La desigualdad es una condición intrínseca a la naturaleza humana. De ahí que se busque reducirla a través de marcos legislativos y políticas que aspiran igualar los derechos y aminorar las diferencias sociales. Por eso se habla más de reducir la desigualdad que de alcanzar la igualdad. Reducir la desigualdad no significa la construcción de un orden donde todas las personas tengan lo mismo y se encuentren bajo iguales condiciones. Eso no es posible. Lo que se pretende es una sociedad en que las diferencias de riquezas y de condiciones de existencia no sean muy marcadas y donde las personas tengan oportunidades similares para desarrollarse hasta donde sus capacidades y esfuerzos lo permitan. Una situación muy distante de las distopías sociales actuales, pero que indica un horizonte alcanzable con voluntad política y participación social.

Durante buena parte del siglo XX, muchas naciones experimentaron un crecimiento económico significativo y una notable expansión de la clase media, logrando reducir las polaridades sociales propias de los siglos anteriores. Sin embargo, en las últimas décadas la situación ha venido revirtiéndose de forma desigual pero creciente. Esto no implica que necesariamente haya aumentado la pobreza, pero sí la desigualdad.

En muchas economías, sobre todo en las emergentes, los ricos se han hecho más ricos, una proporción de pobres ha pasado a clase media y una parte de los más depauperados son ahora menos carenciados. En  algunos lugares la reducción de la pobreza se ha combinado con el incremento de la desigualdad. Esto se debe a que, como se ha aclarado otras veces, la economía no es un asunto de "Suma Cero", donde lo que unos ganan en una determinada sociedad es porque otros de la misma lo han perdido. Lo que se entiende más fácilmente en un contexto de economías abiertas, en que empresas de un país pueden vender en otros, beneficiando significativamente a sus propietarios y gerentes, y en menor medida a los empleos y la economía de la nación. Todo esto, sin afectar otras empresas similares ni reducir empleos en su propio territorio.

A través del tiempo se han estructurado modalidades de producción y de negocios que generan una división interna del trabajo muy polarizada y de diferente valor agregado, teniendo en la cabeza a familias o grupos de accionistas que se apropian del gran excedente. Empresas de muchas ramas productivas tienen un pequeño grupo de profesionales de altos ingresos que son responsables de la conducción estratégica, manejo financiero, diseño, I+D+i, sistema de información, mercadeo y gerencia de operaciones y gestión de talento humano, entre otras. Frente a ese grupo se encuentra una inmensa cantidad de trabajadores de medianos y bajos ingresos. La condición anterior de propietarios, altos gerentes y trabajadores se traduce a la sociedad con la presencia de grupos humanos con niveles de rentas y condiciones de vida desiguales. Aunque algunas firmas de alta tecnología, de negocios financieros y otras muy especializadas en la producción de bienes y servicios de bajo volumen y alto valor agregado no reproducen el esquema anterior, pero su peso específico en la composición social es muy pequeño, dada su baja incidencia en el mercado de trabajo.

Piketty demostró que la reproducción del capital aumenta la desigualdad. Lo hizo a partir de una perspectiva macroeconómica. Desde lo microeconómico, grandes empresas de bienes y servicios se ven compelidas a adoptar estructuras laborales que producen polaridades sociales, para de esta forma poder ser exitosas en el ambiente de alta competencia actual. No es sólo que se está incrementando la desigualdad en términos generales, sino que el modelo empresarial dominante conlleva que el crecimiento y la rentabilidad económica la generen continuamente, lo que dificulta modificar la situación.

Además, los resultados favorables de muchos países emergentes están presionando a que otros donde han predominado modelos de sociedades más igualitarias y redistributivas tengan que renunciar a parte de sus conquistas sociales. Para mantener la competitividad, muchas naciones han requerido ajustes que han debilitado sus sistemas de protección social, aumentando la brecha de desigualdad existente.

En los párrafos siguientes se presentan algunas evidencias de que en términos globales nos estamos encaminando hacia un mundo de mayor desigualdad.

