En una idealizada primavera, cuando nace de nuevo la naturaleza, abriste los ojos en la ciudad más vieja de América, donde la tradición se esconde entre piedras centenarias y en una historia que aún tiene que ser contada como realmente sucedió.

Cuentan que una luz señaló exactamente el lugar de tu nacimiento y desde entonces se confundió tu sonrisa con tu ternura, expresados a través de unos ojos grandes, con aquel gesto de sorpresa,  en la plenitud de una flor del sol, amante de las maravillas de la vida.

Desafiando las apariencias, decidiste descubrir las esencias de la creatividad, incursionando en los sueños y las magnitudes del arte.  Tu primer espacio académico fue el diseño de interiores en la Universidad Nacional Pedro Henríquez Ureña.  Desde allí, decidiste ampliar tu universo y llegaste a estudiar el mundo de la moda en la Escuela de Diseño de Parsons en New York, una de las más valoradas y prestigiosas del mundo. 

A tu llegada al país, todo lo aprendido, fue recreado y redefinido por tus vivencias con tu familia y sobre todo con el pueblo, donde residían las esencias de la identidad.  Creaste entonces tu propio estilo, tu sello particular, desafiando, profanando el mito de que la moda   estigmatizada como “fina”, o de alta costura, era solo para el consumo de las élites.

Al crear el “pre –a- aporter” hiciste ruptura para dar posibilidades de que el pueblo pudiera adquirir tus creaciones, verdaderas obras de arte, convencida y orgullosa afirmaste que: “mi firma se engrandecía, porque todo el mundo podía llevarse ropa mía”, en un derroche de generosidad.

Tus creaciones no eran el resultado de inspiraciones románticas banales o suposiciones abstractas sino, que eran el resultado de una toma de conciencia de nuestra dominicanidad, entendiendo que lo nacional, cuando se asumen sus esencias, adquieren un mayor valor en el mercado internacional.

Comprendiste el valor trascendente de la cultura popular, del folklore, descubriendo símbolos, contenidos y colores, para asaltar a la identidad, mostrando la primavera de lo que somos.  Eras respetuosa y al igual que yo, valoraste al máximo, por ejemplo,  la imponencia y la trascendencia de las máscaras de carnaval de Las Cachúas de Cabral.  Estas son máscaras sin pinturas industrializadas, con la diversidad de colores más imponentes del folklore dominicano, con unas cabelleras hermosas, llenas de musicalidad, simbolizando las dimensiones de la libertad y de la identidad, las cuales con el viento, se convierten en arcoíris danzantes por las calles de Cabral. Hoy tus mascaras quedan inertes, no soplan con el viento ante tu partida.

Triunfaste, te impusiste, hiciste un nombre particular como diseñadora. Llegaste a la cima de la moda,  al éxito profesional y artístico marcando un espacio con tu nombre.  Pero no te emborrachaste del poder, no olvidaste a tu pueblo ni renunciaste a la identidad  ni a la dominicanidad.  Por eso, para hacer realidad tus sueños,  asumiste la dirección de la Aldea Cultural Santa Rosa de Lima de La Romana, del Ministerio de Cultura, para convertir a la antigua fortaleza militar en un centro para la formación de los sectores populares.  ¡Tus conocimientos, al servicio del pueblo!

Esa era Jenny Polanco, artista extraordinaria, ser humano excepcional, en la plenitud de su carrera profesional, maestra por vocación, decidió trasmitirle sus conocimientos, compartir sus creatividades con su pueblo, en función de la identidad nacional, su amor  por la cultura popular y el respecto por la dominicanidad.

Mientras la ciudad estaba llena de miedo y desesperanza por una plaga maldita que no discrimina sexo, edad ni clases sociales, decidiste partir sin despedirte. Partiste, regia como siempre, hermosa, vestida de blanco, con tu pelo al viento y tu collar de larimar. Te marchaste a la gran morada, para diseñar a lo infinito con amor y ternura. Allá, iluminarás cada rincón con tu sonrisa, la misma que recordaremos siempre. ¡Descansa en paz Jenny, cumpliste tu misión en esta tierra y en nuestro país! ¡Hasta luego, amiga!