Curioseando entre canales de cultura en mi tiempo de ocio hace ya más de un año, me topé con un reportaje sobre la curiosa presentación de una obra de teatro titulada “Hamilton”. La misma era una producción del talentoso neoyorquino de padres boricuas, Lin-Manuel Miranda, creador también de la laureada obra musical “In The Heights”, la cual se basa en personajes mayormente dominicanos.
Tiempo antes, justo entre producciones y los espacios donde la creatividad se ve frenada por el éxito, Miranda, se topa con una copia biográfica sobre Alexander Hamilton, del historiador Ron Chernow. Y ahí inicia su curioso interés de traer a las tablas, este personaje de más de dos siglos de vejez. Leyendo las letras del historiador, Lin-Manuel entiende que la mejor forma de presentar este “increíble” personaje a una nueva, compleja y diversa generación de híbridos mestizos-culturales, era por vía del lenguaje de la nueva generación. A través de una obra musical con connotaciones, colores y rimas del hip hop.
Hoy “Hamilton” ha conquistado todas las premiaciones posibles y con ello, varias visitas a la Casa Blanca. Incluso es la obra musical de mayor importancia cultural, artística e histórica en los Estados Unidos de las últimas décadas. Acceso a sus presentaciones es prácticamente imposible. Y si encuentras boletas, tendrás que pagar sobre los $800 por persona. Con “Hamilton” la obra, ha surgido un gran interés y revalorización de la figura protagónica. Pues el mismo es ahora visto como un visionario, idealista y dotado elemento histórico. Y es por ello, y sobre esa plataforma que quiero abordar el tema de esta semana.
Ahora, cuando ser inmigrante, ser de fuera, ser de color, ser diferente en la nación americana, implica tener que estar validando tu estadía constantemente, es ahí donde Hamilton resulta ser el mejor de los escudos. El ido a destiempo y joven progenitor de la patria gringa, es la amplia sombrilla sobre cual todo inmigrante debe cobijar sus ambiciones. Pues Hamilton, para sorpresa de muchos, y es oportuno recordar, fue un inmigrante.
La historia tiende a engrandecer a sus hombres, humanizándolos y ocultándole sus errores, siglos después, cuando decide revivirlos. Tal pareciera ser el caso de Alexander Hamilton, el más joven miembro del elenco de padres fundadores de lo que hoy llamamos Estados Unidos de América. Pero lo cierto es que, al estudiar su trayectoria, tenemos que aceptar que la demostración de valía de Hamilton, requiere poca secreción o destilación.
El ilegítimo hijo de un pobre y vagabundo comerciante escocés de linaje aristocrático y de una oriunda madre de origen francés e inglés, hija de hacendado, tuvo como dicha el Caribe para nacer. Este amestizado padre fundador, el cual parece haber quedado atrapado en las escenas del primer capítulo del país que hoy llamamos el de Washington, nació en la isla de Nevis, parte de las tierras Vírgenes que hoy pertenecen a Gran Bretaña.
A pesar de su procedencia, limitaciones y dificultades, los historiadores del papel y los creativos de los maderos, han optado por presentarnos correctamente, la complejidad y mérito de su figura, desde sus inicios. Uno que refleja a un hábil y respetuoso adolescente, producto de ambiciones y agudeza privilegiada, donde caritativos de su comunidad isleña, favorecen su marcha hacia una educación formal. Esa dicha lo lleva a New York, entrada al continente por donde todo inmigrante pos-independencia llegaba, hasta hacen unas décadas.
Su formación y sus apoderados, influyen su intelecto y su trayectoria. Apenas inscrito en la Academia Barber, surge su identificación con el movimiento independentista, para el cual publica folletos políticos, los cuales lo colocan en una posición de alto reconocimiento, a pesar de su poca edad. Sus documentos serían altamente difundidos, y con ello la distinción que pasa de las viñas de la palabra, llega al campo de la batalla de ideas.
Todo pensamiento conflictivo al statu-quo, termina por ser aplastado, neutralizado o en rebelión. Los hombres de las futuras antiguas colonias británicas, se embarcan en su primera experiencia bélica. Y entre ellos, el más significativo inmigrante de lo que será los Estados Unidos. Aceptando el rango de capitán de artillería, Hamilton pelea en las cruzadas principales del ’76 y de ese conflicto, renace con el cargo de teniente coronel, el cual lo une como confidente, secretario y ayudante, del General Washington.
Pasada una década desde el grito de revolución y ya hecho abogado, participa en la Asamblea de Annapolis, donde recomienda que sea convocada una Asamblea Constitucional. Crear un gobierno no es cosa facil. Fundar una nación, mucho más espinoso, pues para esa, se requiere de seres especiales. Ahora, instituir una idea perpetúa, un símbolo perenne, un pensamiento interminable, eso es de excepcionales. Tanto Hamilton como el conocido Jefferson fueron hombres de ese tipo. Caprichosos y originales. Determinantes en todos los aspectos del surgimiento de la Unión poscolonial. Y el primero de los dos, por si aún no está claro, un inmigrante.
Para el batallador Hamilton, las subsiguientes dos décadas serían tan difíciles como sus primeras dos. Diferentes, pero no menos fácil. Entre traiciones políticas, tragedias familiares, fracasos económicos y sentencias emotivas, el chico brillante de las islas del Caribe, había crecido paralelamente con su nuevo país.
De todos sus logros, los historiadores han optado por resaltar la creación del Departamento del Tesoro, como el más notorio. Desde ahí, Hamilton fijó los parámetros de las finanzas de la nación, programó la estabilidad financiera del nuevo país a través del fomento de un perfil industrial. Por igual, establece una cuenta para fondos de la deuda nacional y termina por crear las condiciones para absorber las deudas de las guerras. Alexander Hamilton, el hijo ilegítimo de un comerciante escocés y de una hija de hacendado, termina proponiendo un banco nacional, con el cual confronta las responsabilidades de una recién nacida nación. Ese es un logro, que aún perdura.
Es imposible imaginar la libre economía de mercado y a un estado recaudador, manejador de sus bienes, sin sus ideas. Preciso, en lo que hoy reconocemos como el estandarte entre los sistemas capitalistas de comportamiento democrático.
El caribeño y más trascendental extranjero de la nación americana, moriría a destiempo y en sus cuarentas, a causa de un rencor político, alterado por la mal interpretación de sus palabras. Alexander Hamilton, padece, víctima de un duelo, propuesto y consumado por el Vicepresidente de ese momento, Burr. Complejo relato, que requiere de una mayor y más larga conversación.