Quién a los 20 años no es de izquierdas, no tiene corazón; quién a los 40 sigue siéndolo no tiene cabeza

W.Churchill

 

Aunque el comportamiento público y en ocasiones el privado son los inciertos indicadores que permiten en alguna medida un juicio, una conjetura solo la biografía de un individuo, todos sabemos que mientras vivimos somos capaces de sorprender, asombrar, a nuestros conocidos o no, con acciones, conductas que nadie sospechaba que podríamos asumir.  Solo la muerte puede poner término a las muchas potencialidades que albergamos.

Por ello no sé quien advirtió que todos morimos siendo para los demás unos desconocidos, y con frecuencia el juzgamiento definitivo de una persona se hace atendiendo únicamente a su etapa final, a sus años postreros.  En relación a esto, el caso de Caamaño y Santana es muy ilustrativo en nuestra historia: si el primero hubiera fallecido antes del 1965 no estuviera en el panteón sino en un eventual pabellón de la indignidad junto a Belisario y Chichí Bolón; mientras que el segundo sin la infame anexión a España no se discutiría su permanencia en su actual sepulcro.

En ocasiones acontece también que muchas personas evolucionan de acuerdo a los tiempos históricos en que viven, a las circunstancias  en que transcurren los años vividos, siendo reiterativos los ejemplos de jóvenes marxistas convertidos en rampantes capitalistas que terminaron sus días en  elitistas barrios de Santo Domingo, Miami, Toronto o Bogotá, o extraviados adolescentes que mutaron con posteridad en incorruptibles ambientalistas de Greenpeace.

La travesía vital del Ing. Agrón. Marcos A. Cabrera, que intenté atrapar en una obra publicada en 2012 titulada “Solo mueren los que olvidan” contentiva de breves semblanzas sobre mis compañeros de estudios universitarios, también exhibe tramos existenciales muy  bien definidos cuya duración ha sido variable como también han sido de índole diversa las circunstancias y motivaciones que los han sustentado.

Le conocí de los años 60 del siglo pasado como compañero de pupitre en la siempre recordada Facultad de Ciencias Agronómicas y Veterinarias de la Universidad Autónoma de Santo Domingo, y durante el transcurso de esa agitada y tormentosa década académica nuestro compañerismo estudiantil se transformó en estrecha amistad que desbordaba los limites de las clases, ya que alternábamos con otros condiscípulos los fines de semana, días festivos y protestas callejeras.

Dentro del izquierdismo universitario de entonces su posicionamiento respondía a los postulados maoístas de la China continental recusando en todo momento y con acritud al imperialismo norteamericano, razón por la cual lo apodamos el chino -soviético. Esta postura lo identificó una vez egresado, y aunque con el tiempo no fue tan sectario como enantes, como sucede a menudo con una antigua cicatriz o la ciática, su antiguo extremismo hace asomo aunque un poco en sordina, con timidez.

Su amistosa lealtad, su fidelidad a los compromisos contraídos, su vocación lectora, su competencia profesional, en particular en los dominios del regadío y la fertilización, la coordinación de los encuentros promocionales, su proverbial arraigo a la calle Cotubanamá No.20 de San Juan Bosco y su escrupulosa observación a las obligaciones familiares o conyugales, son entre otras las coordenadas personales que más han  caracterizado su paso por este valle de lágrimas.

No pocos compañeros de estudios, amigos laicos y en especial la totalidad de sus camaradas o simpatizantes de la ideología revolucionaria, resultaron sorprendidos cuando al cumplir Marcos sus 50 años de edad, es decir en 1991, hiciera público el ponerse al servicio de la iglesia de Roma como catequista y Ministro de Eucaristía, mutación inesperada que fue interpretada por algunas de sus amistades políticas como una inaceptable apostasía,  una claudicante  deserción para otros.

Hubieron también los que pensaron que se trataba de un curioso transfuguismo que se inscribía entre los efectos consecutivos a la caída del Muro de Berlín acaecida dos años antes, derrumbe que inició el agrietamiento y disolución de las sociedades, países, partidos y conciencias nucleadas en torno a las ideas sustentadas por el alemán Carlos Marx en el siglo XIX y enriquecidas por el ruso Vladimir Lenin en el siglo XX.

Creo que en el caso de Cabrera no se trató de una simple permutación política sino mas bien la consecuencia de una actitud ante la vida largamente meditada, repensada, que obedeció a estas dos motivaciones: arribar a una edad – 50 años – donde se suelen tomar determinaciones tajantes para el resto de nuestra existencia, y quizás también por convencerse de que el hombre, el ser humano, por sus limitaciones e indefensión no puede ser la medida de todas las cosas.

Observar con detenimiento el desempeño de la humanidad en distintas latitudes geográficas  y bajo diversas formas de ordenamiento social, numerosas veces nos invita a pensar que algo superior a nosotros nos deba trascender, y aunque no concibo que sea antropomorfo sino talvez un ente cuyas características ni siquiera puedo imaginar, sí podría estar en condiciones – el ente en cuestión – de poder hacer todo lo que nuestra humana limitación nos impide.

