Vladimir Putin es un dictador sofisticado y ambicioso. Se imagina en la antigua Unión Soviética, controlando Eurasia y Oriente Medio. En su opresivo esplendor, gusta de ser el antagonista por antonomasia del "Imperio Americano". Para sus fines, ha reactivado la KGB, su “alma mater” dotándola de una inigualable plataforma tecnológica.

Abogado, economista, poliglota y, por encima de todo, brillante coronel de los servicios secretos. Como operativo, se especializó en mercadeo y relaciones internacionales. Es un conocedor profundo de las impublicables tratativas financieras  del mundo.

Y, si a todo esto añadimos que, como James Bond, el héroe de las novelas de Ian Fleming,  posee  licencia para matar, y las otorga, este autócrata soviético es un personaje a temer. Es un agente 007, dueño de una potencia y billonario en cualquier moneda.

Al otro lado, la estrella del “Apprentice”, Donald Trump, dedicó su  vida al negocio de la construcción y al espectáculo, convirtiéndose en magnate y celebridad mediática. Sus inversiones, incluida las rusas, se extienden por varios continentes. Administra una inmensa fortuna. Hoy es presidente de los Estados Unidos.

El ocupante de la Casa Blanca, obtuvo a duras penas un bachillerato en ciencias económicas, y luego pasó a dirigir el emporio familiar, convirtiéndose en uno de los hombres más ricos del mundo. Autor de “best sellers” sobre el arte de negociar y hacer dinero,  cada libro llegó a la imprenta de la mano de escritores y  consultores que moldearon sus ideas. Al presidente norteamericano parece no interesarle ni la cultura ni las ciencias. Su vocabulario es escaso,  y desconoce la historia universal.

Su experiencia política pre-electoral era escasa: manipulaciones de burócratas y políticos en su ciudad natal, asegurando favores y privilegios extraordinarios. Brincó de partido en partido buscando la presidencia.  Su mayor habilidad política consistía en contribuir con dinero a políticos de todos los colores y haber podido rodearse  de seguidores incondicionales.

Involucrado desde siempre con proyectos e inversiones asociadas a la "oligarquía"  soviética (su yerno declaró que el dinero ruso entraba a borbotones en las empresas familiares), en sus discursos de campaña hace pública su admiración por el premier Putin; a quien dice no conocer personalmente. Sin embargo, en el pasado mes se conoce que sus empresas y bancos sí se conocían.

Trump no tiene  idea de  lo taimado y astuto que es  Vladimir Vladimirovich, ni del  enorme placer que le ocasiona ridiculizar a los norteamericanos. Parecía  un socio  conveniente para intercambiar favores. De haberse  estudiado a fondo la  historia del  Coronel de la KGB, Donald no habría caído en su trampa.  ¡Costoso error!   

En los próximos días, su indispensable yerno tendrá que explicar sus  reuniones secretas con un siniestro banquero ruso y el embajador del Kremlin.  El destituido  asesor de seguridad, general  Michael Flynn, solicita inmunidad para declarar sobre sus conexiones rusas. Cercanos colaboradores cobraron millones por asesorías  a oligarcas  cercanos al dictador. ¡Tamaña telaraña la que ha tejido el camarada Putin! Fingió ser un simple facilitador de la victoria republicana.

Calculó diez jugadas por delante, y va ganando la partida. Todo indica que ejecuta una impecable estrategia de inteligencia para golpear la democracia norteamericana.  Sonríe como una Gioconda maliciosa.

Ahora, Trump y su equipo maniobran torpemente para salirse de las garras del oso y  sabotear las investigaciones sobre “la posible conexión rusa en las últimas elecciones”. Todo esto me hace imaginar un duelo entre  el torpe y caricaturesco inspector Clouseau,  la  Pantera Rosa, y  el  impecable James Bond, agente 007.