En la página 26 del periódico Listín Diario del pasado sábado 21 de noviembre, en una breve nota de prensa se anunció la muerte -ocurrida el día anterior- de la “escritora” galesa Jan Morris qué alcanzó notoriedad mundial cuando en 1953 cubrió como periodista en exclusiva el primer ascenso realizado a la cima del mundo: el Everest.
Quizá por ello pocos dominicanos lograron conocer su existencia, siendo muy difícil que posteriormente tuvieran información sobre la evolución de su persona o de su carrera, pero a causa de lo original y novedoso, tanto de una como de la otra, creemos que por diversos motivos debería llevar el conocimiento de su excentricidad a la población dominicana.
Esta singular galesa vino al mundo en 1926 -murió a los 94 años- en la comunidad de Somerset y al nacer varón se le bautizó con el nombre de James Humphrey Morris. En su juventud se alistó en la prestigiosa Academia Militar de Sandhurst llegando a Oficial del Noveno Regimiento de Lanceros reales de la reina, brindándole importantes servicios al Reino Unido durante la II Guerra Mundial.
En atención a fotografías suyas de la época y en base a las opiniones de quienes lo conocieron físicamente en su juventud, James irradiaba masculinidad en su porte y en sus ocupaciones varias y por ello decidió casarse en 1949 con su novia Elizabeth Tuckniss con quien no sólo procreó cinco hijos sino que permaneció a su lado toda su larga vida.
No obstante su matrimonial resolución, en su extraordinario libro/ confesión titulado “Conundrum” -un sustantivo inglés que define o describe un misterio, un problema cuya explicación no está clara o cuya solución es difícil, publicado en 1974- cuya traducción al español se conoce como “El enigma“, él explica que desde niño se sintió mujer lamentablemente prisionera en el cuerpo de un hombre.
En esta obra que leí a finales del siglo pasado y que debería ser de lectura obligatoria para todos los profesionales de la Sexología en el mundo, Jan reseña que se sentía más cómodo asumiendo posturas femeninas, vestirse de forma andrógina, sentirse atraído sexualmente por los adolescentes, maquillarse, prefiriendo desde luego la compañía con mujeres y desdeñando los varones que no eran de su predilección.
Creyendo tal vez que era un caso único, aislado, su ambigua identidad le hacía padecer frecuentes periodos depresivos y de ansiedad desesperantes, hasta que un día leyó el caso de Lili Elbe la primera persona – una mujer por más señas- en someterse a la cirugía del cambio de sexo que desde entonces es algo no inusual. Su lectura lo estimuló a ponerle fin al desacuerdo existente entre su sentir, o sea su género, y su sexo.
Para alcanzarlo inició en los 60 un tratamiento intensivo con estrógenos – la hormona femenina- que contó con el respaldo total de su esposa, pero cuando creía que estaba listo para cirugía la medicina inglesa se opuso a su vehemente deseo. Para conseguirlo tuvo que viajar a Casablanca, Marruecos, donde un médico francés le practicó la reasignación del sexo, cambiando su nombre de James por Jan.
Además de haber viajado por todas partes y dedicarse sobre todo a la literatura de viajes sus retratos de Hong Kong, Nueva York, Italia, Palestina, Buenos Aires, Tokio y en especial Venecia su ciudad preferida- lo más impresionante de su biografía no es haber mutado sexualmente -algo tan corriente hoy día- sino haber contado en todo momento con el apoyo incondicional de la madre de sus hijos.
Para mí la verdadera heroína de su dramática existencia fue su cónyuge ya que permanecer fiel por siempre a quien es piedra de escándalo en la sociedad, con el agravante añadido de tener que fomentar a la vez comprensión y condescendencia de los hijos, solamente es posible cuando se ama sin límites a la pareja, amarla tanto a la verdes y a las maduras, en fin, poseer una sensibilidad suis generis
En vista de que en el Reino Unido no se reconocía el matrimonio entre personas del mismo sexo, tuvieron que divorciarse después de la operación dispensándose entre ellas el tratamiento de cuñadas cuando viajaban o alternaban con desconocidos. Al cambiar la ley en el 2008 se volvieron de nuevo a casar y Jan se complacía en decir que ni los años ni la cirugía habían cambiado su personalidad auténtica.
Cuando Morris hizo que su sexo y su género se ajustaran no se dio al espectáculo como a menudo acontece con los transexuales, definiéndose así mismo como una especie de alegoría advirtiendo que en su presencia tanto los hombres como las mujeres se sienten a gusto, les confían sus secretos e intimidades de todo tipo, lo que considera normal porque al fin y al cabo, según él, pertenece por igual a los dos grupos.
Como voluntad final expresó su deseo de ser enterrada junto a su esposa cerca de su casa bajo un epitafio que rece así: “ Aquí yacen Dos amigas al final de una vida”. Cuánta sencillez y humildad en una vida tan rocambolesca como la suya. Me advertía un anti-abortista que fenómenos como Jan Morris debían fusilarlos al que respondí indicándole que ningún feto o embrión jamás sería capaz de procurarme los entusiasmos que sus libros de viajes me han aportado; prefiero los árboles a las semillas como todo profesional agrícola, sentencié.