Consuelan a los enfermos incurables,
visitándolos con frecuencia,
prestándoles toda clase de cuidados.
Pero cuando a estos males incurables
se añaden sufrimientos atroces,
tratan de hacerles ver
que como la vida es puro tormento
no deben dudar en aceptar la muerte,
pues esta no les apartará
de las dulzuras de la vida, sino del suplicio.
Pero no eliminan a nadie contra su voluntad,
ni por ello le privan de los cuidados
que le venían dispensando.
SANTO TOMÁS MORO
Utopía (1516)
Cuando Timothy McVeigh moría apaciblemente por inyección letal en una prisión de USA, ya el doctor Jack Kevorkian tenía dos años encarcelado por haber ayudado a morir sin sufrimientos a mas de un centenar de pacientes. Seis años atrás McVeigh había plantado una bomba frente a un edificio federal que hirió a cientos de personas y mató a 168, incluyendo 19 niños. Este genocida murío sin dolor en brazos del mismo sistema legal que había condenado a un médico anciano de setenta años por haber dedicado los últimos años de su vida a una lucha sin cuartel para que los enfermos terminales tuvieran una muerta digna, sin tormentos físicos, similar a la de los criminales condenados a muerte por inyección letal.
Jack Kevorkian murió recientemente mientras escuchaba música de Bach en un hospital de su comunidad de Royal Oak, Michigan. Había salido de la cárcel cuatro años atrás, luego de cumplir una condena de ocho por su desobediencia. Como pasa con todos los extremistas, nadie que conozca su historia puede permanecer neutral: se le odia o se le admira. Yo me inscribo entre los últimos. Este hombre tozudo y diminuto, quien no era un genio de la propaganda, transmitió su mensaje de una forma burda y sensasionalista que fascinó a los medios de información masiva. Su defensa desaforada por los derechos del enfermo terminal a morir dignamente la llevó a cabo con un fervor implacable y a un ingente costo personal. Nunca cayó en la trampa del sentido común ni cobró un centavo por sus servicios a los familiares de los pacientes.
Kevorkian tampoco cerró filas con el movimiento organizado por los derechos a morir dignamente que operaba en USA mucho antes que él iniciara su lucha, pero pasará a la historia como un catalizador del mismo. Sus tácticas inquietantes y controvertidas pusieron sobre el tapete el debate acerca de la muerte asistida y contribuyeron a que hoy día tres estados en USA (Oregon, Washington y Montana) hayan aprobado leyes de Muerte Digna que permiten a los pacientes terminales administrarse de forma voluntaria fármacos recetados por médicos para proporcionarles una muerte sin dolor. Esto se hace siguiendo pautas estrictas, asegurandose que el enfermo ha tomado la decisión de morir con conocimiento de causa y en perfecto estado de lucidez; que su enfermedad es incurable, terminal y está asociada a un sufrimiento intolerable que no puede ser controlado con medidas paliativas; y que haya sido evaluado por mas de un facultativo. Otros lugares donde la eutanasia voluntaria (pasiva o activa, según el país) es legal son Suiza, Holanda, Bélgica, Luxemburgo, India, Colombia y algunos estados de México.
Como era de esperarse, las acciones de Kevorkian siempre fueron condenadas por las instancias de la fe. La preservación de la vida es uno de los valores morales supremos de la tradición judeo-cristiana, la cual prohibe cualquier acto que contribuya a acortar la existencia humana. Ve la eutanasia, en cualquiera de sus formas, como un rechazo al poder absoluto de Yahveh sobre la vida y la muerte. Sin embargo, no requiere que los médicos tomen medidas extraordinarias para prolongar la vida. Tal vez fue basado en este último concepto que Karol Wojtyla, afectado por una urosepsis avanzada, en su lecho de muerte le haya dicho a los médicos que le rodeaban: "Dejadme ir a la casa del Padre".
En contraposición, los partidarios de la eutanasia voluntaria para los enfermos terminales piensan que esta le proporciona al individuo afectado la dignidad de tener control soberano sobre su muerte, que forma parte de su vida. De acuerdo al doctor Ethan Remmel (psicólogo aquejado de cancer de colon), el cuidado médico tradicional tiende a ver la enfermedad como una batalla donde vivir es vencer y morir la derrota. Pero en el caso de una enfermedad terminal e incurable, esta metáfora queda corta, pues vivir no es ganar si la calidad de vida no es buena. Por eso cree que cuando un enfermo terminal opta por una muerte asistida no se está suicidando, pues no está escogiendo entre vivir o morir sino entre dos formas de morir.