Trabajar en el jardín puede ser a veces una forma de orar, de meditar y reflexionar. Hace años, vergonzosamente, perdí la paciencia con la meditación sentada y quieta. Sin embargo, descubrí que algunas acciones repetitivas, como tejer, caminar o hasta cortar legumbres para la cena, pueden calmar mis pensamientos y me permiten abrir mi espíritu. Muchas religiones tienen acciones repetitivas o palabras repetidas que actúan como una oración centralizadora. Cuando escribo esto pienso en rezar el rosario, la repetición de un simple verso de la Biblia, la oscilación de los hombres judíos cuando están orando, o el pasar por los dedos las 99 cuentas en el Islam, lo que corresponde a los nombres de Dios.

El Hermano Lorenzo, un renombrado monje católico francés del siglo XVII encontró la presencia del Señor en las tareas diarias, tales como cocinar en el cocina del monasterio y trabajando en el huerto. Él escribió un pequeño libro llamado La práctica de la presencia de Dios y en este comentó: “El tiempo para los deberes no difiere para mí del tiempo para la oración y, en la bulla de la cocina, mientras varias personas piden al mismo tiempo cosas diferentes, poseo a Dios como una gran tranquilidad, como si estuviese de rodillas en el Santo Sacramento”.

Como el Hermano Lorenzo siento la presencia de Dios mientras rocío con agua o deshierbo mi jardín. Alcanzo algunas de mis mejores reflexiones y soluciones mientras me ensucio las manos en el suelo. En momentos cuando hay tanto temor y tensión en el mundo, todos podemos beneficiarnos de maneras razonables de obtener un poco de paz y cura.

Entiendo que el cuidado del jardín de la residencia no es una tarea que la mayoría de los dominicanos educados elegirían para hacer personalmente; en lugar de eso ellos optan por contratar una persona para eso. En los Estados Unidos, sin embargo, la jardinería y otras “tareas mundanas” son consideradas como un privilegio y una elección para muchos estadounidenses de clase media y alta clase media. Esto se comprueba con la popularidad que tienen tiendas como Home Depot, donde los estadounidenses pueden adquirir las herramientas más modernas, bellas plantas y un saco de abono natural.

En nuestro Ranchito me gusta mojar las plantas a mano. A veces cuento hasta cincuenta,  tarareo una canción o recito un verso bíblico para asegurarme de que pongo suficiente agua. El recuento o la recitación se vuelven la oración central. He rehusado continuamente la sugerencia de mi esposo para que perforemos un pozo y que instalemos un sistema de riego por aspersión. Él siempre anda buscando formas para que yo pase menos tiempo en el jardín; mientras yo planeo modos de permanecer mayor tiempo en el jardín y menos tiempo en la casa.

Permanecer cerca de las plantas me permite el tiempo para inspeccionarlas y hablar con ellas:

  • ¡Oh, mira, tienes nuevas hojas! Debes haber crecido un pie en dos semanas.
  • ¿Qué es ese pegajoso pegote blanco que tienes debajo de las hojas?
  • ¡Mira ese extraño gusano comiéndose tus hojas!
  • ¿Qué pasó? ¿Por qué están tus hojas marrones? Oh Dios. Oh no, están muriendo.

Es mi falta. No te presté suficiente atención. Lo siento. No mueras, por favor. 

En un libro titulado La vida secreta de las plantas, el fascinante relato físico, emocional y espiritual de las relaciones entre las plantas y el hombre1, los dos autores hablan sobre varios experimentos que indican que las plantas pueden reaccionar en realidad, física y emocionalmente a las palabras y acciones de los humanos. Suena un poco chiflado para mí, pero no me importa, continúo hablándoles a mis plantas.

Para mí, la acción de arrancar hierbas es una limpieza doble, para los dos, el jardín y mi alma. Dos plantas nativas que son muy divertidas de arrancar son romerillo y la artemisa, que son dos de mis plantas para teñir. Con un fuerte jalón estas salen fácilmente del suelo. A menudo una sola planta es bastante grande, por lo tanto, con poco esfuerzo se limpia un espacio grande. Quizá no debería decir esto, pero a veces pienso en personas que me han hecho enojarme o entristecerme y, entonces, jalo la planta fuera del suelo. ¡Qué eliminación de pensamientos negativos, sin mucha consecuencia, excepto por algunas molestias musculares y una planta muerta!

Empero, pienso cuidadosamente sobre el valor de algunas hierbas malas antes de arrancarlas. Las dos, romerillo y artemisa, son muy apreciadas por las abejas, las mariposas y las aves. Las mariposas que recogen el néctar de romerillo entre otras son, la Monarca, la cebra de alas largas y la ditrysia, así como las colias. Las semillas del romerillo son un importante alimento para muchas especies de aves.

A pesar de que el polen de las artemisas se encontró en el sitio arqueológico cerca de Ranchito, no hay indicio del uso de las plantas por los nativos. Esta planta tiene muchas florecitas blancas con cinco pétalos y el centro amarillo. Las semillas tienen lengüetas en gancho que se pegan molestosamente a mis ropas y hasta a mi piel. Ese es un magnífico mecanismo para esparcir sus semillas y propagar la planta, pero horrible para mi jardín.

El polen de la artemisa tiene la reputación de causar fiebre del heno. No obstante, tiene una variedad de usos medicinales entre los nativos americanos, los cherokees, dakotas, lakotas e iroqueses, quienes lo usan para erupciones, fiebres, reumatismo, infecciones y problemas de las membranas mucosas. Las artemisas tienen hojas como plumas, profundamente lanceoladas, que según algunos, es lo que le confiere el nombre. Las florecitas son amarillentas-verdosas, casi imperceptibles.

Si, puedo apreciar estas plantas invasivas, aunque no su crecimiento agresivo en los canteros de flores y hierbas de mi jardín.

Así voy, pulgada a pulgada con mi deshierbo, un jalón cada vez con una mala hierba, una tras otra. Pienso en personas en mi vida, mi trabajo, los cambios, sorpresas, frustraciones, y también, las bendiciones.

A veces me identifico con las hierbas en un nivel más espiritual. Son cosas naturales que no son glamorosas ni elitistas. No es una iglesia elevada, sino una iglesia para la gente común.

1The Secret Life of Plants, Peter Tompkins and Christopher Bird, Harper & Row, 1989