde a su familia en un accidente y para levantarse el ánimo, no encuentra nada mejor que nadar y nadar. Entonces, decide empezar de cero: se deshace de sus bienes; se cambia de casa; quema las partituras de su esposo (compositor afamado que deja inconclusa una sinfonía para celebrar la Unión Europea) y termina embriagándose de soledad.
La trilogía fue pensada por el polaco como un homenaje a Francia y a la Unión Europea. Los colores de la bandera encarnan sus valores republicanos: el azul de la libertad, el blanco de la igualdad y el rojo de la fraternidad.
Como su nombre lo indica, el color azul impregna la historia de manera genial: las aguas de la alberca donde se sumerge; las luces de la noche que sorprenden los tristes y azules ojos de la protagonista y hasta los muros que la ven andar se tiñen de añil: azul que te quiero azul, azul viento, azules ramas…Lorca dixit.
Por qué cambio sin más de Jeanne a Juliette. No lo sé, quizás porque a la segunda si la he visto en la pantallota del cine, quizás porque las dos son lindas y al volver a ver sus películas, descubrimos su belleza intacta y ajena a la rabia del tiempo. Podemos advertir dos sorpresas: ambas llevan el pelo corto y cuando en 1964 se estrena la película de Buñuel, Juliette salta al mundo. No quiero decir que la Binoche sea una diva contemporánea, pero me gusta verla actuar, eso lo decidirá el público, la crítica, o quién sea dentro de veinte, treinta o cuarenta años…
En fin, la vida no se cansa de arrojarnos paradojas, pues el 31 de julio fue la criada de Jeanne Moreau quien descubrió la presencia de la muerte. Aquella mañana un desayuno se quedaría sin consumir.