Los conceptos políticos, lejos de nombrar de forma homogénea una realidad, denotan una amalgama de situaciones e interpretaciones muy variopintas que rayan en la confusión. La cosa se complica si las nociones usadas para describir una realidad o situación específica se utilizan, sin más, en la identificación de un fenómeno político que ocurre en otro contexto décadas o siglos después. Empero entendamos que hay conceptos universales, la historicidad los ata a su universo de producción, por tanto, no todo concepto conserva la misma particularidad semántica en el tiempo y el espacio.   

Aunque resulte difícil establecer qué es determinado concepto político, por la variedad de carga semántica que recibe, la empresa de establecerle unos contornos definidos para los mismos no resulta inútil ni desaprovechable. Aunque se reflejen límites pocos claros, vale la pena la aventura intelectual y, salvando las distancias, es apropiado y sabio dejarse iluminar por los que ya han pensado desde Europa estas cuestiones. La razón fundamental es que nos vimos históricamente obligados al modelo europeo lo que nos salva de ser acusados de “mente colonial”, “tipejo” o “gusano”.

Un ejemplo claro de lo dicho ocurre con los conceptos de “izquierda” y “derecha” política. Hay bastante literatura que explica el origen de estas denominaciones. Lo que me interesa y me ha llamado poderosamente la atención es el uso dado en el imaginario social y político de nuestro país.

En la teoría política actual está claro que tanto “derecha” como “izquierda” ya no se asocian a determinados regímenes o dictaduras totalitarias, sino a una manera de ver la sociedad democrática en lo que respecta a la justicia social, sus valores, su visión de la historia y, ante todo, el protagonismo de los sectores populares en las decisiones comunes para obtener esa tan anhelada justicia colectiva. En resumidas cuentas, “derecha” o “izquierda” política son etiquetas para determinados programas de desarrollo social sustentado en una serie de valores y presupuestos que mal llamamos “ideologías”. Así se habla de ideología de derecha o ideología de izquierda o determinados grupos políticos se declaran de “derecha” o de “izquierda” atendiendo a los principios teóricos que los sustentan; pero no dejan de ser democráticos, al menos en la actualidad nuestra.

Decir que una persona es de “derecha” es identificarla como conservadora, que estimula la individualidad y la libre competencia en las empresas, animada por cierto proteccionismo de la industria local y cierto reduccionismo de la injerencia estatal en cuestiones de mercado. Su norte de acción está en la valorización de entidades abstractas como “patria”, “identidad”, “tradición” y fácilmente puede expresar su moralidad en términos religiosos o cercana a la moral religiosa tradicional. Su apelo a los valores como la libertad y el bien se formulan desde la óptica del individuo y no desde las clases sociales, como ocurre con la “izquierda”. En esta última, en cambio, se estimula la lucha de clases al interior de la misma nación pues se entiende que el motor del desarrollo está en la mano de obra y no en el capital.

En las izquierdas democráticas la inversión o el gasto social es una prioridad frente a otros tipos de necesidades, por ello se amplía la injerencia del Estado en la economía y el mercado. La expropiación de empresas y capitales privados es de gran importancia social ya que la inequidad se combate no a través de la asistencia social directa, sino en la constitución del individuo en sujeto de la historia, del proletariado, de los trabajadores.

Nada de lo que describimos como “izquierda” o “derecha” ha ocurrido de manera homogénea en nuestro país. A juzgar por la historia democrática y no democrática, siempre hemos estado en las mismas: usufructuar el patrimonio público como una parcela particular. Llegar a la teta de la vaca para servirme desde allí y resolver mi problema, no obstante llame a la lucha de clases o recite mil veces que el pueblo unido jamás será vencido. La “ideología” es el propio bienestar: el transfuguismo y la práctica del clientelismo son muestras fehacientes de la ausencia de “izquierda” y “derecha” dominicana.

¿Necesitaremos nuevas categorías para entender nuestra práctica política? Creo que sí. Los fenómenos se viven de otro modo desde el subdesarrollo.