En mayo 2014 se crearon en Estados Unidos 217,000 empleos netos. Las autoridades anunciaron que durante ese mes se habían recuperado los que se perdieron en la gran recesión de finales de la década pasada. En 6 años se logró rescatar la cantidad de empleos que se había perdido en dos. Sin embargo, los mismos no son de similar calidad y remuneración, lo que provocará deterioro social y reducción de los niveles de vida.

China realizó la mayor epopeya social de la historia, al sacar a más de 660 millones de personas del umbral de la pobreza extrema, según el Banco Mundial. No obstante, mantiene un alto coeficiente Gini de desigualdad, el cual creció hasta los inicios de este siglo y se ha mantenido prácticamente intacto desde entonces. El país ha dado un salto económico inmenso, situándose como la segunda potencia económica del planeta. Pero estos logros se han alcanzado bajo un modelo que está favoreciendo más a los ricos que al resto de la población.

En algunos países latinoamericanos, el excedente económico está sirviendo para engrosar la asistencia social a través de ayudas focalizadas y de programas de transferencias condicionadas. Estos han demostrado efectividad temporal en la reducción de la pobreza extrema a partir de la redistribución del ingreso pero no de la expansión del desarrollo productivo de la sociedad. Los programas se revisan y mejoran continuamente por lo que su impacto futuro no puede desdeñarse, ya que se orientan cada vez más al desarrollo de capacidades y capital humano. Pero esto no garantiza una disminución de la desigualdad, debido a que las élites se distancian a una tasa mayor que la que reduce la pobreza.

La Unión Europea ha sido la región del mundo con mayor igualdad social y mejor proporción de clase media. Pero la crisis económica ha generado debates entre quienes defienden el modelo social que prevaleció durante años y quienes lo consideran un anacronismo y le atribuyen el estancamiento y el rezago con relación a otras regiones económicas del planeta. Quienes sostienen esto último ganan popularidad mientras abogan por reformas que amplíen las iniciativas privadas y el mercado, lo que producirá sociedades cada vez más parecida a Estados Unidos y a algunas naciones del sudeste asiático. Este grupo apuesta a la dinamización económica, aunque esto aumente las brechas sociales.

La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) agrupa a 34 potencias económicas del planeta. En su informe de junio del 2014 sobre el aumento de la desigualdad en sus países miembros "Rising inequality: youth and poor fall further behind", se indica que la redistribución del ingreso es ahora significativamente más desigual que antes de la crisis financiera de finales de la década pasada. Además, revela que en la mayoría de sus países el ingreso del 10% más pobre de la población continúa disminuyendo mientras sigue aumentando el del 10% de la franja más rica.

¿Pero cuáles problemas conlleva la desigualdad si en algunos países ha crecido al tiempo en que reducido los niveles de pobreza?

La desigualdad puede no afectar o hasta propiciar el crecimiento económico, pero sin ninguna duda incide en la calidad del mismo y es posible que lo amenace a mediano o largo plazo. Podrá convivir con el crecimiento económico, pero siempre será un obstáculo para el desarrollo humano.

La desigualdad implica prácticas de vida muy distintas entre quienes están en la cúspide y quienes se encuentran en la base de la sociedad. Amplía las brechas entre ricos y pobres, dificultando la interlocución y el entendimiento. Diferencia y antagoniza intereses creando divisiones y heterogeneidad de propósitos. Mientras mayor sea la distancia que separa los grupos sociales, más grande tiende a ser la exclusión de los más desfavorecidos, situación que genera resentimientos, violencia y delincuencia social.

El libro "Desigualdad: Un análisis de la infelicidad colectiva" de Richard Wilkinson y Kate Pickett, basado en más de 150 artículos científicos, indica que los países con mayores desigualdades tienen peores rendimientos académicos, salud y esperanza de vida. Así mismo, mayores problemas mentales, de drogas y de embarazos juveniles no deseados. Afirman que la causa principal de la situación anterior no es el nivel de renta sino la desigualdad económica.

En una próxima entrega continuaremos abordando los efectos negativos de la desigualdad, pero sobre la democracia, el empoderamiento y la cohesión social.