Quizá creyendo equivocadamente en los ocasionales halagos que me dispensan algunos lectores sobre una presunta calidad literaria de los artículos que este Diario digital tiene a bien publicarme, he querido en esta oportunidad recoger en varios trabajos las diversas ocupaciones a las cuales me dediqué en el transcurso de la forzosa reclusión domiciliaria que hemos padecido por varias semanas.

La ociosidad que de improviso nos cayó encima determinó el generalizado anhelo de que los días pasaran volando y sí fuera posible en pares. Muchos han hecho de tripas corazón tratando de sacar ventajas y beneficios de las desgracias, y por las limitaciones y carestías prevalecientes en los sectores medios y bajos de la sociedad, hemos sido testigo de hogares donde se aprendió a freír sin aceite, hacer tortillas sin huevos y dulces sin azúcar.

Tampoco resultó una sorpresa ni en el país y el resto del mundo- de la cual se hizo eco la OMS- del notable y preocupante incremento de la violencia intrafamiliar durante las restricciones para contener la pandemia, ya que el confinamiento desgasta las condiciones que hicieron posible el emparejamiento a la vez que se exacerban las negativas a la normal convivencia. No hay entusiasmo que resista un trato continuado, la cercanía entre las personas, y más cuando son familiares.

Liberado de la docencia universitaria y la misión asistencial que desempeño en el Ministerio de Agricultura, de súbito dispuse de un asueto  que en su mayor proporción destiné a la realización de dos actividades que por décadas no me conceden el más mínimo respiro; son ellas la lectura y la escritura siendo la primera debidamente saciada por la adquisición de una docena de libros comprados en oferta en “Cuesta Libros”, desconociendo totalmente que días después comenzaba el obligado enclaustramiento.

Mientras amplios sectores de la ciudadanía veían pasar los minutos, las horas y los días en una inercia típica a ciertos pueblos del Medio Oriente; mientras los vecinos proclamaban un mortal aburrimiento cual prisioneros en una cárcel de máxima seguridad en tanto todo el mundo se interesaba por la obtención de las provisiones de boca y dispositivos sanitarios, los insumos que para mi cerebro había conseguido me dejaron muy poco tiempo para otras cosas.

Aunque la televisión es un medio de comunicación satanizado por sectores que presumen defender los intereses populares pero que aviesamente tratan de manipularlos, se reveló como una insustituible compañía debido al toque de queda y al cierre de las empresas de alquileres de videos, de películas, aunque es preciso señalar que algunos comentaristas, analistas y panelistas de los canales locales eran de una burricie tan monumental que los hacían estomagantes e insoportables.

De buenas a primeras e ignorando los aspectos más elementales de la Epidemiología, no pocos de los que hablaban por la pantalla chica lo hacían con el impostado fervor de un infectólogo, un virólogo, despachándose a su gusto con opiniones que nada tenían que ver con la emergencia sanitaria que padecíamos, y en vista del periodo comicial que tenemos, sus argumentaciones y razonamientos explicativos provenían de ese cajón de sastre, esa caja de Pandora que es la política.

A través del canal satelital mejicano De-Peli me complació sobremanera ver películas clásicas del cine mejicano de los años 40-50 del pasado siglo, y su avistamiento me retrotrajo a la época en que de niño iba con mucha frecuencia al cine ODEÓN de Santiago, cuando, en solitario o en compañía, disfruté por primera vez de los films que ahora en tiempos del Coronavirus veía con otros ojos y los interpretaba de una manera distinta a la de antaño.

La Deutsche Welle (DW) de Alemania presenta unos documentales de una profesionalidad insuperable, y varios concernientes a mi profesión- Ingeniería Agronómica-  serán reseñados en un posterior artículo. Constituyó un agradable descubrimiento ver la programación del canal AGROT- Agrotendencia- un canal que según ellos es la TV que siembra un continente. Los canales de Japón, Corea, Irán, Cuba y otros ofrecían también temáticas variadas de gran interés. No hartaban con el tema del COVID-19.

No todo fue lectura, escritura, televisión y curiosear lo que sucedía a mi alrededor, pues a veces experimentaba nostálgicos raptos de introspección recordando épocas pasadas, episodios que tuvieron por teatro mi pueblo natal y países o ciudades que he visitado buscando tal vez en estos últimos lo que jamás en ellos encontré, como decía el poeta griego de Alejandría Constantino Cavafis, aunque es muy posible haberlo hallado, pero lamentablemente nunca nos conformamos con lo que tenemos. Siempre queremos más.

En obediencia a lo expresado en el párrafo anterior, elaboré dos trabajos que tuvieron por escenario el Santiago humano de los años 50 de la pasada centuria: uno relativo a las delicatessen -las exquisiteces de boca-  que se ofrecían en determinados establecimientos o en la vía pública, y el otro relativo a los condiscípulos que tuve en distintos planteles escolares desde 1949 al 1960 y que ahora en este año 2020 tengo 60 o más años de nunca volverlos a ver.

Será una docena de artículos de no más de 12 párrafos que dentro de mi producción periodística serán conocidos como el “Ciclo del Coronavirus” por haberlos escrito durante este dramático período de nuestra historia reciente, a horcajadas entre una administración que desde enero pasado ha recibido duros golpes que comprometen su continuidad, y otra sin experiencia de Estado que promete un manejo más responsable y transparente de la cosa pública.