Yo escribí, en esta misma columna, un artículo afortunado que hacía una lectura semiótica del espectáculo de la lucha libre, y que ligaba a su héroe a toda una teoría sobre el ser nacional. Hubo diferentes reacciones, y el propio Jack Veneno (en una entrevista del periódico Última Hora, que envidiaré siempre porque la culta periodista Ruth Herrera le llamó “toro lírico") me retó a un debate personal, que no respondí porque no quedó claro si era dentro o fuera del ring.
Estos artículos no son personales, sino que intentan poner en claro las claves profundas de un espectáculo en el que se inscriben los gestos, y las purificaciones más antiguas de la dominicanidad. El título de este artículo, por ejemplo, salió en forma muy discreta en todos los periódicos nacionales: Jack Veneno recupera su corona de Campeón Mundial, e incluso, la gente lo leyó como si lo extrajera de la memoria, porque los mitos del sufrimiento y de la humillación públicas exigen que Jack Veneno pierda y recupere cíclicamente su corona. Esta es la ley que aviva el interés del espectáculo. Pese a su dimensión mundial, la prensa lo reseña con modestia porque no es verdad ni es mentira, o porque las ideas más convencionales del tiempo y del espacio no se pueden aplicar con claridad a la hora de abrir las puertas a un mundo desenfrenado como el de la lucha libre.
En la entrevista de Última Hora, el "toro lírico" mostraba las cicatrices en su frente, secuela de sus múltiples combates. La periodista le preguntó si no tenia planes de una cirugía plástica, y el dijo, naturalmente, que no. En la mímica descarada de su oficio, el está como crucificado a plena luz. La llaga, el costurón carnoso, el fontículo seco no se ocultan, se exhiben, se pregonan. Hay ahí un concepto puramente moral. Cuando él sangra, o cuando es despiadadamente atrapado por la traición, el público brama en el colmo de su capacidad de indignación, rememorando subliminalmente las viejas heridas. Lo que el público espera de él es ni más ni menos la crueldad de su sufrimiento, pero la compensación moral con la que se identifica la muchedumbre al reconciliar en el combate fingido sus propias frustraciones, llega con la alegría de castigar al contrario.
Si Jack Veneno no perdiera y volviera a reconquistar sus títulos indefinidamente, el público moriría de aburrimiento. Por eso, la derrota es solo una promesa. Algo permanece en esa expresión dolida de la derrota que garantiza el retorno, aunque por sus signos excesivos, el juego de la fortuna se aproxime al minidrama. Generalmente, la mala fortuna se acompaña del golpe bajo, del acto de cobardía. El dolor es entonces más profundo, y las masas airadas esperan con toda certeza un castigo merecido. Es como un pacto silente, una retórica, que hace de la lucha libre no un deporte, sino un espectáculo.
Un fanático bien enterado me comunicó en la calle que me había equivocado, porque en mi artículo La Dominicanidad según Jack Veneno, había dicho que el era Campeón Medio Europeo, y que los europeos no se habían enterado. La verdad es que en esto Jack Veneno ha sido exageradamente cortés. La magnitud geográfica significa, ante todo, un ideal. Si a nadie le importa, no existe una contrición real que lo impida. ¿Qué importancia puede tener que se pase de Campeón Medio Europeo a Campeón Mundial? El límite del concepto de justicia es inabarcable en el furor vengativo de la multitud que lo aplaude, y en el Centro Social Obrero los espectadores leales entre si, son el espejismo del universo. Lo que importa es el contenido de la justicia, la bondad general del mundo, que los episodios espontáneos del combate reproducen en el ánimo de los que se han enronquecido pidiendo venganza. El cuadrilátero es, sin dudas, el centro del mundo.
Todo está bien. Jack Veneno ha vuelto a recuperar el título perdido. Por un tris toda la significación pura de la justicia se ha salvado. La chispa popular tembló adherida al designio de esa derrota, y las purificaciones de la dominicanidad se han vuelto finalmente inteligibles. El volverá a perderlo, si él no arriesga algo en cada ocasión, el gesto puro que separa al bien del mal no tendría sentido. Pero mientras tanto, todo está bien.