El mundo tiene, en el transcurso de todos los siglos que ha vivido la humanidad, un largo prontuario de cómo se manifiestan los intereses geopolíticos de los países, las naciones, los Estados y los grupos económicos que han tenido el poder hegemónico en todos los estados de la civilización. Sin embargo, aun parece impensable que, ante una situación global sanitaria de la magnitud que vivimos, la vacuna para protegernos del Covid19, enfermedad viral que nos ha tenido de rodillas por trece meses, pueda convertirse en una herramienta subliminal estratégica de manipulación hacia los países más débiles.
En principio, cuatro potencias de disputan la primacía con el desarrollo de ensayos que han producido hasta ahora, por lo menos cinco vacunas que, después de pasar por diferentes etapas de pruebas y ensayos, prometen inmunizarnos por un periodo que hasta ahora no se ha podido precisar con claridad. Sin embargo, la humanidad está aferrada a lo único que la comunidad científica —con el apoyo financiero de Estados Unidos, China, El Reino Unido y Alemania— ofrece, además de otros países del G20 con menos influencia estratégica geopolítica. La ciencia trabaja arduamente en este esfuerzo, pero los dueños de la propiedad intelectual de las vacunas son estas potencias financieras que, una vez más, las usarán para proteger sus intereses hegemónicos y jugar a ser dioses ante un mundo desvalido.
Por otro lado, ante esta embestida pandémica, la Organización Mundial de la Salud, que es una agencia especial de las Naciones Unidas, receptora de recursos económicos de todos los países miembros de la ONU intenta sin mucho éxito apoyar los países con menos recursos. La OMS se financia también con aportaciones de entidades privadas en su mayoría de los países del primer mundo. A pesar de la retirada de Estados Unidos en abril del 2020 de la OMS, Estados Unidos es quien ofreció los mayores aportes, seguido de la familia Gates con un 16% y 9% respectivamente para el periodo 2018-2019. Para el bienio 2018-2019, el presupuesto total de la OMS ascendió a más de 6.000 millones de dólares, al contar con partidas extraordinarias de algunos estados miembros del G20. No obstante, esta agencia de las Naciones Unidas, y su programa especial COVAX, no ha podido responder a las iniciativas multilaterales de las economías más débiles que demandan un mayor número de vacunas para inmunizar a sus ciudadanos. Muchos gobiernos, la mayoría de los países ricos, se han apresurado a asegurarse el suministro de vacunas a sus ciudadanos a través de acuerdos bilaterales con empresas farmacéuticas. Dado que la capacidad de producción total no puede satisfacer la demanda mundial, cada acuerdo bilateral reduce de manera significativa la porción de pastel que le corresponde a COVAX y, a los cerca de 172 países que han aplicado y dependen en parte de este programa.
Se aprecia, claramente, que la vacuna contra el Covid19 se podría convertir en una herramienta de los países ricos para ganar terreno y extender su poderío sobre las economías de renta media y baja, que sería lo mismo decir que será usada de manera estratégica de acuerdo con los intereses que cada país represente para ellos. Ante este panorama —y observando que no hay un sistema multilateral que gobierne la distribución equitativa y ética de la vacuna preservando la salud de la mayoría sin distinción de raza o ingreso económico— la pregunta es: ¿Cuál sería la estrategia más sensata y útil, si lo es defendernos en bloque o dispersos?, los latinoamericanos, especialmente aquellos con rentas media y baja tienen el desafío de entender y, luego descodificar los intereses de cada una de esas potencias para en función de nuestros propios intereses sacar lo mejor que podamos.