“No es amar a un hombre lo que hace la vida más difícil para los gays, es la homofobia. No es el color de su piel lo que hace la vida más difícil para la gente de color, es el racismo”. Ashton Applewhite

Son muchas las verdades sesgadas y las medias verdades. Muchas las falacias interesadas y las falsas interpretaciones acerca de cualquier realidad desconocida. Es tanto, tan  feroz y obcecado el odio hacia aquel que no se rinde y no pliega voluntad al discurso de los que tratan de imponer su ley y es tanto el miedo que se cuela inevitable por las venas. Son tantos los prejuicios e implacable la maldad de quien firma y rubrica sentencia de modo gratuito. Es tan arrogante la temible cortedad de quien observa y no ve, la presbicia galopante de aquel que ve lo que quiere ver y juzga desde la ignorancia; la gratuidad de aquellos que toman a dios en vano y le adjudican palabras nunca dichas. Son tantos los errores, las culpas asignadas, el daño irreparable. Tanto el desdén. Ese denso y frio desdén que anula, rasga y hace surco. Hay tanto de inhumano en la mirada que persigue y que condena. Es tanta y tan despiadada la intolerancia, esa peligrosa enfermedad que aqueja a quienes creen estar en posesión de la verdad. “He tenido que luchar para ser yo misma y para ser respetada. ¿Cómo se puede juzgar a una persona que ha nacido así? No estudié para ser una lesbiana. Nadie te enseña esto, yo nací de esta manera y lo soy desde el momento en el que abrí los ojos” dijo Chavela Vargas y duele escucharla. Lo hago y me pregunto qué derecho puede otorgar potestad a quienes se erigen en jueces del amor ajeno. ¿Cómo se permiten siquiera meter su nariz para hurgar en lecho distinto al propio? Hay algo muy difícil de comprender en su actitud, en ese gesto que señala con el dedo, en el tono  bronco de la voz que insulta y que agrede con palabras, en los gestos que rechazan aquello que es distinto. Nadie es juez para juzgar a nadie ni tampoco para otorgar prebendas innecesarias. El amor es libre y no precisa aquiescencia, a pesar de que algunos parecen creer lo contrario.

La homosexualidad no es nueva ni tampoco el rechazo que a veces suscita, si bien este ha oscilado a través de la historia en direcciones diametralmente opuestas, desde la aceptación hasta llegar a la repulsa y la condena absoluta que puede, en ocasiones  causar la muerte. Hasta el año 1973 y a lo largo del siglo XX la homosexualidad había sido considerada como una "perturbación sociopática de la personalidad". Robert Spitzer logró sacarla del listado cuando llevó  a cabo la clasificación de enfermedades mentales que hoy conocemos. "Un trastorno médico debe estar asociado a angustia subjetiva, sufrimiento o discapacidad de la función social"  afirmaría este psiquiatra, reconocido como  pionero a la hora de desarrollar un acercamiento empírico a las enfermedades mentales, muy alejado de teorías que hasta entonces habían sido reconocidas como válidas. Su gran dominio y experiencia acerca del tema le permitió jugar un importante papel en  la creación y desarrollo  del DSM, manual de referencia mundial de psiquiatría. Hasta entonces, el hecho de amar a alguien del propio sexo, era considerado perversión, comportamiento disoluto y amoral, un atentado contra la naturaleza misma, posesión demoniaca y locura. Son muchas las personas y demasiados los gobiernos que, adoptando como axioma absoluto sus propias “verdades”, al margen de muchas otras voces y aun por encima de la ciencia y de los derechos humanos, desearían imponer de nuevo tal criterio. Doce son actualmente los países en los que la homosexualidad puede ser penada con la muerte y de los ciento noventa y tres que forman la ONU, sesenta y ocho prohíben de modo taxativo las relaciones entre personas del mismo sexo. Es desalentador contemplar el larguísimo camino que falta aún por recorrer en la lucha por alcanzar y consensuar derechos que alcancen a todos los hombres y mujeres del planeta en igualdad.

