Mark Twain nació en 1835 en un poblado de Missouri llamado Florida, que en esa época tenía una población de un centenar de habitantes y hoy está deshabitado. Era un villorrio invisible, casi invisible -cuenta Mark Twain-, y su nacimiento contribuyó a elevar el indice demográfico en un uno por ciento. De esa hazaña, esa proeza que, según decía, muy pocos hombres de la historia habían realizado, se sentía o decía sentirse muy orgulloso.
Después, cuando apenas tenía cuatro años, fue a parar a un pueblo llamado Hannibal, un puerto, en el que no vivían mas de diez o quince mil personas, a orillas del poderoso Mississipi, el padre de las aguas. De ese puerto, esas aguas, que aparecen transfigurados bajo el nombre de San Petersburgo en algunas de sus novelas, preservaría unos vínculos entrañables que lo acompañarían toda la vida. En Hannibal empieza a descubrir el mundo, se familiariza con la esclavitud, la trata y el maltrato de los negros, que tendrá en su obras una importancia capital.
Asiste durante un tiempo y de mala gana a la escuela, se convence de que los estudios no lo van a llevar a ninguna parte. De hecho, nunca permitiría que la escuela “interfiriera con (su) educación”.
La religión tampoco era lo suyo. De la iglesia calvinista, a la que iba desde pequeño, sólo conserva desagradables recuerdos que le inspiran frases desalentadoras: “Si Jesucristo estuviera aquí ahora, hay una cosa que no sería: cristiano”. En otra ocasión escribiría: “Un hombre es aceptado en la Iglesia por lo que cree y es expulsado por lo que sabe“.
Para peor, unos cuantos textos suyos forman parte de un escabroso libro titulado “La Biblia del ateo: una ilustre colección de pensamientos irreverentes”. Esta obra, de una mujer llamada Joan Konner, fue publicada por la Editorial Seix Barral en el año 2008 y contiene pensamientos muy peyorativos, sarcásticos en relación a las creencias religiosas.
Lo que dejó escrito Mark Twain sobre la Biblia, el dios de la Biblia y la misma Biblia no se presta de ninguna manera a equívocos ni a interpretaciones retorcidas, amañadas o complacientes:
“Nuestra Biblia nos revela el carácter de nuestro Dios con una exactitud minuciosa y sin remordimientos… Es quizás la biografía mas difamatoria que haya sido impresa nunca. Hace de Nerón un ángel de luz por contraste”.
La verdad es que, en este sentido, el juicio lapidario de Mark Twain parece competir con los de otros dos famosos personajes: Thomas Paine y Charles Darwin:
Thomas Paine, uno de los llamados padres fundadores de los Estados Unidos, afirmaba sin tapujos que “Siempre que leemos las historias obscenas, las orgías voluptuosas, las ejecuciones crueles, la venganza implacable que llenan mas de la mitad de las páginas de la Biblia, nos parece que sería mas lógico considerar ésta como la palabra de un demonio mas que la palabra de Dios. Es una historia de maldad que ha servido para corromper y embrutecer al género humano”.
(De hecho, eso lo estamos viendo hoy en Bolivia y lo vimos en Brasil).
Charles Darwin, por otra parte, decía en tono reposado y a la vez lapidario que entre 1836 y 1839 “había comenzado a ver gradualmente que el Viejo Testamento, desde su manifiesta falsa historia del mundo, con su Torre de Babel, el arco iris de Señal, etc., etc., y de atribuirle a Dios los sentimientos de un tirano vengativo, no era mas de confiar que los libros sagrados hindúes o las creencias de cualquier bárbaro”.
Aparte de la atmósfera viciada que se respiraba en Hannibal (en aquel ambiente puritano, esclavista, probablemente insalubre), todo conspiraba en contra de una adecuada formación para cualquier muchacho con un mínimo de inquietudes intelectuales, incluso contra la salud física y mental de sus pobladores.
Mark Twain tuvo una infancia desgraciada, seguramente oscura y triste. De hecho, dolorosas pérdidas familiares marcaron el compás de sus primeros once años, al igual que marcarían los de su vejez. A los cuatro años Mark Twain perdió a una de sus hermanas, a los siete perdió a un hermano y para cerrar con broche de oro quedó huérfano de padre al cumplir once. En su edad madura vio morir a una de las hijas, otra fue víctima de la locura, su esposa quedó invalida, se consumió en una larga enfermedad que terminó de envenenar su vida. La gota que colmó la copa de sus desgracias.
La tragedia parecía abatirse y se abatía en estos últimos años con mayor saña sobre Mark Twain en la medida en que su carrera y su fama de escritor alcanzaban el cenit, mientras cosechaba más y más galardones literarios y se acrecentaba su fama y se ganaba cada vez más el corazón de sus lectores. En cierto momento eligió el color blanco como símbolo de luto y nunca volvió a usar ropa de otro color.
Esta no es o no parece ser de ninguna manera la biografía de un humorista para quienes se toman el humor a la ligera. Sin embargo, para Mar Twain “el origen secreto del humor no es la alegría sino la tristeza”.
Mark Twain era, como se ha dicho y repetido, un personaje adolorido, desencantado, pesimista, alguien que tenía muy poca fe en el ser humano, que decía las cosas mas dolorosas con un gran sentido del humor, con un toque de humor, un humor seco, como se ha definido, un humor cáustico que provoca risa en cualquier situación y corroe un poco todo lo que toca. Ese escritor, dotado de un inmenso talento literario, es presentado a menudo o casi siempre, mas bien enmascarado o travestido como un simple autor de amables libros de aventuras para niños y adultos. Es siempre el celebrado autor de “La célebre rana saltarina del distrito de Calaveras”, un delicioso relato superficial y ameno que no representa para el orden establecido mayor peligro, y en el cual se le ha encasillado, encorsetado. Se le ha querido inmovilizar en una especie de camisa de fuerza.
Pero las cosas son de otra manera. Mark Twain no es sólo el fundador de la literatura usamericana, es el más universal y más notable y el más grande genio literario que ha producido Estados Unidos, uno de los más grandes escritores satíricos que ha conocido la humanidad.
Mark Twain fue la conciencia crítica más lúcida y terrible de la sociedad de su tiempo, el más lúcido visionario, el escritor que expuso ante los ojos de sus contemporáneos las llagas purulentas del mundo en que vivían. La piedra en el zapato de la conciencia. Un incordio, un intelectual incómodo. El hombre que reveló que el sueño americano era para mucha gente una ingrata pesadilla. El pudo ver lo que otros no verían. Más de lo que vería o vio José Martí en las entrañas del monstruo.
"Toda la literatura moderna americana -escribió Ernest Hemingway en ‘Las verdes colinas de África’- procede de un libro de Mark Twain que se llama Huckleberry Finn… Es nuestro mejor libro. Todo lo que se ha escrito en América surge de él. Antes no había nada. Y nada que se le asemeje ha aparecido después".