Tratar de ordenar las condiciones caóticas en que se desenvuelve el tránsito en nuestro país; modernizar, adecentar y regular la prestación del vital servicio de transporte público de pasajeros; sacar de las vías públicas las chatarras contaminantes y peligrosas; hacer que los conductores se ajusten al cumplimiento de las normas legales, y sobre todo, tratar de reducir la cantidad de accidentes vehiculares y el elevado saldo de muertes y lesionados que provoca, es tarea gigante.  La clásica papa caliente que se ha puesto en manos del Instituto Nacional de Tránsito y Transporte Terrestre (INTRANT).

Pero posiblemente  el reto principal y más apremiante consiste en enfrentar el cada vez más grave problema que representan los motores.  Envueltos en más de las dos terceras partes de los accidentes de tránsito  que tienen lugar en el país, según estadísticas de divulgación  reiterada,  aportan también una cantidad similar, o quizás superior, de las víctimas fatales que provocan. En su mayoría son adolescentes y adultos jóvenes.  Una cifra que nos reserva la nada envidiable posición de ser el segundo país del mundo donde es mayor el número de muertes en proporción al de colisiones vehiculares.

Ni el tema ni la cifra son nuevos.  Reflejan, por el contrario, una situación que se ha mantenido y agravado en el discurrir del tiempo, sin que hasta ahora se haya logrado solucionar, ni tan siquiera reducir su persistencia y tan frecuentes fatales y abultadas consecuencias.  De ahí, que sea tema de permanente actualidad, en cuya solución, estaría poniendo especial empeño el INTRANT.

Precisamente un estudio de este llevado a cabo en coordinación con el Instituto Universitario de Investigación en Tráfico y Seguridad Vial (INTRA), con sede en Valencia, España, determina que en el país circulan unos dos millones seiscientos mil vehículos de los cuales, el 54.4 por ciento son motores.  De esta cifra,  51 por ciento está dedicado al moto-concho, 41 a actividades privadas, 4.9 a la entrega de pedidos y  2.4 a mensajería.

Siempre siguiendo los resultados de este levantamiento llevado a cabo en el 2016, pero cuyos resultados con ligeras variantes pueden asumirse como válidos y vigentes al presente, sobre una muestra de 29 mil motores representativa del total,  se determinó que 12 mil circulaban sin placas, casi un cincuenta por ciento no disponía de luces en buen estado o transitaba careciendo de ellas en lo absoluto,  85 por ciento de los motoristas no portaba  chaleco de identificación,  79 no usaba casco protector y 98 por ciento de los pasajeros era transportado sin ese requisito.

Ni que agregar que a todo lo anterior se suma el manejo temerario de que hacen gala la mayoría de los motoristas, incurriendo en todo género de maniobras imprudentes y peligrosas; la flagrante violación de las normas de tránsito, principalmente cruzar las intersecciones con luz roja; y transportar más de un pasajero, en ocasiones,  varios, incluyendo menores de edad y niños de brazos.

Con todo lo anterior, no es de extrañar, por tanto, que los motores estén involucrados en la mayoría de los accidentes vehiculares, sobre todo los que arrojan resultados fatales, ni tampoco en la cantidad de heridos atendidos en los hospitales traumatológicos y los sometidos a larga y costosa recuperación de lesiones invalidantes en Rehabilitación.  El doctor Amaury García, director del hospital traumatológico doctor Ney Arias Lora revela que la Emergencia del mismo atiende diariamente un promedio de hasta 800 casos de lesionados por la misma causa.

Al costo mayor, por irremediable, de las vidas que se pierden como principal y sostenida causa de muertes violentas en el país, se suman los perjuicios económicos que se derivan para el Estado de los accidentes vehiculares, que se estiman en 73 mil millones de pesos por año.   Para las empresas aseguradoras, a su vez, es también posiblemente el tipo de siniestro que le reporta mayores pérdidas, o al menos les recorta y  reduce al mínimo sus beneficios.  Para los asegurados, representa el pago de primas más elevadas.

Identificadas las causas, no hay, por consiguiente, que esforzarse en demasía ni darle muchas vueltas a los empeños destinados a tratar de reducir la cantidad de accidentes, muertos y lesionados en que figuran los motores y motoristas como principales protagonistas.

Solo falta aplicar los remedios, primero por vía de educación y  convencimiento, y en los casos de renuencia y pertinaz reincidencia  imponiendo las sanciones de ley con todo el rigor requerido, siempre y cuando se apliquen sin privilegios ni favoritismos.