Tomeo es un escritor y dramaturgo español nacido en 1932. Comenzó a publicar con un seudónimo anglosajón en el 50’ pero ya para el 67’ publica su primera novela El Cazador y su boom literario fue en los 70’. Sin duda es un escritor que superó su propio tiempo manteniendo en la actualidad una presencia narrativa importante.
“Sus ficciones proceden por acumulación de detalles ilógicos hasta alcanzar la exacerbación del absurdo en medio de la realidad más cotidiana, con un contenido crítico hacia la incoherencia de la organización social. Su visión de la condición humana es, pues, dramática y existencial, pero también muy lírica y humorística, y subterráneamente simbolista, que se declara crípticamente contra todo nacionalismo, autonomismo, machismo y feminismo, contra toda dictadura real, o escondida, todo tópico, todo falso idealismo, todo prejuicio, los medios de comunicación (la televisión sobre todo), defendiendo la animalidad, los instintos y la monstruosidad de los seres humanos, desde la incomunicación total en la que el ser humano se hunde.”
Todo cuanto conocemos, y lo conocen, hablan del absurdo en la narrativa de Tomeo, como acusándolo de no ser Frantz Keller o cual quier otro de los anglos pelagatos acuñados en la seriedad. El verdadero Javier, por mucho que le duela a un tal Ramón, no es un crítico, a veces ni siquiera es un cuentista, es un mero dramaturgo.
Toda la literatura de Javier Tomeo esta preñada de herramientas teatrales: en sus novelas (hasta en algunos cuentos breves) se da el epicúreo lujo de monólogos kilométricos, sus personajes principales suelen acarrear los mismos problemas psicológicos y sin embargo los secundarios poseen una riqueza semántica y una gama digna de la envidia de cualquier manicomio (o de cualquier pieza teatral de los últimos 20 años), la ambientación y el uso de los elementos de la escena (extender una discusión sobre las palmeras en un café), el tono de aparente ornato de los diálogos que se dilatan para dar verosimilitud al estado mental de los personajes.
Pero hay dentro de esta convulsa literatura un elemento que destruye la homogeneidad del conjunto, el dato innecesario. Suele verse empezar historias con; “estoy sentado en una de las doce sillas de mimbre que rodean la piscina del hotel….” O “veintiuno de julio, miércoles. El sol ha salido a las cuatro cuarenta y cinco y se pondrá a las diecinueve cuarenta y ocho.” Y ciertamente esa información se vuelve a lo largo del texto no solo irrelevante sino también hostigante; “Avanza tambaleándose y tarda tres minutos en recorrer los seis metros que lo separan de las olas.” Esta exactitud metros por minutos no añade nada al cuento “El niño y la sardina” sin embargo desata una sutil imperfección que contradice el sentido teatral de este y de todos los relatos de Tomeo.
De hecho en la lógica se conoce como absurdo al conjunto de proposiciones que lleva a la negación de cualquiera de las mismas, por tanto es posible asumir, debido a lo ya dicho, que la producción literaria en sentido general posee cualidades de absurdo, pero los elementos que la componen no.