Para Mark Twain nunca hubo una guerra justa en toda la historia de la humanidad, a pesar de que simpatizaba (o empezó a simpatizar en un determinado momento de su edad madura) con los movimientos revolucionarios y de liberación nacional, y con las luchas contra el despotismo y el imperialismo que tenían lugar en varios países del globo.

Ninguna oración a favor de la guerra, por inocente que pareciera, podía tener, a su juicio, algún tipo de asidero, de justificación ética, moral o simplemente humanista. Y mucho menos cristiano.

Lo anterior podría parecer una verdad de Perogrullo, una cuestión de sentido común. Pero nada de eso lo sabía el papa Pío XI, o quizás simplemente lo ignoraba a propósito, cuando en las elecciones italianas de 1929 conminó a los católicos a votar por los fascistas y cuando bendijo los cañones italianos que partieron a la conquista de Abisinia.

Tampoco lo sabían, en apariencia, los fanatizados pastores calvinistas o luteranos o puritanos o bautistas o episcopales o el clèrigo que en la “Oración de guerra” de Mark Twain “predicaban devoción a la bandera y al país”, “imploraban ayuda al dios de las batallas” para que los favoreciera en la guerra colonialista que los Estados Unidos libraba en 1905 contra Filipinas.

Una gran parte de obra de Mark Twain habla de una intensa lucha interior. Era evidentemente un personaje complejo, muy complejo, dotado de una gran riqueza espiritual. Alguien que disimulaba un poco la tragedia humana con el recurso siempre a mano del humor, muchas veces el humor más negro posible. Pero en “Oración de guerra” está ausente este recurso.

Los pastores y sus fieles celebran con algarabía, casi con alegría deportiva, la llegada de la guerra. Piden y esperan la ayuda de Dios, el dios cristiano, como si de Apolo se tratase, un dios pagano. Pero todo cambia cuando llega un “anciano extraño”. Todo en el escenario, a partir de la entrada del “anciano extraño”, reviste un aspecto, un carácter majestuoso, solemne.

Ahora Mark Twain explicará, por boca del “anciano extraño”, cuales son las consecuencias de pedirle a Dios por la victoria en una guerra, en cualquier guerra. Explicará con lujo de detalles el sentido segundo de la oración, el significado de la parte no dicha que encierra la oración, las tremendas implicaciones de lo que está implícito en una oración de guerra, y a medida que lo dice, a medida que lo cuenta va llenando de sentido nuestros sentidos, purificando el aire que respiramos, aclarando nuestras mentes.

“Oración de guerra” es una pieza de la más noble alfarería o artesanía verbal, una delicada y a la vez urticante pieza de orfebrería literaria. La muy sutil y penetrante forma de razonamiento del “anciano misterioso” penetra por los poros, produce una elevación espiritual, una dignificaron del significado de las palabras, de todas las palabras. Muchos no volverán a elevar una oración de guerra. Aunque por desgracia, como sucede en el relato, la mayoría permanecerá indiferente, no entenderá simplemente lo que dijo “el anciano misterioso”. Pensarán que “el hombre era un lunático porque no tenía sentido nada de lo que había dicho”.

Oración de guerra

(segunda parte)

Mark Twain

Un anciano extraño entró y con paso lento y callado avanzó por el pasillo, con los ojos clavados en el clérigo. Tenía un cuerpo alto e iba vestido con una túnica que le llegaba a los pies, llevaba la cabeza descubierta, una vaporosa cascada de cabello cano le caía sobre los hombros y tenía la cara arrugada y exageradamente pálida, casi fantasmal. Llenos de asombro, todos le seguían con la mirada mientras se encaminaba al altar en silencio y sin pausa, hasta que se detuvo a la par del clérigo y se quedó allí esperando de pie.

El clérigo, con los ojos cerrados, no se había percatado de la presencia del extraño y prosiguió con su oración conmovedora hasta terminar con las siguientes palabras, pronunciadas con gran fervor: Bendice nuestras almas, concédenos la victoria, Oh Señor Nuestro, Dios, Padre y Protector de nuestra tierra y nuestra bandera!.

