Cuando el Presidente Medina dijo que “no habrá vacas sagradas en su gobierno”, las vacas sagradas fueron quienes aplaudieron y tenían razón para ello. Ya se ha hecho una expresión manida por todos los candidatos presidenciales y por los presidentes una vez son elegidos tanto en sus discursos de toma de posesión como en sus rendiciones de cuentas.
Las vacas sagradas estallaron en júbilo, aplaudiendo con fortaleza en un escenario que parecía diseñado a la medida y un discurso que daba la impresión haberlo escrito ellos y no quien lo pronunciaba porque, a decir verdad, ha sido el peor de los discursos pronunciados por Medina.
Aplaudieron porque sabían que la expresión, lejos de eliminarlos como vaca sagradas, lo que hace es legitimar su accionar. Aplaudieron porque sintieron la mano protectora que les acarició el cabello con ternura y susurró muy quedo y al oído “todo estará bien” y surgió la paz en medio de la tormenta.
Lo extraño de todo esto es que una afirmación se haga con una negación, o sea reafirmar a las vacas sagradas diciendo que no habrá vacas sagradas. La pregunta aquí es ¿Pero dónde es que no las habrá?
… y déjeme el cabo.