Puede que Abinader acabe definitivamente con las bocinas (puede que no). Puede que más legisladores renuncien a barrilitos y cofrecitos (puede que no). Lo que no podrá pasar es que se eliminen los Corchos (Nunca nadie podrá decir “puede que sí). El Bismarck fue hundido. Quisqueya puede que se hunda. Los Corchos, nunca. Eso no lo ha logrado ningún presidente, ni lo lograría ni Supermán ni el mismísimo Jesucristo: a los Corchos siempre los salva Checheré y el Médico Chino. Veamos sus características y algunos ejemplos.

El Corcho es experto en jugar a dos bandas, en capicúas políticas. El Corcho está a salvo de cambios de gobierno. El Corcho siempre está pegado. Varios factores explican su invulnerabilidad. Las más de las veces, el Corcho pertenece a una buena familia, a una familia de notables que es consecuencia ora de su fortuna, ora del rancio origen de su estirpe. En muy contadas ocasiones, el Corcho no tiene en qué caerse muerto. En este caso, más que en el primero, su éxito se desprende de sus tácticas Todas se basan en la doblez.

Están, por ejemplo, los empresarios que, teniendo mucha plata, colaboran con dos o más candidatos. Es como si fueran a la gallera y apostaran a los dos gallos. Esta estrategia debe aplicarse con cautela. Recuerdo el caso de un banquero que envió dos jugosos cheques, uno al Calvo y otro al Bizco. Pero, al parecer, su asistente, a diferencia del primero, no tenía dos dedos de frente y, como al segundo, se le cruzaban los ojos ¿Por qué? Porque mando al Pelón el cheque emitido a nombre del Bisojo y viceversa ¡Qué penitencia la de los Corchos! ¡Con qué Santa Cruz tienen que cargar!

Y hablando de penitencias, los Corchos pueden ser también religiosos. Hubo un cura que no solo ungió con el crisma de su saliva a un presidente, sino a sus hijos, sobrinos, nietos, bisnietos, cuñados y choznos ¡Pobre presidente! Contaba con la sinceridad del presbítero, quien llegado el momento de su derrota, cambió de camisa, perdón, de sotana. Los presidentes van y vienen, los Corchos permanecen. Y es que son mejores estrategas que Marco Vipsanio Agripa.

Otra táctica es la de los hermanos a los que, como el policía bueno y el malo, separan fallas filosóficas insalvables, a veces reales y a veces fingidas. Los hermanos pueden ser, o fingir ser, de extrema izquierda y de extrema derecha, millonarios o desarrapados, pero su táctica siempre es ganadora, uno apuesta a cara y el otro a escudo: la peseta nunca cae de canto.

Los raros casos en los que el Corcho no es ni oligarca ni millonario se basan en su alta moral. Estos Corchos se jactan de ser pobres, pero honrados, aunque, casi siempre, no son ni pobres ni honrados. Como a sus colegas ricos, a ellos no los caracteriza la integridad sino la traición, porque, paradójicamente, los Corchos nunca son imparciales.

Los Corchos siempre tienen un favorito. Son más calvinistas que el Calvo, más leonelistas que el más furibundo escogidista y juran más por Stravinski que el mismo Estrábico. En la intimidad despotrican contra los contrincantes de su líder, pero no en público, por supuesto. Se atreven hasta a ir a las reuniones de sus contrincantes. Pero cuando llega el momento de tomar la foto de grupo, son presas de unas ganas tan incomprensibles como convenientes de deshacerse de sus inmundicias en el baño.

Sé que el preclaro vate Gustavo Adolfo Bécquer no se ofenderá si parafraseando sus inmortales versos, nos atrevemos a declamar:

Deberán los fugaces presidentes

A sus enemigos la ñoña terciar

y cada noche mientras duermen

sueñan que otra vez la vestirán.

Pero los Corchos que a ellos les juraban

Eterna lealtad en el pecho albergar,

Abandonándolos a su suerte

esos… ¡no pasarán!