Hace apenas unas horas, semanas después de la Convención Nacional Republicana, el candidato presidencial de ese partido, Donald Trump, anunció finalmente y a duras penas su apoyo a las aspiraciones de dos figuras fundamentales del republicanismo. Se trataba nada menos que del más alto funcionario electo del Partido Republicano, el congresista Paul Ryan, que preside la Cámara de Representantes de Estados Unidos; y del Senador John McCain, excandidato presidencial del partido. Ambos legisladores aspiran a la reelección.

Tal apoyo, que en otras contiendas electorales hubiera sido considerado normal, recibió gran atención. Entre otras razones, porque ambos políticos, ahora apoyados nominalmente por Trump, habían demorado su también simbólico  y precario apoyo al candidato presidencial de su partido. Este último no parece tener esperanzas de ser apoyado por otro grupo de políticos de esa misma organización, algunos de los cuales no aparecen por ninguna parte, evitando sobre todo fotografiarse con el candidato presidencial del partido.

A pesar de no contar con una organización remotamente comparable a la de su rival, que dirige una formidable maquinaria política en los 50 estados de la Unión, el candidato Trump recibe el apoyo de sectores tradicionalmente inclinados al Partido Demócrata, sobre todo obreros y personas sin títulos universitarios.

Con el entusiasmo de millones de votantes que reunen generalmente las características de ser blancos y varones, Trump logra un apreciable, aunque no mayoritario, respaldo electoral para enfrentarse al sector prevaleciente en el voto femenino, a la casi totalidad de los afroamericanos (que si acaso le ofrecen entre el uno y el cuatro por ciento de sus sufragios) y a la abrumadora mayoría de los otros grupos minoritarios, como los hispanos y los asiáticos. Contra viento y marea, y a pesar de sus afirmaciones consideradas extrañas y polémicas, Trump mantiene su condición de candidato con posibilidades.

Por otra parte, antiguos funcionarios de administraciones republicanas, sobre todo en los departamentos relacionados con política exterior, defensa y seguridad nacional, manifestaban en las pasadas semanas su apoyo a la candidata presidencial demócrata Hillary Clinton, la cual recibía también la solidaridad electoral de numerosas prominentes figuras de Wall Street y del ala republicana del “Establishment” económico y social del país. Y ya los observadores están acostumbrados a noticias relacionadas con congresistas, senadores y gobernadores republicanos que manifiestan su decisión de no votar por Trump y hasta algunos hasta ofrecen  públicamente su apoyo a la Clinton.

En esta inusitada campaña, la élite social estadounidense no se inclina como antes hacia el candidato republicano mientras la aspirante demócrata, a su vez, no cuenta con el tradicional gran apoyo de sectores populares que hasta ahora preferían esa columna. Como ya he señalado, su fuerza radica en las mujeres y las minorías étnicas, acompañadas curiosamente de la mayor parte de los grandes empresarios, los cuales contribuyen generosamente a su campaña. Son los que en mi nativa Cuba eran considerados, en la era precastrista, como “los que cortaban el bacalao”.

Más curioso todavía es que la plataforma demócrata y las declaraciones de la señora Clinton son más liberales que las del Partido Republicano de Trump, pero un sector considerado como “conservador tradicional” y hasta algunos neoconservadores la prefieren a Trump aunque sin demasiado entusiasmo. Es más, muchos de ellos creen que el liberal es Trump y no la Clinton. Claro que el candidato republicano es apoyado por lo que aquí consideran la extrema derecha y por la mayoría de los fundamentalistas, mientras es rechazado por protestantes tradicionales que hasta ahora votaban generalmente por los republicanos o por los demócratas mas conservadores. Amigos y amigas mías, esto no es fácil de entender.

En esta contienda, la Clinton es acusada de “guerrerista” y Trump de “aislacionista”. Todo eso a pesar de que Trump ofrece eliminar al Califato Islámico y al terrorismo casi que por arte de magia, pero muchos no hablan tanto de eso sino que prefieren comparar las convenciones de los dos partidos en forma muy novedosa. A pesar de la presencia y los discursos liberales, se consideró como de estilo republicano, por no decir burgués, la realizada por los demócratas y como populista, por no decir proletaria, la celebrada por los republicanos. Bastaba con observar las vestimentas y las exclamaciones de los asistentes. Sólo faltaría añadir “Cosas mayores vereis” o aquello de “extrañas criaturas en un mundo extraño”.

Así las cosas, al menos al escribir este artículo, la señora Clinton seguía siendo considerada, casi unánimente, como la favorita, pero esta campaña es tan confusa que cualquier cosa puede acontecer. Y en cuando a lo “inusitado” ni siquiera he intentado penetrar en otros factores. Es más, confieso que no entiendo esto.