Apenas dos días antes, habíamos conversado por teléfono. A mi solicitud, él andaba a la búsqueda en los viejos archivos de la revista Ahora, de un artículo publicado por un sociólogo cubano, radicado en Honduras, que no recordaba la fecha exacta. Aunque ya andaba transitando la octava década de una vida laboriosa y estresante, salvo el andar más lento, conservaba su plena lucidez, su permanente iniciativa y siempre animosa disposición a seguir librando batallas por las causas justas a la que había dedicado toda su vida. Nada hacía presagiar el inesperado final, dolorosa y traumática sorpresa para su familia y su incontable legión de amigos, conocidos y admiradores.
En lo personal, la partida de Rafael significó volver atrás en el recuerdo de un pasado de más de cuarenta años, a lo largo de los cuales desarrollamos una relación que desde el principio resultó espontánea y cálida para ir anudando cada vez más los lazos de afecto enriquecidos por causas y jornadas de lucha compartidas en común.
Con Rafael fue que retomamos nuestra carrera profesional en el país en la prensa escrita, primero como columnista y luego editorialista de El Nacional y Ahora, en ausencia de su titular, el brillante padre Robles Toledano, enviado al exterior para tratar serios quebrantos de salud. De subdirector y fiel alter-ego tenía a Ramón Reyes, quien siempre le habría de acompañar el resto del camino.
Preocupados por la cantidad de víctimas fatales provocados por los accidentes vehiculares que ya por entonces eran epidemia y principal causa de muertes violentas, asumimos la iniciativa de organizar el I Seminario Nacional sobre Accidentes de Tránsito. Al final, fue un esfuerzo baldío. Sus propuestas lamentablemente cayeron en el vacío.
En sociedad con Rafael ensayamos también algunos modestos negocios, historietas, un programa televisivo para niños y hasta adquirimos una máquina para impresos, con escasos recursos y más entusiasmo que buena fortuna hasta comprender que no estábamos hechos para cosechar éxito en ese campo tan ajeno a la vocación periodística de ambos.
Visita diaria en su despacho, me tocó ser confidente de las serias, más bien angustiosas dudas, que marcaron la venta de ambos medios. “Pepín Corripio me llamó interesado en comprar El Nacional y Ahora. Pero a mí me cuesta mucho trabajo desprenderme de ambos. No dormí anoche pensando en ello.” De pronto, con una sonrisa, me dijo
“Ya se: cuando me llame hoy mañana le voy a dar una cifra para que me diga que no”. Al día siguiente, no bien nos juntamos no tuve necesidad de preguntarle. Con rostro un tanto resignado me informó: “Me dijo que era negociable”.
Librado de responsabilidades con la venta del vespertino y el semanario, Antonio Guzmán, recién llegado al poder, lo reclamó para el servicio diplomático. Embajador en Washington primero; jefe de la delegación a la ONU, en Nueva York posteriormente, cumplió a cabalidad su misión representando al país con dignidad y diligencia.
Al cesar en el cargo, solo le quedaba y ansiaba volver a lo suyo. Y lo suyo era el periodismo. Comenzó a retomarlo en el campo televisivo y radiofónico. Le abrimos espacio en la revista televisiva que por entonces manteníamos con Adriano Miguel Tejada y Salvador Pittaluga. Se titulaba “Tres minutos con Molina Morillo”. Eran comentarios concisos y precisos. En Rafael se daba la capacidad innata de la brevedad periodística. Le bastaban pocas palabras para expresar sus ideas con la necesaria claridad y contundencia.
En la radio, Julio Ibarra Ríos lo llevó de la mano a participar en un exitoso programa de comentarios en Radio Mil.
Pero lo de Rafael era la prensa escrita. Añoraba el apremio de la búsqueda noticiosa, el siempre apasionante trabajo de investigación, el abejeo de la redacción, la eterna lucha con el reloj, el olor de la tinta, el ruido del taller de impresión, la emoción del primer ejemplar salido de la máquina.
Fue el inicio de la etapa más exitosa de Rafael. La que lo elevó a la cumbre y le permitió poner al descubierto todo su enorme potencial. Primero subdirector y luego director del Listín Diario, cargo al que renunció por ser consecuente con sus principios. La mente siempre aguzada de Pepín Corripio lo trajo de vuelta. De esa unión de voluntades surgió el proyecto de El Día como diario gratuito. El éxito tocó a las puertas desde el principio. Esta vez el talento y el empuje de Rafael contando con el respaldo del empresario visionario y emprendedor. Sin dudas, corresponde a ambos el mérito principal de lo que es hoy el periódico de mayor tirada en el país.
Con el tiempo vinieron los honores y las mayores responsabilidades. Su trayectoria cobró dimensión internacional. La Sociedad Interamericana de Prensa lo escogió como Presidente de la Comisión de Libertad de Prensa. Era justo a su medida. En defensa de ese principio, afrontando riesgos, tuvo que librar en otros países la misma lucha que mantuvo siempre aquí. En razón de su desempeño, la SIP lo llevó a la presidencia, cargo que desempeñó con el mismo merecido reconocimiento. Allá y aquí, Rafael fue siempre un infatigable cruzado de la libertad de expresión como elemento consustancial a la democracia y base de todas las demás libertades y un implacable fiscalizador de todo intento de coartarla.
Vertical en todo momento, a lo largo de su vida Rafael libró muchas batallas, siempre del lado justo. Frente a viento y marea. En las buenas, en las malas y en las peores circunstancias. Lo hizo sin alardes, animosidades ni rencores. El insulto, la palabra descompuesta, la expresión ofensiva nunca encontraron espacio en su accionar periodístico. Hombre de sereno pero firme valor, jamás cedió a presiones, amenazas ni agresiones sin importar de que lado procedieran ni el riesgo que implicaran. Periodista de cuerpo entero, de principio a fin, vivió y murió en su ley.
Con la partida de Rafael se cierra un ciclo de excelencia de directores de la prensa dominicana que conformaron Germán Ornes, Rafael Herrera, Gattón Arce (primer director de El Nacional), Mario “Cuchito” Alvarez Dugan y Radhamés Gómez Pepín, que antes que el trillaron el camino de la eternidad. A su amparo, enseñanza y ejemplo se ha formado la valiosa hornada de talentosos directores que integra la actual generación de relevo. En herencia reciben el invaluable legado de quienes, como ellos, desempeñaron su notable carrera profesional ejercida con ética, total entrega, verticalidad sin dobleces, firme defensa de las libertades públicas y de las causas que entendieron justas.