Un diario de circulación nacional ha publicado una información contenida en un informe de la Oficina Nacional de Estadística (ONE) relacionada con la ausencia de infraestructuras culturales a nivel nacional.
El concepto de infraestructural cultural empleado en el informe implica: Museos, cines, los denominados centros culturales, casas de cultura, entre otros espacios dedicados a la creación y promoción de la experiencia artística e intelectual.
Según la reseña, el informe de la ONE señala que solo existen 211 infraestructuras activas, las cuales se concentran en las dos principales ciudades de la nación: Santo Domingo y Santiago.
La ausencia de infraestructuras culturales contribuye con el clima de alienación intelectual de la población en general, porque sin esos espacios es difícil crear condiciones para la creación, la formación, la reflexión crítica y la expresión corporal.
Esta ausencia es el más claro indicador de una política cultural deficiente que se centra mucho más en actividades de “relumbrón” que en la construcción de auténticos procesos de difusión cultural.
En los barrios y regiones donde existen clubes, teatros, cines o escuelas de formación artística existe una mayor probabilidad para que la ciudadanía acceda al arte de un modo natural, como parte de su proceso de socialización, desarrollando su sensibilidad y relacionándose de modo natural con las distintas manifestaciones de la creación humana.
Por el contrario, sin estos espacios, las personas configuran su personalidad viendo el arte como algo extraño, ajeno, de grupos sociales pertenecientes a otro ambiente o estatus. Entonces, solo asistirá a una presentación artística o a una feria cultural si es llevado, nunca por voluntad propia y una vez llevado allí, no podrá aprovechar el contacto con las posibles experiencias que pueden interiorizarse en los espacios culturales.
Que millones de personas asistan a una feria del libro o a un festival de teatro no son indicadores de una política cultural correcta. Las autoridades culturales de nuestro país se niegan a medir el impacto cultural a mediano y largo plazo de las actividades que organizan. Mientras tanto, las semillas necesarias para el crecimiento de los árboles siguen sin sembrarse.