En el año 2007, tuve la oportunidad de ver la primera versión de película titulada Cochochi (2007), de Laura Guzmán Conde e Israel Cárdenas, advertí entonces que era el tipo de películas ideal para los festivales, por especificad,  por su autenticidad, por su sentido de la visualidad y el carácter inspirador que señala la posibilidad de que el cine tiene espacios expresivos nuevos, con talento joven a la cabeza.

Cargada de metáforas y con un humanismo en la aproximación del tema poco usual, la cinta exploraba la vida de unos niños
raràmuris, comunidad indígena ubicada en la sierra Tarahumara, en el norte de México.

Aquella opera prima, tal como había escrito en su momento, auguraba futuros y nuevos aciertos para Israel Cárdenas y Laura Guzmán Conde, en el oficio del cine, que cuando se toma en serio y hay talento, los resultados no tardan mucho…

JEAN GENTIL: LA NUEVA EXPERIENCIA 2010.

En la primera lectura del guión de la cinta, mediados del 2009, la claridad y la precisión del objetivo casi estaba logrado.

Era evidente que lo perseguido ahí estaba, pese al perfeccionismo ortodoxo de Laura Guzmán Conde e Israel Cárdenas, lo trabajarían más hasta encontrar el punto que lo dirigiera a su objetivo final: darle al personaje el aire místico y terrenal, al mismo tiempo, entre montes y asfaltos, entre construcciones a medio terminar: ahí está el viaje  de Jean Gentil, que como en las tragedias clásicas, tiene su ruta y su destino.

En la clave propia de la tragedia, Jean Gentil no es ni Mitra, ni Prometeo, en todo caso sería Erebo, aquel dios de la mitología griega confinado en las densidades y sombras de los agujeros del mundo.

Los equivalentes del personaje trágico, se potencian con su retrato y búsqueda en la travesía que  obliga a mirar y vivir una cierta sordidez, cuyo espíritu no digiere ni acepta.

La trascendencia de Jean Gentil, su asomo a la confesionalidad, vuelve a recordar las ideas de Erich Fromm sobre el drama de la miseria

y el refugio interior, como frontera de resistencia espiritual.

En la proposición que hace la película se aspira con logros objetivos, a que el personaje de Jean Gentil no quepa ni con los suyos, con los cuales tiene como punto de encuentro la lengua (el creole haitiano) y la nacionalidad. A partir de este perfil de simple profesor y contador, Jean Gentil vive dos tiempos: el Urbano y el Rural. En el urbano se observa su odisea en la búsqueda de un trabajo, sus avatares y todo el trasiego exploratorio del universo clandestino de los haitianos en las construcciones dominicanos, aquel es otro mundo de negociaciones y falsas fraternidades donde, como en todas las historias de migraciones clandestinas, el hacinamiento y la dificultad es pan de cada día.

El mundo rural se pinta bucòlico y mìsero, convertido en el espacio donde pronto Jean Gentil iniciarà el sendero interno de su autoliberaciòn…

En el diseño del visual la película Jean Gentil (2010), junto a su banda sonora, hay un paralelismo entre personaje, angustia y realidad urbana, matizada por los ruidos incidentales junto a imágenes aplastantes de construcciones a medio terminar, en pleno corazón de la ciudad de Santo Domingo: realidades paralelas de dos ambientes y dos formas de vidas en un mismo espacio.

Ahora bien, se debe observar la otra cara de Jean Gentil: su vocación confesional, su soliloquios eternos ante una condición imposible de remontar: la universalidad del personaje en su creencia y fe  puede llevar fácilmente a una deriva machadiana -Antonio Machado, cuando en el poema "Retrato" sentencia:  "Quien habla solo espera hablar a Dios un día, mi soliloquio es plática con ese buen amigo" …

Voz en off obliga, la de Jean Gentil, mientras la cámara en la noche oscura recorre el firmamento buscando el agujero estelar ilusionado donde la voz de Jean espera depositar su suplica discreta y honda…

La película tiene unos criterios de secuencias fílmicas interesantes, angulaciones y perspectivas que preparan al espectador para la confrontación con el final de la película.

Jean Remy Gentil (quizás su propio rol), luce controlado y discreto, mientras Nadal Walcott encarna con antagonismo abismal
al personaje dominicano que ayuda a mostrar la solidaridad y la apertura, no sin dar Jean Gentil sus lecciones de viveza
ante la vida cotidiana.

Visualidad obliga, factura fotográfica que no desperdicia el leit motiv de las plantas de cocos, el verdor que se pierde en un bellísimo primer plano repleto de un verde intenso y constante, hilvanado a una música no muy estridente, en la tónica del personaje en escena, construido por un guiòn bien trabajado y sólido…

Jean Gentil (2010), habla de aquella condición humana, que al situarse en esquemas o problemáticas binacionales, estas quedan como referencias a trascender, porque la curiosidad cultural intensa debilita la mirada con la carga del prejuicio.

Con esta película el debate del cine dominicano (sobrevalorado con ideas no sostenibles) vuelve al rojo vivo.

En más de una ocasión se ha pretendido ridiculizar a quienes sostienen la posibilidad de este cine (lo he hecho siempre de modo sostenido), Jean Gentil demuestra que este cine es posible y que tiene espacio en la filmografía dominicana, negarlo ahora sería un acto de mezquindad ciega, de todos aquellos que han querido siempre a rajatabla decir que el cine dominicano  tiene un solo camino: el bodrio impenitente, el espectáculo de circo populachero sin soluciones de talento y visión…

El debate sobre el tema continuará, pero es indudable que cada vez que realizadores dominicanos, en el caso de Laura Guzmán Conde, se tomen el riesgo y la seriedad de hacer cine como este Jean Gentil, pone en evidencia a quienes niegan este tipo cine a la filmografía dominicana, cine que además con sus premios internacionales, van creando un camino sólido en el exterior al cine nacional.

Jean Gentil (2010), acaba de ganar otro premio en estos días, en el Festival Internacional de Miami, por su guión.

Bien, cuando al inicio de este texto planteaba lo de mirar al personaje por medio de un prisma de tragedia clásica, lo hacía justamente por la metáfora final de la película, con la sola música del sonido incidental de un avión volando alto, mientras no sabemos si Jean Gentil transita entre cielo y tierra hacia su paraíso destruido, por la naturaleza.

El efecto visual, el juego de planos entre cielo y tierra cierra la narración y la película también despega con Jean Gentil convertido en una divinidad trashumante, que mira desde arriba, en nimbos y cirros, la tierra trágica de sus sueños y silencios