En las páginas del diario El Progreso correspondiente al 15 de junio de 1915 figura un artículo firmado por Américo Lugo con el título de “La independencia de Puerto Rico”.
Lugo, célebre por haber sido un crítico acérrimo de la primera invasión estadounidense a la República Dominicana (1916-1924), entendía que Puerto Rico tenía derecho a un destino republicano:
“La vecina antilla tenía derecho á la independencia, repito, igual que Cuba y Santo Domingo, porque su cultura le garantizaba el tesoro de republicanismo necesario para dirigir por sí misma sus destinos, con tantas probabilidades de buen éxito como cualquiera de los primitivos estados de la Unión Americana en la época de su separación de la metrópoli”.
Lugo incluso fue más lejos en su visión de un Puerto Rico independiente. Como Hostos, el pensador dominicano entendía que el futuro de Puerto Rico y del resto del Caribe hispánico se hallaba en el modelo político de una confederación. Con esto en mente, Lugo no vaciló en criticar la hipocresía de Estados Unidos al quedarse con la vecina isla en vez de impulsar su desarrollo como estado soberano:
“La única línea de conducta, de parte de los Estados Unidos de América, digna del aplauso del mundo civilizado y de la historia, habría sido reunir estas tres antillas en el momento supremo de reconocer su absoluta independencia, y exhortarlas á constituirse en confederación antillana, tal como ellos mismos se enlazaron en la forma que tuvieron por más práctica para constituirse, defenderse, crecer y prosperar”.
En una entrevista publicada el 5 de junio de 1932 en el diario puertorriqueño El Mundo, otro notable protagonista de la historia intelectual dominicana, Pedro Henríquez Ureña, se expresaba en torno a la situación colonial de Puerto Rico y sus repercusiones en el plano de la cultura en los siguientes términos:
“Yo creo que todo nacionalismo profesional es inconveniente, y que solo una especie de nacionalismo es justa, el nacionalismo defensivo. Así como hay una especie injusta, el nacionalismo agresivo. Pero importa (y creo que ese es el objetivo principal de todo nacionalismo defensivo) no abandonar un tipo espiritual para sustituirlo con otro: en ese cambio pierde siempre el pueblo que cambia. Es preferible ser un pueblo rebelde a la imposición ajena, a ser un pueblo próspero, pero sin espíritu por culpa de la sumisión. Los pueblos espiritualmente sumisos no significan espiritualmente nada”.
Las palabras de Lugo y Henríquez Ureña dan cuenta de la solidaridad de lo más granado de la intelectualidad dominicana de la primera mitad del siglo pasado con respecto al ideal de un Puerto Rico independiente.