El extraño le tocó el brazo y le hizo señas para que se apartara -a lo que accedió el desconcertado clérigo- y ocupó su lugar. Durante unos momentos, con ojos solemnes que emanaban una luz extraordinaria, contempló detenidamente a la audiencia embelesada. Entonces con una voz profunda dijo: Vengo del Trono. Soy portador de un mensaje de Dios Todopoderoso. Las palabras golpearon a la congregación como en un sismo; si el extraño lo percibió no hizo ningún caso. Él ha escuchado la oración de Su siervo, vuestro pastor, y se concederán sus peticiones si es vuestro deseo después que yo, Su mensajero, os haya explicado su significado, es decir, todo su significado. Pues sucede lo que en la mayoría de las oraciones de los hombres; el que las pronuncia pide mucho más de lo que es consciente, salvo que se detenga y se ponga a meditar.

Vuestro Siervo de Dios ha rezado su plegaria. ¿Ha reflexionado sobre lo que ha dicho? ¿Es acaso una sola oración? No; son dos -una pronunciada y la otra no-. Ambas han llegado a los oídos de Aquel que escucha todas las súplicas, tanto las anunciadas como las guardadas en silencio. Ponderad esto y guardadlo en la memoria. ¡Si rezas una plegaria en tu beneficio ten cuidado! no sea que sin querer invoques al mismo tiempo una maldición sobre el vecino. Si rezas una oración para que llueva sobre tu cosecha, mediante ese acto quizás estás implorando que caiga una maldición sobre la cosecha de alguno de tus vecinos que probablemente no necesite agua y resulte dañada.

Han escuchado la oración de vuestro siervo -la parte enunciada-.Yo he sido encargado por Dios para poner en palabras la otra parte, aquella que el pastor -al igual que ustedes en sus corazones- rezaron en silencio. Con ignorancia y sin reflexionar Dios asegura que así fue! Oísteis estas palabras: “Concédenos la victoria, Oh Señor Nuestro Dios”. Eso es suficiente. La oración pronunciada está íntimamente ligada a esas palabras fecundas.

No han sido necesarias las explicaciones. Cuando habéis rezado por la victoria, habéis rezado por las muchas consecuencias no mencionadas que resultan de la victoria -debe ser así y no se puede evitar-.El espíritu atento de Dios Padre acoge también la parte no pronunciada de la oración. Me encargó que la expresara con palabras. Escuchad.

Oh Señor, nuestro Padre, nuestros jóvenes patriotas, ídolos de nuestros corazones, salen a batallar. ¡Mantente cerca de ellos! Con ellos partimos también nosotros -en espíritu- dejando atrás la dulce paz de nuestros hogares para aniquilar al enemigo. Oh Señor nuestro Dios, ayúdanos a destrozar a sus soldados y convertirlos en despojos sangrientos con nuestros disparos; ayúdanos a cubrir sus campos resplandecientes con la palidez de sus patriotas muertos; ayúdanos a ahogar el trueno de sus cañones con los quejidos de sus heridos que se retuercen de dolor, ayúdanos a destruir sus humildes viviendas con un huracán de fuego; ayúdanos a acongojar los corazones de sus viudas inofensivas con aflicción inconsolable; ayúdanos a echarlas de sus casas con sus niñitos para que deambulen desvalidos por la devastación de su tierra desolada, vestidos con harapos, hambrientos y sedientos, a merced de las llamas del sol de verano y los vientos helados del invierno, quebrados en espíritu, agotados por las penurias, te imploramos que tengan por refugio la tumba que se les niega -por el bien de nosotros que te adoramos, Señor-, acaba con sus esperanzas, arruina sus vidas, prolonga su amargo peregrinaje, haz que su andar sea una carga, inunda su camino con sus lágrimas, ¡tiñe la nieve blanca con la sangre de las heridas de sus pies! Se lo pedimos, animados por el amor, a Aquel quien es Fuente de Amor, sempiterno y seguro refugio y amigo de todos aquellos que padecen. A Él, humildes y contritos, pedimos Su ayuda. Amén.

(Después de una pausa).

Así es como lo habéis rezado. Si todavía lo deseáis, ¡hablad! El mensajero del Altísimo aguarda.

Mas tarde se creyó que el hombre era un lunático porque no tenía sentido nada de lo que había dicho.

 

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