Jacob Zuma fue un gran luchador contra el apartheid, pero fue incorregiblemente malo como vicepresidente y presidente de Sudáfrica. Con 17 años se unió al Congreso Nacional Africano, CNA para enfrentar al régimen racista blanco. A sus 20 años fue capturado junto con otros milicianos armados y condenado a 10 años de prisión. Sin tener educación escolar Zuma demostró carisma para estimular sus compañeros presos.
Al salir de la cárcel marchó al exilio y colaboró con independentistas de varios países africanos. Al retornar a Sudáfrica continuó dentro del CNA mientras también militaba en el Partido Comunista. Se presentaba como un “combatiente de la libertad” adornado con su abstinencia alcohólica. Desde la clandestinidad, dirigió el brazo armado del CNA llamado “La lanza de la nación”. También fue jefe de Inteligencia, muy temido por su dureza con los traidores al CNA y los informantes del régimen.
Cuando Mandela triunfó Zuma inició su carrera como funcionario sin escrúpulos. Siendo vicepresidente promovió un negocio de armas multimillonario a cambio de sobornos. Su asistente fue condenado a 15 años de prisión. Zuma renunció como vicepresidente, pero fue absuelto. Parecía hecho de teflón pues también fue descargado de una acusación de violación. Como presidente dedicó 16 millones de dólares estatales para “remodelar” su residencia en su pueblo natal. Adujo que se trataba de “una inversión hecha por razones de seguridad”.
Tan pronto fue presidente en 2009 se asoció con la familia india Gupta convirtiéndola en una de las más ricas de Sudáfrica y con poder político ilimitado. Nombraban funcionarios para que les aprobaran sus manejos turbios y destituían a quienes se oponían a sus actos delictivos. Zuma decidió implementar una operación codiciosa que el pueblo calificó como un “tráfico de armas con esteroides”. Para tal fin hizo una visita sorpresa a Rusia y firmó un acuerdo con el desarrollador nuclear Rosatom para construir 8 plantas de 1,200 MW cada una, cuyo costo total se estimó cercano a 80,000 millones de dólares. Para redondear ese acuerdo la familia Gupta compró, a precio de oportunidad, los derechos de la única mina de uranio de Sudáfrica. Zuma se reeligió en 2014 y creyó que era eterno. Ignoró que muchas veces en la historia aparecieron cartas y documentos que derrocaron gobernantes nefastos.
En 2016 la Defensora del Pueblo Thuli Mandosela publicó, bajo su rúbrica personal, el informe “Captura del Estado” en el cual documentó los delitos cometidos por Zuma. En ese memorial, de 355 páginas, la colusión quedó evidenciada porque el juvenil Duduzame Zuma, uno de los 22 hijos del presidente Jacob Zuma actuó como el más alto ejecutivo de las empresas de la familia Gupta.
El acuerdo no ejecutado de esas plantas eléctricas, denunciado por Thuli Mandosela, definió la caída de Zuma. Ya con anterioridad el Banco Mundial había aprobado préstamos para plantas de carbón, con la abstención de EUA, Canadá e Inglaterra, y comprometiéndose Sudáfrica que de ahí en adelante priorizaría la energía renovable. El pacto con Rosatom se firmó sin discusión técnico-económica, sin aprobación legal y desechando varias ofertas previas. Zuma quedó descalificado. El CNA le retiró el apoyo y tuvo que renunciar a la presidencia. Esgrimió sus 79 años y una enfermedad no divulgada para lograr prisión domiciliaria mientras espera ser juzgado por corrupto, sin contar con su protección política de teflón.