Quienes suponen que quien  nos trasciende tiene figura humana, haber venido a este planeta, dictado mandamiento y la obligación de obedecerlos, de adorarlo para nuestra presunta salvación, allá ellos.  Esta suposición con frecuencia nos asalta cuando somos testigos de flagrantes injusticias, de la ausencia de libertad, bienestar y felicidad prometidos por determinados regímenes políticos y el desencanto y frustraciones propias a los años transcurridos.

Con respecto a sus amistades y a sus círculos familiares, este empoderamiento religioso no le provocó a Marcos ningún inconveniente de consideración – salvo alguna ojeriza clandestina de parte de antiguas camaradas – contrariamente al desasosiego, inquietud causados por la lamentable pérdida en el año 2016 de su esposa Gladys Cruz con quien tenía casi medio de casado y a quien amaba y respetaba.

Luego de la defunción de su consorte se entregó por completo a las actividades agrícolas que desde hacía años había emprendido en la Plena de Azua, y aunque para un amigo o conocido cualquiera este vehemente activismo productivo y organizativo era en cierta medida una forma de mitigar el inconveniente padecido, por su conversación pude enterarme que respondía mas bien a algo fundamental y hasta natural que le acontece a la generalidad de los viudos.

Si hablábamos por teléfono o personal, una constante de su plática era que si su pareja viviera jamás estaría desarrollando el  intenso accionar, tanto a nivel platanero y, de empresarial cooperativismo que estaba desplegando, pues ella no lo hubiese permitido en vista de que eso significaría un ausentismo doméstico, un alejamiento espacial, interpretado de enorme riesgo marital por la mayoría de las mujeres casadas.

No se trata de que las mujeres desean a propósito limitar, restringir la vocación profesional de sus maridos, ni tampoco de coartar su libertad de movimientos como muchos creen, sino que están convencidas que una institución tan frágil como el matrimonio, tan delicada como la familia así como el sostenimiento de una casa, no pueden exponerse graciosamente tolerando que uno de sus  soportes a menudo se aleje por dos, tres o más días escapando al implacable monitoreo femenino.

Le asistía toda la razón al colega Cabrera al indicarme el motivo por el cual ahora, además de sus intereses azuanos, se desplazaba a varios lugares del país en su cruzada para que los minifundistas productores de plátanos accedieran  al  regadío y obtuvieran más beneficios económicos agrupándose en cooperativas.  Por lo visto la desaparición de su cónyuge ha transformado su antiguo quietismo hogareño en una frenética  errabundez, proyectando viajar a México a mediados de este mes.

Como es su hábito,  el por décadas  inquilino de la casa No.20 de la calle Cotubanamá de Don Bosco en Santo Domingo, continúa haciendo vida cultural; secuestrado  por la pasión de la lectura; organizando y coordinando Encuentros entre los miembros de su promoción universitaria, así como concertando oficios religiosos por la salud de algunos de su condiscípulos o por el fallecimiento de algunos,  como fue el caso reciente en celebración del primer mes de la muerte del colega Rubén Encarnación – Ninito -.

Cuando en 1989 la caída del muro de Berlín representó el derrumbe de una fantasía social enloquecida de improbable realización, muchos de sus seguidores renunciaron a sus valores de juventud, y por desgracia no pocos se desacreditaron al convivir y ofrecer sus experiencias a los que se suponían eran sus verdugos.  Nuestro amigo Cabrera Tejeda la abandonó calladamente dos años después, y como ministro de eucaristía de la iglesia católica sigue gozando del aprecio de todos.

El hecho de  haber pretendido y participado en su juventud al logro de una utopía históricamente fallida – como han demostrado los acontecimientos – y que a partir de los 50 años de edad renunciara a la misma a favor de una doctrina de más de 20 siglos de vigencia, hace que Marcos, no solo me haya recordado el epígrafe de este articulo de la autoría de Churchill –  Premio Nobel de Literatura 1953 – sino que también, brinde ayuda eclesiástica  desinteresada a sus excondiscípulos.

No quiero finalizar sin hacer este comentario final:  confieso ser agnóstico pero me irrita que quienes en gran medida contribuyeron a ellos como fueron los dirigentes izquierdistas y cabezas calientes de la UASD en los años 60 del pasado siglo,  hoy cuando la Asociación de Profesores Jubilados celebra su Encuentro Navideño, antes de almorzar son ellos los que además de bendecir los alimentos elevan plegarias al Creador,  cuando en el pasado apoyaron ruidosamente a la dictadura Castrista al  cerrar las iglesias y expulsar a los curas.  Tampoco pude aprender inglés al vaticinarme en aquel entonces que el imperialismo estadounidense pronto colapsaría.  Hipócritas.