El  filósofo  griego Diógenes Laercio, creador de la escuela jónica, escribió un famoso libro titulado La Secta del Perro: Vida de los filósofos cínicos. Uno de  los filósofos cuya vida y sentencias se analiza en este libro  es la de su tocayo Diógenes Sínope, mejor conocido como “el can”.

Refiere Diógenes Laercio que homónimo vivía en una tinaja y que tenía como únicas pertenencias un manto, un zurrón (bolsa de cuero) ,un báculo y un cuerno.

Entre otras cuestiones, en este libro se relata la famosa anécdota según la cual el poderoso Alejandro Magno se le acercó al más conspicuo representante de la escuela cínica y le dijo: “Pídeme lo que quieras.”Y este solo se limitó a decirle: “Que te me quites del frente que me haces sombra.”

También que una ocasión alguien le dijo: “Los sinopenses te condenan al exilio.”

Y él respondió al punto: “ Y yo los condeno a quedarse.”

Asimismo, anota Diógenes Laercio que en un ocasión en que Diógenes Sínope lavaba unas hierbas se le acercó el filósofo Platón y le dijo: “Si sirvieras a Dionisio no tuvieras que lavar hierbas.” Y Diógenes le contestó.”Si lavaras hierbas no tuvieras que servir a Dionisio.”

Muchas son las agudezas de este filósofo que se relatan en este libro, pero quiero dejar a la consideración de mis lectores la que refirió mi amigo Nelson Rodríguez (alias “Vitamina”),y que nunca le pregunté de dónde la extrajo

Cuenta mi amigo que Diógenes Sínope en un tiempo compartía su marginalidad con un esclavo al que trataba generosamente, al punto que el desinteresado pensador regalaba a su huésped parte de las escasas monedas que llegaban a sus manos, y también compartía con éste las migajas nutricionales que la vida le obsequiaba. Según “Vitamina”, de pronto la subsistencia empezó a tornarse difícil para el sabio y su acompañante. Las monedas y el alimento escaseaban más que de ordinario y el hambre acosaba a los hombres, aunque el pensador permanecía imperturbable como en los tiempos en que disponía de lo indispensable. El esclavo, en cambio, empezó a quejarse de la mala vida que llevaba junto a Diógenes, quien recibía las ingratitudes con la misma indiferencia con que hubiera aceptado una sarta de alabanzas.

Días después, en un arranque de ira, el esclavo le dijo su inalterable servidor: “ Me voy Diógenes. Tú no puedes mantener al esclavo.”

Y Diógenes le contestó, con inalterable  amabilidad: “Puedes irte de inmediato. Si el esclavo puede vivir sin Diógenes, Diógenes puede vivir sin el esclavo.”