En República Dominicana nos comportamos como si la parte de la isla que habitamos, La Española, estuviera aislada del resto de la tierra y libre de riesgos de seísmos potentes.

Nada importa si estos fenómenos naturales ocurren en Indonesia (Indias Orientales Neerlandesas), Japón, Rusia, Chile y Colombia, aunque registren magnitudes entre 8 y 9.5 grados Richter y se conviertan en monumentales desastres con miles de bajas. Dicen que esos países están muy lejos de aquí.

El sismo de 7 grados Richter, ocurrido en Puerto Príncipe, capital del vecino Haití, la tarde del  martes 12 de enero de 2010, con un saldo de 316 mil muertos, 350 mil heridos y millón y medio de damnificados, sí dolió mucho aquí, pero insuficiente como para que naciera un poquito de conciencia.

El enjambre sísmico (dos de 6 y 6,4 en enero de 2020) sucedido desde diciembre en Puerto Rico, país a 200 millas de la zona turística Punta Cana, provincia La Altagracia, ni cosquillas han hecho a la mayoría, pese a los 250 mil migrantes económicos dominicanos que han hecho de aquella isla su hábitat, a los daños a infraestructuras por unos 100 millones de dólares y a la declaración oficial de emergencia.

A COMPRAR CANDADO

La realidad es que RD no está exenta de grandes movimientos telúricos (más de 7 grados) y son muy altos los riesgos de una alta mortalidad. La Geología no pregunta por fronteras.

La isla tiene unas 14 fallas tectónicas que, en cualquier momento, podrían liberar gran cantidad de energía, y la vulnerabilidad de la población supera lo razonable: decenas de  miles de viviendas informales en sitios no aptos para construir; miles de apartamentos construidos por el sector privado que solo cumplen en el papel las normas de sismo-resistencia, porque las instituciones supervisoras les dan el visto bueno; decenas de edificios con más altura que la recomendada para lugares con historial de sismos grandes (Santiago, La Vega, San Francisco de Macorís, Santo Domingo); hospitales y escuelas enclenques, y, lo más grave, carencia de una cultura de prevención, ni de una política pública que apunte hacia ella; más la indiferencia de la mayoría de los medios de comunicación al incumplir con su responsabilidad social.

https://n.com.do/2019/02/07/en-rd-hay-14-fallas-sismicas-activas-que-pueden-provocar-un-terremoto-en-cualquier-momento/.

La actual generación, ni las pasadas aún vivas, han sufrido experiencias sísmicas como los haitianos, los nicaragüenses, los mejicanos, los chilenos, colombianos, los boricuas. Menos de la de los países asiáticos.

La más cercana referencia es del 22 de septiembre de 2003 en que un temblor de 6,5 grados Richter estremeció a  la provincia turística Puerto Plata, con resultado de dos personas muertas y 98 heridas, además de daños al muelle, escuelas y viviendas.

Pero pocos reparan en que, mucho antes, el 2 de diciembre de 1562, Santiago y La Vega fueron barridas por uno de estos fenómenos, y, como consecuencia, refundadas en sitios considerados más seguros. Puerto Plata también sufrió daños.

El 7 de mayo de 1842, otra sacudida, con tsunami o maremoto, afectó toda la isla.

El  4 de agosto de 1946, un terremoto de 8,1 grados Richter sacudió la hoy provincia  María Trinidad Sánchez, y el tsunami provocado borró del mapa al poblado de pescadores que luego llamaron Matanza.  https://sismologico.uasd.edu.do/?p=4980.

Han transcurrido 74 años desde aquel remeneón. Y en ese tiempo, placas, como la Septentrional, han acumulado gran cantidad de energía que, por necesidad, deberían liberar en cualquier momento; sin embargo, las provincias más cercanas a la falla, como Hermanas Mirabal, Duarte, María Trinidad Sánchez, Espaillat, Samaná y Puerto Plata, viven ajenas a ese peligro inminente.

El país entero se comporta igual. Indiferente. Muchos viviendo “la vida loca”. Y el liderazgo, “en cualquier cosa, menos en misa”.

Tal vez quieren seguir fieles a la mala fama nuestra, sintetizada en la frase: “El dominicano compra candado después que le roban”.

La displicencia saldrá muy costosa.