El hombre triángulo, mi primer libro, salió con Isla Negra hace ya una década. Este era un proyecto publicado por mi cuenta que presenté por varias provincias del país. Luego fui invitado por el stand de la Secretaría de la Juventud a presentar el libro en la Feria. Allí Pedro Antonio Valdéz me presentó a Carlos Roberto Gómez Beras, poeta y director de una editorial independiente. Así comenzó una relación de hermandad que ha dado frutos maravillosos.
Le entregué una copia del Triángulo que yo había editado con toda la arrogancia correspondiente, confiado de que llamaría la atención de su junta editorial. Luego de varios meses de espera recibí una invitación a Puerto Rico para realizar varias lecturas en algunos recintos. Durante ese viaje Carlos Roberto me expresó que la historia era muy buena pero que podía beneficiarse de un trabajo de edición. Acepté sin saber muy bien en lo que me estaba metiendo. Carlos Roberto entregó el texto a la escritora Mónica Volontieri, a quien yo admiraba ya luego de haber leído Su(b)versión. Su evaluación y sugerencias fueron muy positivas y tiempo después, pusimos a circular el Triángulo de Isla Negra con una serie de performances en los que por primera vez colaboré con la gente de Lo Correcto, asociación de la cual salieron colaboraciones como la del Ciudadano Cero.
Debo aclarar que una de las cosas que más valoro de este proceso, fue la posibilidad de trabajar con un editor. Alguien que se preocupe por el texto, por la historia, por el lenguaje… alguien alejado del ego paternalista del escritor. Yo aprendí de la peor manera, pero entiendo que esos tropiezos me han traído hasta aquí. Con cada nuevo editor siempre aprendí cosas que llevé al próximo libro. Nunca he seguido nada ni a nadie con una fe ciega, de las recomendaciones uno toma y deja, pero si uno hace silencio y escucha esa conversación que se da entre el texto y el editor, puede sacar cosas en extremo positivas.
Más importante que los libros que he publicado con Carlos Roberto y la fraternidad que me une a su proyecto, se encuentra como un hecho fehaciente, el catálogo que esta editorial ha sabido componer a través de un cuarto de siglo. El mejor concepto para definir este esfuerzo es riesgo. Mientras el mercado editorial dominicano ignoraba de forma condescendiente a poetas como Pastor de Moya y Eugenio García Cuevas, y descartaba la narrativa de Rita Indiana, una editorial en Puerto Rico difundía estos textos tanto en librerías como en universidades, en ediciones cuidadas y de gran calidad. Isla Negra resistió con gallardía el clima de inseguridad ocasionado por la aparición de monstruos como Barnes & Noble y Borders. Ante otros muchos obstáculos, Isla Negra se mantiene en una renovación y revitalización constante. Como parte integral de Isla Negra, con orgullo los invito a que juntos le deseemos a este proyecto muchos, muchos aniversarios más.