Frente a gurús diversos y farsantes, frente a aquellos que, mediante "terapia de conversión", prometen a sus pacientes hacer “desaparecer” tendencias homosexuales, se impone la ciencia. Ésta, tras un amplio estudio llevado a cabo hace dos años (el mayor realizado hasta el momento con una muestra de más de medio millón de personas a lo largo de todo el mundo) concluye -con certeza casi absoluta- que la persona no nace, pero tampoco se hace homosexual. Se puede afirmar que no hay evidencia ninguna que confirme la presencia de una tendencia sexual predeterminada ya desde el útero materno, pero a la vez el estudio ratifica la existencia de una clara predisposición genética a la que, poco a poco, se irá sumando la vida. El estudio evidencia por un lado que la orientación sexual no es jamás mera cuestión caprichosa ni elección personal y por otro descarta que un perfil genético sea capaz de predecir la conducta homosexual. A esa predisposición, como ocurre con tantas otras cuestiones vitales, se irán añadiendo factores que conducirán en uno u otro sentido al individuo. ¿Quiere esto decir que un joven educado por dos mujeres o dos hombres  es más proclive a sentir atracción por alguien de su mismo sexo? Ningún argumento parece capaz de corroborar como cierta tal teoría. Tal como afirmó Ellen DeGeneres en una ocasión “cada vez que la gente se comporte como si las imágenes de los gays en los medios de comunicación pudieran influir a sus hijos para ser gays, les recordaré que los niños gays crecimos viendo solo a gente heterosexual en televisión”. En la actualidad tenemos constancia de que no es tan solo uno, sino muchos los factores, que han de concurrir para que un hombre o una mujer se sientan atraídos por individuos de su mismo sexo. Hoy se sabe que la orientación sexual no se limita al binomio homosexual/heterosexual, sino que existen otras categorías que hacen del hombre un ser que se descubre cada vez más plural. Este hecho no irrumpe como realidad nueva. Se trata, por el contrario, de contemplar bajo un prisma distinto opciones actualmente estudiadas en profundidad y que contribuyen a precisar cuestiones que afectan a la orientación sexual e identidad de género de los seres humanos. Personas cuyas vidas, hubieran quedado años atrás circunscritas al campo de la patología psiquiátrica o calificadas de conducta licenciosa y depravada y que hoy, al fin, pueden encontrar su lugar y saber que no están solas.

Hoy sabemos que la opción sexual no es un código con el que se nace, sin embargo es ya irrefutable la evidencia de esa predisposición mencionada que puede comenzar a desarrollarse, incluso en edades tempranas, ante determinados elementos y variables. Lo que queda entonces es aceptar la diferencia o asumir con el tiempo una dolorosa rendición. Un doblegarse aterrado bajo la presión de quien se concede a sí mismo la autoridad moral para juzgar e imponer su criterio esgrimiendo como armas la violencia y el desprecio. Y contra eso, contra esa intransigencia que se erige juez y verdugo, que asienta sus débiles premisas en el fanatismo, que adoctrina en el maltrato y la ofensa hacia cualquier diferencia, frente a esa brutal intolerancia que  apoya sus razones en la pura sinrazón, hay que luchar siempre. Frente a la barbarie, educación. Contra la humillación el coraje de toda una sociedad que apuesta por las libertades. Frente a la muerte, las palizas, el ultraje y el insulto; frente a las vejaciones en las aulas y en la calle, frente al bullying que se extiende como lacra imparable entre los más jóvenes firmeza absoluta y de altura en la respuesta política, en las instituciones sociales y entre las gentes de bien que rechazan toda actitud amenazante y todo intento de castrar al individuo obligándole a aceptar a quien debe amar. No hay error, enfermedad ni contagio posible en el amor.

La homofobia, transfobia o cualquier otra aversión generada a partir del odio hacia las personas con orientación sexual distinta, parte de la idea profundamente equivocada de que toda relación, para ser considerada “normal” y calificar como correcta, ha de mantener implícita una función procreadora. Es evidente que no es así. La pareja va mucho más allá del sexo y de la voluntad o no de tener descendencia. El matrimonio, la unión de hecho o cualquiera que sea la fórmula que empleen dos personas que deseen compartir sus vidas, sus afectos, sus objetivos y sueños es una cuestión absolutamente personal. Nadie tiene el menor derecho a inmiscuirse e interferir en nombre propio, ni a escudarse en ideas políticas o religiosas para santificar o rechazar algo que no es en ningún caso materia de su competencia. El ser humano se otorgó a sí mismo y desde hace largo tiempo,  el derecho a preservar su propia intimidad y no dar cuenta a nadie de la misma. La única diferencia real entre heterosexuales y el colectivo LGTBIQ+ es de carácter numérico. Los primeros están en abierta mayoría frente a los segundos pero eso no indica nada más, ni concede a unos frente a los otros títulos ni distinciones. ¿Por qué razón manejar de forma artificiosa el medallero y otorgar títulos que descalifiquen siempre a las minorías? La vida es cuestión de preguntas no de respuestas, de interrogantes y dudas más que de certezas. Por desgracia y para propia vergüenza llenamos de balas nuestras bocas, de argumentos contundentes que no admiten respiro ni titubeo: “eres de los míos o te sitúas frente a mí” sin posición de concordia. Y mientras, permitimos que la calle se llene de sujetos indeseables que deciden, quién o no, ha de expiar culpas por el simple hecho de ser diferente. Creo, en mi modesta opinión, que ha llegado el momento de detener la homofobia y de gritar contundentemente que no nos cabe ni una paliza más en el cuerpo. Solo así seremos capaces de detener esta ola de fanatismo que recorre las calles de este país que es España. Estremece sentirse extraño en propia tierra.

Me dijeron que no hablara, pero mi voz no se pliega ni puede admitir silencios. Sugirieron que no cuente pero no obedezco y cuento. Me gritaron que no grite y mis palabras se hacen trueno. Me pidieron que mirara hacia otro lado, pero mis ojos no se rindieron.

A Samuel Luiz asesinado el 3 de Julio de 2021

en A Coruña, golpeado hasta la muerte

por una manada de homófobos asesinos.